Ser migrante también es vivir una doble vida… Es suspender una de ellas para ser funcional en la otra.
Gabriela Wiener, Huaco retrato.
“What still-living Latin American women author is closest to your heart?” (en burda traducción: ¿qué autora latinoamericana viva está más cerca de tu corazón?), me pregunta T., una compañera millennial estadunidense, estudiante de maestría en Ciencias Políticas y que sueña con hacer local politics en su país. Es casi el final de nuestro curso intensivo de Deutsh A1 en el Goethe Institut y hemos salido por primera vez en grupo a cenar a un restaurante asiático. Todos en ese curso somos expats, esa etiqueta glamurosa para nombrar a la inmigración “global” calificada, que en este caso no estaba calificada para hablar alemán más allá de pedir su propia comida a la también inmigrante mesera y así demostrar a la profesora que algo habíamos aprendido en sus clases de nueve horas por semana.
Conversamos en inglés, que en realidad es sólo la lengua materna de la politóloga y de F., un londinés que nos dobla la edad a casi tod@s y que insiste en hablar sólo Cockney English. T. y F. se habían enfrascado en un debate sobre Brexit, el manejo político del covid-19 en el primer mundo y las fake news que amenazaba con romper la armonía de nuestra cena multiculti. Qué mejor que interpelar a la literata para cambiar de tema; no sería la primera vez que se recurre a la literatura para evadir la realidad. Tampoco era la primera vez que alguien me pone en aprietos que quizá solo Oprah puede resolver: he recomendado lecturas a abogad@s, sociólog@s, médic@s, trabajador@s del hogar, artistas, pero recomendarle autoras “cerca de mi corazón” a una futura congresista estadunidense era una responsabilidad que requería más energía que la ofrecida por los dumplings y las Tigers sobre la mesa. Por mi mente pasaron varios nombres, filtrados según la facilidad con que T. pudiera encontrarlos traducidos al inglés. Mi improvisado canon over dinner incluía a Elena Poniatowska, Cristina Rivera Garza, Clarice Lispector, Alejandra Pizarnik… pero de pronto llegó a mi memoria (o a mi corazón) el nombre que por fin, ahora que aprendí fonética alemana básica, puedo pronunciar casi correctamente: Wiener, Gabriela Wiener. Una autora peruana con apellido alemán, que vive en España con sus esposos e hijes y escribe en clave autodocumental sobre cuerpos disidentes, sexualidad no monógama, clasismo, racismo, en fin, sobre aprender a ser la mujer que le da la gana ser, no podía dejar de sonar exótica, fuera de lo que se espera escuchar cuando se habla de literatura latinoamericana internacionalizada y que pareciera obligada a incluir palabras como “realismo mágico”, “dictaduras” y “Borges”. El día anterior había terminado de leer Huaco retrato en mi Kindle (hoy en Barcelona compré el último ejemplar en papel que quedaba en la librería Finestres, adjunto evidencia fotográfica). Aunque ni esa cena ni este espacio son lugares para profundizar en el análisis literario, ese libro me ha parecido lo mejor que Gaby ha escrito, pero también de lo mejor que se ha publicado en español este año. Se lo dije a ella por WhatsApp, pero ¿cómo se habla profesionalmente de una amiga ante otros sin sonar poco profesional? Luego pensé que los hombres lo han hecho sin pudor por siglos y que sí, lo personal es político y que leernos es también otra forma de diálogo y cercanía. Y las escritoras que sentimos cercanas lo son precisamente porque han logrado hacernos parte de una genealogía alterna. Sin miedo a reclasificar, desacomodar y reacomodar el famoso canon (otra ficción masculina), híbrido entre la crónica, el ensayo, la novela con y sin ficción, Huaco retrato es eso: un artesanal huaco bella e intencionalmente resquebrajado. Porque nuestras genealogías (literarias, históricas, políticas) no pasan necesariamente por las cronologías arbitrarias de la crítica masculina de antaño, ni se basan en forzadas afinidades de grupos que han cobrado caro su admisión. Nuestras genealogías pasan hoy por nuestros cuerpos y deseos, preferencias y aficiones. Por ello, autoras como Wiener pueden tener ahora un lugar en bibliotecas y librerías, aunque sigan siendo un dolor de cabeza para quien las busca acomodar en las estanterías o en proyectos académicos convencionales.
Mientras escribo esto, preparándome para la presentación de mi libro el miércoles y agendando a la vez el after de la presentación de Huaco retrato el viernes (lo siento, lectores, esta columna se escribe varios días previos a su publicación, se quedarán sin el chisme completo), no tengo duda de que Gabriela Wiener —con todo y su apellido alemán de confusa pronunciación— es la autora latinoamericana viva que actualmente está más cerca de mi corazón, desde que pocos la leían y menos aún la hacían objeto de tesis, desde que en una fiesta hace muchos años el cronista Cristian Alarcón nos presentó mientras todas, inclasificables, bailábamos en un lugar de Ciudad de México de cuyo nombre no quiero acordarme.
Liliana Chávez
Es investigadora de literatura latinoamericana en la Universidad Libre de Berlín y miembro de la Fundación Alexander von Humboldt
AQ