Cómo revertir la era apocalíptica: la urgencia de revitalizar a Iván Illich

Ensayo

En sus libros hay una crítica a la modernidad y una noción totalizadora del prójimo.

Iván Illich, filósofo, quien durante muchos años radicó en México. (Foto: Wikipedia Commons)
Luis Xavier López Farjeat
Ciudad de México /

El 1 de octubre murió Jean Robert. Filósofo, arquitecto, activista social, un hombre enormemente generoso y un pensador inspirador y desafiante. Nació en Suiza, pero desde 1972 vivió en Cuernavaca. Entre 1973 y 1975 participó en el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), fundado por Iván Illich y Valentina Borremans en 1966. El CIDOC fue un centro “desescolarizado” en donde coincidieron numerosos personajes como Paulo Freire, Erich Fromm, Paul Goodman, André Gorz, John Turner, Gustavo Esteva y Jean-Pierre Dupuy, entre otros.

El pensamiento crítico emanado desde Cuernavaca forma parte de la historia intelectual mexicana y hace falta reconstruirlo y entenderlo desde su marginalidad. Referente obligado en la reconstrucción de esa etapa son las revistas hoy extintas Ixtus y Conspiratio, dirigidas por Javier Sicilia e impregnadas de illicheanismo, ghandismo y cristianismo. La desaparición de esas dos revistas menguó la herencia illicheana en nuestro país. Conviene preguntarse si no valdría la pena revitalizarla.

Illich es conocido por su crítica a la escuela, al automóvil, a la técnica médica y a otras “instituciones modernas”. Su crítica, intensa y radical, confronta y asusta a los más tradicionalistas. Varios le han leído mal y, por lo tanto, le han entendido poco. Es incómodo e irritante, fascinante y odioso. Sus ideas, siempre provocadoras, impiden al lector obstinado —aquel con muchas respuestas y pocas preguntas— reconocer la imperante sensatez de sus argumentos.

Illich escribió sus obras más conocidas entre 1971 y 1976: La sociedad desescolarizada, La convivencialidad, Energía y equidad, Alternativas y Némesis médica. Su actividad intelectual no se detiene ahí. En los ochenta publicó El género vernáculo, Ecofilosofías, El H2O y las aguas del olvido. En 1993 apareció En el viñedo del texto, un espléndido ensayo sobre la etología de la lectura a partir de un comentario a Hugo de San Víctor.

Illich murió en 2002. En 2005 se publicó The Rivers North of the Future. The Testament of Ivan Illich, una serie de conversaciones con David Cayley, con un prólogo del filósofo canadiense Charles Taylor. Se retoma en este libro la crítica histórico-filosófica illicheana a la modernidad. Sin embargo, Illich lo hace bajo una premisa teológica resumida por el propio Taylor: “la Modernidad no es ni el cumplimiento ni la antítesis del cristianismo, sino su perversión”. El análisis de la modernidad exige, en pocas palabras, la comprensión del cristianismo y su destino.

En la reciente traducción al castellano de Los ríos al norte del futuro, publicada por una joven editorial independiente (Alios Ventos), Jean Robert retoma y discute en el prólogo una tesis planteada por Giorgio Agamben en otro prólogo a otro volumen publicado en 2018, The Powerless of the Church, en donde se reúnen escritos tempranos de Iván Illich. La tesis plantea la posible continuidad entre el pensamiento teológico de Monseñor Illich y el pensamiento crítico de Iván Illich. Muchos lectores desconocen el pasado de Iván Illich como un teólogo prominente, admirado por Pablo VI. Tal parece que en sus obras de la década de los setenta, una vez que Illich había renunciado al sacerdocio, no se percibe influencia alguna de sus ideas teológicas. Agamben sostiene, no obstante, que existe continuidad entre las ideas teológicas concebidas al interior de la iglesia y las ideas críticas formuladas fuera de la iglesia (o cuando menos en las márgenes: hasta su muerte la iglesia reconoció el rango de Iván Illich como Monseñor).

¿Existe o no un continuum entre esos dos momentos? Agamben sostiene que sí. Jean Robert nos dice que en cierta forma sí y en cierta forma no. En el Post Scriptum de la edición en castellano, Gustavo Esteva apunta que una discusión de este tipo conduciría a un debate altamente técnico “poco pertinente” dadas las circunstancias por las que atraviesa el mundo. Algo de razón podría tener: ¿cómo revitalizar, reinsertar, recolocar, sin anacronismos, el pensamiento de Iván Illich? ¿Cómo revivir sus ‘alternativas’ en estos momentos en donde al parecer el desencanto ante el progreso y la civilización se agudiza cada vez más? ¿Cómo reavivar la imagen del otro —los otros— como mi prójimo en un entorno egoísta y violento, tendiente a tecnologizarlo absolutamente todo, en donde los demás —migrantes, pobres, infectados de covid-19— son vistos como una amenaza?

Los ríos al norte del futuro revisita varias de las reflexiones críticas bien conocidas de Iván Illich. Su espíritu hondamente cristiano es evidente. Se trata de un cristianismo desde el cual se reconoce como una verdad esencial que todo ser humano es nuestro prójimo. Pero el amor al prójimo —amor que es un don— “se corrompe al definirse como algo susceptible de ser institucionalizado, como algo que las instituciones caritativas pueden hacer mucho mejor que un montón de individuos cristianos”. Es esa ‘ley subjetiva’, el núcleo de las enseñanzas de Cristo, la que se ha corrompido. Se ha desdibujado al interior del propio cristianismo, se ha transformado en mero moralismo o heroicidad narcisista, se ha vuelto incluso una consigna política. El amor al prójimo es ahora un precepto banal. Triunfó esa horrenda tendencia a legislar, normar, administrar el amor. La parábola del samaritano se pervirtió. El “buen samaritano” se malentiende, alega Illich, como el auxilio al “amigo en la necesidad”. Ese no es su sentido correcto. La mejor forma de entender la esencia de esa parábola es imaginando a un palestino sirviendo a un judío herido. El amor a los otros excede nuestras preferencias étnicas, políticas, sociales, religiosas, sexuales, etc. Todos son el prójimo. Jesús destruye la “decencia ordinaria”: también hay que auxiliar al “enemigo”.

Imposible hacer a un lado el trasfondo teológico de los planteamientos de Iván Illich: nuestro mundo, sostiene, sólo puede entenderse cabalmente como una perversión del Nuevo Testamento, no vivimos en un mundo post-cristiano sino en un mundo apocalíptico. El exceso de institucionalidad, el control sistémico, los abusos tecnológicos, representan un desafío para el futuro de la humanidad. ¿No es cierto que el papel de las instituciones educativas tendrá que replantearse? La tecnología se ha vuelto un artículo de primera necesidad. Sostiene Illich que lo propio de una herramienta es que es algo separado de nosotros mismos: podemos usarla o no usarla, tomarla o dejarla. ¿Son realmente herramientas nuestros teléfonos y computadoras? ¿Qué nos ha revelado esta pandemia sobre los servicios de salud? ¿Está desahuciado el Estado? ¿Habrá que transformar el modelo económico? No se trata de dar la razón a Iván Illich, sino de plantear alternativas para enfrentar nuestras tremendas circunstancias. Tal vez sea posible revertir la era apocalíptica. Buscar alternativas genera “ansiedades que amenazan la paz del sueño”.

Luis Xavier López Farjeat

Filósofo y ensayista. Investigador nacional nivel 3.

Twitter: @piunsky

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