En el archivo que dejó Octavio Paz tras su muerte hay un baúl antiguo, muy curioso, que contiene fotografías, cartas entre el padre y la madre, entre la familia Paz y la familia Lozano. Hay una carta muy simpática de Ireneo Paz a Josefina Lozano. En ella le pide que por favor eduque y cuide muy bien a su nieto “Tavito” porque lo ve muy vivaz. Otra carta, al parecer atesorada por Paz “como oro molido”, es la que un joven Ireneo Paz, con apenas 15 años, dirige a Don Jesús Ordorica disculpándose por un conflicto provocado: “le suplico a U. me dispense los ultrajes tan ordinarios que hice a U., cosas que nunca he maquinado: hice lo que se me vino de pronto a la cabeza”. En la parte exterior del baúl se aprecian sellos de diversos países por los que Octavio Paz viajó. El más reciente fechado en Londres, 1971, la época en que el diplomático venía de regreso a México. Llama la atención que ese baúl, repleto de recuerdos familiares, viajara siempre con él. Octavio Paz anduvo por el mundo cargando lo que más le importaba, su pasado.
La anterior es una entre las muchas anécdotas que narra Ángel Gilberto Adame, producto del abundante material que reunió para escribir Siglo de las luces… y las sombras. Apuntes para una historia de los liberales en México a través de las batallas, fervores, escritos y derrotas de Ireneo Paz (Aguilar, 2023). Abogado, notario de profesión, Adame se confiesa un historiador frustrado, con especial interés en nuestro siglo XIX, “el de esos hombres que parecían gigantes, como dijo Antonio Caso. Me interesaba tratar de entender ese periodo de formación que todavía no dimensionamos, porque aún no alcanzamos, como país independiente, los años que fuimos colonia española. Somos un país en constante formación”.
Adame descubre a Ireneo Paz través de su nieto, Octavio. El personaje le interesa no solo por la época en que vivió, un convulso siglo XIX, sino por su extraordinaria curiosidad en todos los ámbitos. Así, se da a la tarea de escribir un libro que abarca cien años de la historia de México. “Soy uno de los principales admiradores en activo de Octavio Paz. Nunca lo conocí, lo leí. Me apasiona mucho la poesía biográfica, donde dice y no dice; Pasado en claro, donde está el abuelo como figura tutelar, una presencia axial en su vida. Sin lugar a dudas, Octavio Paz es el Ireneo Paz del siglo XX, con sus claroscuros y sus matices, pero hay una línea muy diáfana entre el abuelo y el nieto, saltándose al padre que me parece un personaje secundario”.
Un emblema del periodismo, luchador social, estratega de la política, al final de sus días, a Ireneo Paz lo cubrió la penumbra. ¿Trataste de poner en claro ese pasado?
Todo historiador tiene esa pretensión. Es complicado escribir historia en México por las fuentes, son de muy complicado acceso y no hay una cultura de preservación. Investigué. Antes de morir Paz, Marie Jo me permitió revisar los archivos. Hablé con los parientes de Octavio, los Paz; soy amigo de todos los Lozano vivos y de ahí fue saliendo mucha información que el mismo poeta no decía.
¿Qué te lleva a afirmar que Octavio Paz es el Ireneo del siglo XX?
Veo esa línea de paralelos entre el abuelo y el nieto en la chispa poética. La piedra del sacrificio es una pequeña sátira y Piedra de sol, una historia de amor. Ireneo era un gran poeta satírico y ninguno de los hijos heredó esa capacidad de escribir poesía satírica o rimar versos como lo hizo el nieto. Ireneo lo abarcó todo, la poesía, la política; fue periodista, novelista, historiador. Destaca también su labor editorial, funda y edita más de 50 periódicos. Esa inquietud la adquirió el nieto, desde la revista Barandal, en 1930, como colaborador, pero también como líder de diversos proyectos editoriales.
La actividad de Ireneo Paz está marcada por una confluencia entre su labor periodística y su actividad política. ¿Cómo lo planteas en el libro?
