Ignacio Solares: “El reto de los católicos es convertirse al cristianismo”

Entrevista

En su más reciente novela, El juramento, el escritor mexicano narra el dilema de un joven novicio que se debate entre el deseo carnal y la vocación religiosa.

Ignacio Solares, autor de 'El juramento'. (Foto: Jesús Quintanar)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

El juramento (Alfaguara, 2019), la novela más íntima de Ignacio Solares, será quizá la última entrega de este prolífico escritor y periodista cuya obra abrazó el cuento, la novela histórica y la crónica. Así lo afirma mientras conversamos en un salón de su casa, atravesados por el sol de invierno que se cuela entre los cristales y al acecho de un montón de fotografías, guardianes de la memoria familiar. “No se lo había dicho a nadie”, confiesa. “En esta etapa me he dedicado a escribir solo mis Minucias, que publico cada semana, y a leer mucho, pero ya no tengo ánimo para una novela como La invasión, por ejemplo. Casi todas mis novelas se conforman de un cuerpo más o menos grande, incluso Delirium tremens. Siempre fui un entusiasta de la escritura, escribía por gusto, escribía todo lo que se me antojaba, normalmente por la noche. La escritura se me daba con mucha facilidad, pero se me acabó la fuerza”.

Recién cumplidos los 75 años, luces apacible y satisfecho tras una larga trayectoria como maestro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y de tu paso como jefe de redacción o director de revistas y suplementos culturales, como Revista de Revistas, Plural, Diorama de la Cultura y Revista de la Universidad de México.

Siempre dije: después de los 75 haz lo que quieras porque ya vives tiempo extra. Tengo la teoría de que la máquina humana no da para más de 80. Después empiezan los achaques, la vida se vuelve insufrible. André Gide decía que más que intentar curar las enfermedades hay que aprender a vivir con ellas. Es lo que curiosamente le dice Jesucristo a Luis, el personaje de El juramento.

Resulta significativo que habiendo tomado la decisión de retirarte de la escritura entregues una novela introspectiva en la que vuelves a los años de formación que marcarían tu destino.

Lo que sucede es que ya no imagino otra cosa. Con la experiencia de este personaje toqué fondo, así como los alcohólicos cuando llegan al exceso. A lo mejor me patea la musa con otra idea, pero no siento la necesidad. Lástima que no haya una traducción poética de “qué hueva”. Ahora puedo estar tranquilo, leyendo, meditando. Soy melómano y ya elegí el pasaje del concierto para orquesta de Bartók que le pedí a Myrna, mi esposa, para que sea lo último que me ponga.

Un viaje a Chihuahua, tu tierra, fue el detonador de El juramento.

Estudié en el Instituto Regional, del que hablo en la novela; estuve seis años con los jesuitas. Nos llevaban a hacer labor social, pues son los únicos que han hecho algo por los tarahumaras en la sierra. Lo que cuento ahí es cierto. Fue una de esas noches, en la Tarahumara, cuando sentí que el cielo está al alcance de la mano. Al ver ese cielo estrellado, le pregunté al padre Jesús Blanco, que era mi amigo: “padre, ¿usted qué ve ahí?” Y pensé que me iba a decir: “veo a Dios”, pero no. Me dijo: “veo vida, lo que hay detrás de las constelaciones es vida”. No podemos negar que somos seres elegidos puesto que estamos vivos y somos únicos. Volver allí, mirar las estrellas, ver un amanecer, y saber que ahí está Jesús, me marcó.

Esta novela de iniciación plantea las experiencias y disquisiciones de un joven que sortea la posibilidad de entrar al noviciado y en el camino encuentra el amor. El encuentro de Luis con una enfermera lo lleva a una confrontación entre el amor carnal y los preceptos religiosos, que culmina con una revelación, una voz que dice: estoy contigo.

