Cartas de Italo Calvino 1940-1985, correspondencia del escritor italiano reunida en la colección I Meridiani, de Mondadori (2000) y más adelante traducida al español por Siruela, resulta un interesante registro de vida del autor nacido el 15 de octubre de 1923. Este profuso epistolario nos permite adentrarnos en la relación de Calvino con sus padres, con personajes y amigos cercanos como Elsa Morante, Primo Levi, Leonardo Sciascia, Elio Vittorini, Cesare Pavese y Pier Paolo Pasolini, entre otros. Con ellos, establece un diálogo revelador que refleja su visión de un momento histórico, del espíritu de su tiempo, así como los procesos de su escritura. Las cartas dan cuenta de su proximidad con el entorno político y social, la cultura y los lazos que mantenía más allá de Italia. Por ejemplo, con Hans Magnus Enzensberger, Norman Mailer o Silvina Ocampo, lo mismo que la cercanía con México y algunos intelectuales mexicanos. Juan Rulfo, Octavio Paz y Carlos Fuentes, entre otros, son mencionados en la correspondencia, mientras que al único a quien dirige una carta es a Fernando Benítez. Se habían conocido en La Habana, en 1964. La carta, escrita en español, con errores gramaticales y faltas de ortografía, anuncia un reencuentro de amigos.
12 Square de Châtillon, 75014 Paris
5 febrero 1976
Querido Fernando,
Con gran júbilo te anuncio que el día que desde (hace doce años) esperamos ha llegado, el de rever tu cara y reoír tu voz. […] la televisión mexicana me invita para una emisión y me paga el viaje a mí y a mi esposa, y cinco días en México con coche y chofer. Es para una mesa redonda (sobre Science Fiction, y no sé porqué soy yo a ser invitado, pero lo preguntaré después) […].
Sabemos de ti a través de Carlos el Embajador.
Tenemos muchas ganas de verte y confiamos en ti (para) que nos propongas un programa ideal para ver el máximo de azteca, de tolteca, de teotihuaca y hasta de maya, y de colonial también y además de viviente en el poco tiempo y con la poca plata que tenemos.
Un abrazo,
Dos meses después le escribe a su amigo, el editor Franco Maria Ricci:
[…] estuve en México y viajé un poco por todo el país. […] Entre otras cosas, vi los cuadros de un pintor que quizá ya conoces y me parece perfecto para un libro: HERMENEGILDO BUSTOS, pintor del Siglo XIX, de mentalidad y espíritu naif, pero con una técnica muy refinada, un Holbein del retrato popular mexicano, de una penetración psicológica y una sátira social extraordinarias. Sus cuadros ocupan una sala muy bien organizada en el museo de GUANAJUATO, deliciosa ciudad colonial al norte de México. El museo lo dirige un pésimo pintor, pero gran coleccionista: José Chávez Morado. Sería un libro perfecto, y entre los escritores mexicanos seguro encontrarías a uno de los grandes nombres para hacer el texto. Podrías comenzar por pedírselo a Juan Rulfo, que después de sus dos extraordinarios libros no volvió a escribir nada, primero porque bebía y luego porque dejó de beber, pero tal vez los personajes de Bustos ayuden a romper el hechizo. Si no, Carlos Fuentes, que ahora es Embajador en París. Octavio Paz sería el nombre más prestigiado, aunque quizá no sea su género.
La admiración de Calvino por la obra de Rulfo era genuina. En una carta de septiembre de 1997, responde a la periodista finlandesa Pirkko-Liisa Stäl quien le pide sugerir a 5 o 6 escritores y poetas vivos como candidatos al Premio Nobel. Calvino responde:
Entre los grandes escritores reconocidos que aún no han recibido el Nobel, están Borges y Henry Miller. De los italianos, no puede olvidarse a Alberto Moravia, por toda la obra escrita desde 1929; […] Al mismo tiempo, el Nobel debería buscar escritores no tan conocidos, como el austriaco Thomas Bernhard que ya tiene estatura de “Nobel”. Otra elección justa y valiente sería el mexicano Juan Rulfo, que es un escritor de “Nobel” aun si solo ha escrito dos libros en su vida, lo cual es una prueba de su seriedad.
La relación con México se remonta a la historia familiar. Su padre, Mario Calvino, pasó una temporada aquí por asuntos de trabajo. Comulgaba con las causas revolucionarias. En una carta de 1978 dirigida a Angelo Tamborra, autor del libro Exilio ruso en Italia, 1905-1917, Calvino comparte los recuerdos de un padre anarquista en su juventud. Ahí refiere las persecuciones de las que fue objeto por la policía zarista y el viaje a México.
En 1909 partió hacia México, donde le ofrecieron la jefatura de la División de Horticultura de la Estación Agraria Central. Permaneció en México hasta 1917, integrándose a la primera fase de la Revolución, con Madero, para luego establecerse en Cuba y, en el ’25, regresar a San Remo.
Esto es más o menos lo que sé. Mi padre platicaba mucho cuando yo era niño y no tenía la capacidad de comprender o retener los detalles históricos más interesantes. De viejo lo hacía menos; me propuse animarlo a que me contara con detalle las aventuras de su vida (¡podrían darme material para más de una novela!), pero me tardé mucho […]. A los setenta y cinco años sufrió una trombosis, era demasiado tarde. Me quedó el remordimiento de no haber recopilado sus memorias.