Trato de entender el papel de periódicos como El padre Cobos y La Patria en los diversos momentos históricos. Fueron proyectos muy longevos. No es lo mismo El Padre Cobos satirizando a Lerdo de Tejada que El padre Cobos satirizando a Madero. Ahí está presente la capacidad crítica de Ireneo, la chispa satírica. La Patria es un periódico importante no solo por su longevidad, también por la gente que escribió ahí. Ireneo tuvo la capacidad de reunir gente joven y ser líder de personas muy valiosas. Además de La Patria, un informativo vespertino, había una serie de proyectos editoriales en la familia. Ellos descubren, por ejemplo, a José Guadalupe Posada y con ellos publica sus primeros cartones, entre otras cosas. Ireneo fue el decano de la prensa durante muchos años; es quizá el último que intentó crear asociaciones de periodistas, una especie de sindicatos en defensa de sus intereses. Hoy serían indispensables porque solo se escuchan voces aisladas en defensa de los ataques a la prensa una y otra vez. Se necesitaría un gremio unido.
Al igual que Octavio, Ireneo Paz se rodeó de personajes destacados, Ignacio Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera, Guillermo Prieto. ¿Qué distinguía a esos intelectuales?
De entrada la intención de abarcarlo todo. Mencionas al gran patriarca de la república de las letras, Manuel Altamirano, el epítome del gran hombre. Guillermo Prieto, el poeta del pueblo a quien la gente aclamaba y sacaba en hombros. Eso ya no sucede en México, ese respeto por los literatos, por los poetas, no existe. Todavía Ireneo opina en las discusiones de 1907 sobre la revista Azul, de Gutiérrez Nájera. Manuel Caballero la compra, intenta publicarla. Ahí está un jovencito Alfonso Reyes y un dominicano, Pedro Henríquez Ureña, armando una manifestación y está Ireneo discutiendo si sale o no una revista que se llame Revista Azul segunda etapa. Después están las pequeñas historias, como la primera visita de un ex presidente estadunidense a México, Ulises Grant; la tragedia de la muerte Manuel Acuña, cómo lo conoció Ireneo en las tertulias de Altamirano. Ireneo publica por primera vez las obras completas de Acuña y luego encabeza un grupo que trata de hacerle un mausoleo. Eso lo narra otro periodista cuando exhuman los restos de Acuña para trasladarlos aquí a México. La anécdota es muy simpática por los ritos que hacen, porque todos son masones. Más adelante esa pertenencia a la logia le salvaría la vida a Ireneo.
Ireneo Paz era un pensador informado, capaz de opinar de una gran abundancia de temas, también aquí hay un paralelismo con Octavio. Esa figura del intelectual ha desaparecido. Hoy me parece que, para bien o para mal, nuestra especialización ha diluido el papel de esos pensadores que pueden, con una visión global, dar opiniones de gran calado. La vida intelectual iba de la mano con la cosa pública, el intelectual opinaba de la cosa pública y el poder necesitaba cierta validación del intelectual. Hoy siento —no quisiera tocar momentos políticos— que la opinión de los intelectuales ya no importa en esta banalización de la cultura.
¿Qué luces arroja la vida de Ireneo Paz en la historia del siglo XIX mexicano y la fundación del liberalismo?
El libro abarca varias tesis: entender que no hay dos méxicos, esa dicotomía que nos quieren vender ahora, un grupo de buenos que tenían una visión honesta del país y un grupo de “vendepatrias”, los conservadores, que estaban pensando cómo destruirlo. Sí, había dos visiones antagónicas que pretendían encontrar la mejor manera de que este país prosperara y las posiciones entre esos dos bandos se radicaliza porque a partir la Independencia el país va acumulando fracaso tras fracaso. Uno de los intelectuales más importantes del siglo XIX en México fue Lucas Alamán. Lo cito porque hacia 1850 había una sensación de desesperanza, de que no servíamos como país. A 30 años de la Independencia, muchos jóvenes estaban tan desilusionados que le pedían a gritos a los estadunidenses que nos anexaran completamente. Habíamos demostrado, decían, que no teníamos la capacidad de gobernarnos. Lucas Alamán, el epítome del conservador, hizo un llamado para intentarlo de nuevo. Es cierto que hay antagonismos, pero no veo a esos malos y buenos que insiste en vendernos el discurso oficial. Dentro de estos grupos el pensamiento no era monolítico, no podemos encasillar a un Nigromante en la misma línea que un Benito Juárez, aunque ambos son liberales; no podemos decir que Zarco está en la misma línea que Lerdo. Había discrepancia, había crítica en ambos bandos.