Esa es la intención de la novela: Eros es parte del Dios trascendente y divino. Creo profundamente en el Dios eros y en el Dios divino y creo que nuestra iglesia medieval nos ha quitado a los dos. En la novela, Dios le dice: “Haz lo que quieras, todo está bien”. Al final, hay una sonrisa buñuelesca cuando ellos deciden que vivirán sin hacer el amor, porque quieren seguir siendo fieles a esa iglesia. Es un horror impuesto por la Iglesia católica pero estoy seguro de que Cristo bendeciría la relación amorosa consumada. El acto de amor con el ser amado es profundamente religioso. Finalmente, al protagonista le basta la revelación que tiene para intuir que no necesita de la iglesia, que puede dedicarse a la ayuda a los tarahumaras. Era muy cómodo ser sacerdote teniendo un carácter tan especial, un joven tímido y retraído, y la iglesia le mete ideas que seguramente lo marcan, como el terror a la masturbación.

Hablas del Dios que da libertad, de un Dios personal, a diferencia de un Dios universal.

Al principio, creía en un Dios impersonal. Tuve largas pláticas son Javier Sicilia y Vicente Leñero en las que quería convencerlos de que “la ola es el mar” (lo que decía Jaeger: en el océano Dios se manifiesta en cada una de sus olas), es decir, que nos integramos a una luz o a un vacío en el que somos parte de ese universo, ya sin individualizar. Por eso los grandes santos y profetas han hablado de la superación del yo, porque, como decían, en el infierno se quema todo, sobre todo el yo. Luego cambié mucho en ese sentido porque a partir de la revelación de mi personaje creo que al morir te puedes reencontrar con tus seres queridos y con Jesucristo. O sea, ese Dios impersonal en el que creía antes se me ha ido diluyendo. Ya no soy el que cree en un Dios abstracto, impersonal. Creo que, como en los sueños, la muerte es una prolongación del sueño y estoy de acuerdo con Karl Gustav Jung cuando dice que al morir nos vamos al inconsciente colectivo y allí podemos estar con seres queridos y luego trascendemos a otro plano espiritual en el que, aunque ya no existe la personalidad, sí existe el espíritu que puede comunicarse con un Dios personal.

¿Qué te hizo cambiar? ¿Hubo alguna revelación?

No se me dio esa revelación como a mi personaje. He estado muy influido por la filosofía hindú, estuve en un ashram, en San Francisco, conocí a Sai Baba, practiqué la meditación, fui a sesiones espiritistas. Dejé de ir porque creo en ellas. El problema, como dice Chesterton, es que son verdaderas.

¿Esto no se contrapone a las creencias del catolicismo?

Lo creo en el sentido cristiano. Antes no, pero lo que sí es cierto es que mi evolución espiritual o filosófica me ha llevado a concentrarme en Cristo, no en la Iglesia católica, a la que verdaderamente abomino. No puedo con ella. Ratzinger y Juan Pablo II fueron a África, donde hay más sida, a decir que el condón es pecado mortal porque está prohibido por Dios. Eso es un crimen, como es un crimen, y este es el centro de mi novela, el celibato obligatorio entre los religiosos, tanto sacerdotes como monjas.

Otra gran influencia fue Aldous Huxley. ¿De qué manera te marcó?

Es el autor de mi juventud. Sobre él he leído todo. Estuve en su casa, donde murió, en Los Ángeles. Incluso su esposa, Laura, me mandó una carta invitándome a formar parte de una sociedad huxleyana. No le entré, pero está muy cerca del hinduismo, de la parapsicología. Creo que gracias a eso abrí puertas. Lo parapsicológico te da acceso a lo sobrenatural y al más allá. Yo digo que por más firme que parezca el suelo que pisamos y por más brillante el sol que nos ilumina, estamos rodeados de ángeles y demonios que en cualquier momento pueden causar una hecatombe en nuestro interior. O sea, somos seres en manos de lo sobrenatural. Entonces el espiritismo, la parapsicología, las prácticas budistas fueron un camino. Merton me acercó al zen y di toda una vuelta, un camino largo, un periplo, para volver al principio.