Más allá de los nexos con México, la correspondencia de Calvino, sobre todo a partir de 1946, cuando se acerca por primera vez a la editorial Einaudi, es un extraordinario testimonio del diálogo y las reflexiones, tanto políticas como literarias, que sostuvo con escritores, editores y amigos. Cartas que revelan los motivos y aspiraciones sobre su quehacer literario. Tras la publicación de Entramos en la guerra, en 1954, le escribe a su colega y amiga Elsa Morante:
[…] Me importa mucho tu opinión —tú que has seguido toda mi labor— y me importa mucho este libro tan denso y de asuntos tan personales y, por primera vez, autobiográfico. La autobiografía es siempre para mí algo que se hace violentándose a uno mismo. Ahora quisiera llevar este sentido cabal y definitivo de las cosas y los sentimientos —esta verdad de la que hablas— a una historia de ficción donde pueda expresarme con total libertad […].
Cuando Primo Levi, en noviembre del ’61, le pide su opinión sobre los relatos reunidos en Historias naturales, Calvino aplaude el poder intelectual y poético de ese ingenio de origen científico-genético, para luego advertirle:
[…] Naturalmente, te falta aún la seguridad de la pluma del escritor que ha logrado un estilo propio; como Borges, que utiliza las sugerencias culturales más variadas y transforma todo lo que inventa en algo exclusivamente suyo, es decir, esa atmósfera extraña, sello que distingue las obras de grandes escritores.
Tras la publicación de Las ciudades invisibles, Pier Paolo Pasolini escribe una reseña en la revista Tempo. Calvino agradece en una carta escrita desde París el 7 de febrero de 1973. La carta revela el distanciamiento de una larga y sólida amistad.
Querido Pier Paolo:
apenas ayer leí tu bellísimo artículo y me hace feliz que la escritura todavía me traiga la sorpresa de un diálogo como este, un discurso como el tuyo, de reciprocidad directa e inteligencia vital, más allá de los tópicos previsibles del discurso crítico […].
Unas palabras sobre nuestro haber “dejado de sentirnos cerca” en los últimos diez años, más o menos. Más bien fuiste tú quien se alejó, no solo a través del cine, que es lo más lejano para el ritmo mental del topo de biblioteca en el que me he convertido […], sino que fue tu manera de apostar por la actualidad lo que provocó la separación […]. En esa actualidad, entendí que no había lugar para mí, y me mantuve aparte, tal vez haciendo bilis, pero quedándome en silencio […].
Lo que dices sobre mi imagen, que ha comenzado a diluirse, se corresponde muy bien con mis intenciones. Los muertos, al no estar más en un mundo en donde muchas cosas ya no les pertenecen, deben sentir una mezcla de despecho y de alivio, lo cual no es tan ajeno a mi estado de ánimo. No por nada me fui a vivir a una gran ciudad donde no conozco a nadie y nadie sabe que existo. Así logré tener un tipo de vida que era, al menos, una de las tantas vidas que siempre había soñado. Paso doce horas al día leyendo, la mayor parte del año […].
Recibe mi agradecimiento y saludos desde mi vieja amistad,
Tuyo,
Italo Calvino
En adelante, no se registra ningún intercambio epistolar con Pasolini, de quien solo hace mención en una carta dirigida a Giorgio Manganelli el 22 de enero del ’75 desde Turín. En ella lo felicita por su respuesta al artículo titulado “Estoy contra el aborto”, que Pasolini publicara en el diario Corriere della Sera. Calvino escribe:
[…] Cuando leí el artículo el domingo, me enojé tanto que sentí que nunca habría podido polemizar sin rebajarme a un nivel en el que le haría el juego. Me dije: no, con Pasolini la única manera es hacer como si no existiera.
Pocos días después, a quien sí le responde es a Claudio Magris, quien bajo el título “Los ingenuos”, exponía, en ese mismo diario, sus argumentos en contra del aborto.
[…] Traer un hijo al mundo tiene sentido solo si este hijo es deseado consciente y libremente por ambos padres. De lo contrario, se trata de un acto animal y criminal […]. En el aborto quien resulta masacrado, física y moralmente, es la mujer; para un hombre consciente, cada aborto es también una prueba moral que deja huella, pero ciertamente la suerte de la mujer está en condiciones tan desfavorables frente a la del hombre, que cada hombre antes de hablar de estas cosas debería morderse la lengua tres veces. Permíteme decirte que eres un inconsciente […]. Que estas cosas las diga Pasolini, no me asombra. En cuanto a ti, creí que sabías cuál era el costo y la responsabilidad de dar vida a otras vidas. Lamento que una diferencia tan radical en cuanto a cuestiones morales sustantivas interrumpa nuestra amistad.
Acaso todo epistolario es revelador y monótono a la vez, pero cada uno tiene la virtud de llevarnos a un plano de intimidad que nos permite apropiarnos del autor desde otro ámbito y, por supuesto, volver a ciertos libros desde ese lugar. La correspondencia publicada por Mondadori termina con una nota a la periodista María Corti, donde le hace algunas anotaciones relacionadas con una entrevista. La carta está fechada el 5 de septiembre de 1985. Un día después, Calvino sufre un derrame cerebral y muere el 18 de ese mismo mes.
La traducción de las cartas es de Guadalupe Alonso Coratella
AQ