¿Las relaciones de Ireneo con Benito Juárez, Porfirio Díaz e incluso Lerdo de Tejada, marcaron su destino?
Juárez siempre lo vio como un enemigo. Ireneo se levantó en armas en Mazatlán y en San Luis Potosí. A Juárez no le faltaron ganas de fusilarlo. Se salvó al escapar de una cárcel, de otra manera, no hubiéramos tenido Premio Nobel de Literatura. Tuvo sus encuentros y desencuentros con Díaz porque el Presidente no fue el mismo con los amigos que lo llevaron al poder. Poco a poco los va dejando atrás, a los tuxtepecanos, en detrimento de los que a final lo llevaron al derrumbe, los famosos científicos. Esa crónica de una muerte anunciada, Ireneo la percibe una y otra vez, pero al mismo tiempo no dice nada para no enemistarse con el amigo, con el Presidente, porque de él dependen todos. Son periodos muy tristes a los que Paz, el poeta, nunca quiso referirse. La decadencia es muy fuerte. Es obvio que Octavio Paz lo sabía esto, pero no dijo nada.
Ireneo tuvo también un papel destacado en el derrocamiento de Lerdo, fue uno de los redactores del plan de Tuxtepec, el de “Sufragio efectivo no reelección”. Además era un hombre de armas, un hombre que mató gente, pero también un hombre de ideas que le sirve más al poder a través del papel y la pluma. Ireneo no simpatizó con Madero. La gente que vivió el orden y el progreso de Díaz, no estaba de acuerdo con el desorden que introdujo Madero en la vida pública del país. A la muerte de Madero, Ireneo entra en un afán justificativo: “Tenía que suceder, se lo ganó”, y adoptó una postura de alabanza hacia el nuevo dictador. Cuando cae Huerta, julio de 1914, el periódico cierra irremediablemente y ahí se acaba la labor editorial de Ireneo, nunca más tuvo un periódico.
¿Tuvo un final trágico?
No quisiera decir trágico, pero sí una consecuencia de los actos que cometió, de los errores, porque no midió sus capacidades. Veo a ese joven de 16, 17 años saliendo del seminario en Guadalajara con una enorme capacidad y pensando que se va a comer el mundo. Sin duda se veía como Presidente de la República, tenía ese talante. Al final de su vida, ya sin nada y en la quiebra total, veo en él un dejo de frustración. La verdadera tragedia fue que se quedó solo. De su enorme familia le sobrevivieron dos, sus hijos Amalia y Octavio. Este último, un verdadero crápula. Arturo, Laura, Rosa, todos, murieron antes que él. Al final quizá hubo amargura, pero una amargura que se renovaba todos los días con enorme optimismo, como lo pinta el nieto en Silueta de Ireneo Paz, haciendo ejercicio, poniéndose su trajecito para salir a caminar y encontrarse con los amigos. El abuelo Ireneo apostó por todo y lo perdió todo. Hacia 1916, la familia estaba en la ruina. La casa grande, en Mixcoac, la pierden en 1920. Octavio Paz nunca vivió allí, la familia tuvo que mudarse a una casa más chica, enfrente. Y la ironía final es que su tumba desapareció. En el panteón de Dolores decidieron hacer un crematorio y, sin avisarle a nadie, arrasaron con las tumbas de medio mundo. Tengo detectado que la tumba de los Paz desapareció.
Desaparecieron los restos del abuelo, su tumba, pero el nudo de fantasmas palpados por el pensamiento, Octavio Paz lo llevó a cuestas por el mundo, atado en aquel baúl donde enterró su pasado.
AQ