Esos demonios de los que hablas, ¿te han tentado?

Me han tentado en haber querido probar todo lo paranormal; he flaqueado en el alcoholismo. Quizá no fui la persona que quise haber sido como padre y como esposo y quizá pude haber sido un escritor mucho más… trascendente, si hubiera logrado empezar por donde estoy terminando. Si pudiera empezar sería otra cosa, con excepción de las novelas históricas que han sido parte de mi vida y fueron una experiencia sensacional. Y finalmente, hay algo que es indudable: la base de lo espiritual es aprender a estar, ayudar y escuchar a tu prójimo. No siempre fui quien debí haber sido en ese sentido. He sido muy egoísta, es una marca que tengo, como un síndrome.

En la novela narras la primera experiencia de Luis con el alcohol y das un atisbo de la relación con el padre, temas que ya habías tratado en otros momentos de tu literatura.

Fue fundamental que en la familia de mi papá, de siete hermanos, cinco murieran de alcoholismo. Es una enfermedad congénita y yo la heredé. Me asumo como alcohólico. Pero he logrado medirme, y en esto tiene mucho que ver mi fe en Cristo, porque cuando veo que me estoy sobrepasando rezo un Padre Nuestro. Antes tomaba un Valium, ahora rezo. Me temo que muchos dirían que son síntomas de la edad, pero me siento feliz, estoy viviendo una de las mejores épocas de mi vida. Ojalá hubiera podido empezar por donde terminé. Esta novela debió haber sido la primera.

A veces es necesario tomar distancia. Recuerdo que eso dijo Octavio Paz después de haber publicado La llama doble, un libro sobre erotismo, a sus casi 80 años.

La revelación de ese personaje no podría haberse dado al principio. Yo tenía que haber pasado por el espiritismo, la parapsicología, el budismo, los ashram. Tenía que haber pasado por todo ello para llegar a donde empecé. Cuando hice la primera comunión recuerdo que hablaba con Jesucristo, pero tenía 10 años y ahora me doy cuenta que es como un regreso, pero tuve que hacer el periplo para llegar o retornar a los inicios. Sobre todo, es importante haber leído lo que leí.

¿Te sientes satisfecho?

Fue como un golpe imaginar al personaje. Me pudo haber salido una novela de 200 páginas si hubiera hablado de lo que hay alrededor, si hubiera descrito con más detalle las experiencias con los sacerdotes homosexuales o hablado de los compañeros, pero quise concretar todo para que el centro de la novela fueran esas dos epifanías: la amorosa y la religiosa.

¿Esta novela te transformó?

Siento que por fin revelé lo que tenía desde siempre guardado a través de un personaje que vive lo que no he vivido, porque yo no tuve la pureza de él ni el coraje. Esta novela ha sido como una catarsis de alguien a quien le gustaría haber vivido lo que ese personaje vivió; entre otras cosas, la revelación. No sabes el bien que me ha hecho ese personaje. No tengo duda de que buena parte de mi tranquilidad espiritual en este momento se la debo a la novela. Puede ser muy terapéutico escribir una novela así a mi edad.

¿Te permitió resolver asuntos pendientes relacionados con la fe?

Básicamente sí, porque estaba dándole vueltas a la noria, probaba de todo y nada me satisfacía. Lo esencial estaba ahí, desde siempre, y no quise atenderlo. Tenía que probar todo para volver a ello, a mi relación con Cristo. Al principio de la novela, Luis no cree que Cristo fue Dios, pero yo sí creo que Cristo fue Dios, un Dios encarnado que nos mandó el Padre para purgar nuestros pecados y darnos una nueva posibilidad de vida. Todo eso, por desgracia, suena demasiado católico, pero no tengo nada que ver con lo católico. Por eso he dicho que el gran reto de los católicos es convertirse al cristianismo. Si eres católico, cuando te conviertes al cristianismo eres otro.

RP | ÁSS

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