J. M. Coetzee: la literatura y las matemáticas

Mis días con los Nobel

De joven, Coetzee desarrolló habilidades en las matemáticas. Algún tiempo se ganó la vida en el Reino Unido como programador. Para él: “Las matemáticas son una buena manera de descifrar el mundo de las formas”.

J. M. Coetzee, autor sudafricano, recipiente del Premio Nobel de Literatura en 2003. (Foto: Araceli López | MILENIO)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

Fue durante una comida en honor de Susan Sontag, a quien esperábamos con ansia. Entre los invitados estaban Paul Auster y Carlos Fuentes. Coetzee se hallaba sentado en la sala, cuya vista hacia el jardín de la casa lo mantenía absorto. Sobre la mesa de centro había un plato de talavera con canicas de cristal, algunas de colores encendidos. Me acerqué a saludarlo. Salió de su ensimismamiento y se puso de pie. Antes de regresar a su lugar extendió un brazo hacia el plato, tomó un puñado de esferas y se las llevó a la boca. Apenas me dio tiempo de advertirle que no eran dulces, sino agüitas, tréboles, ágatas. Abrió más los ojos, infló los cachetes, pero antes de atragantarse consiguió devolverlas sobre una servilleta de papel que abandonó junto al plato. ¿Estaba frente a un vegetariano duro? Tal vez, aunque, sin duda, algunos de sus personajes son canicas duras de masticar y sus historias, difíciles de digerir. De hecho, el Premio Nobel de Literatura de 2003 es vegetariano por razones estéticas, a pesar de haber escrito la “Ética de comer”, una mirada gandhiana a nuestra relación con los animales como alimento. Según el líder indio, la grandeza de una nación y su progreso moral pueden medirse por la manera como trata a sus animales.

Le recordé su interés por las matemáticas. De joven, Coetzee desarrolló habilidades en esta disciplina. De hecho, algún tiempo se ganó la vida en el Reino Unido como programador. “Las matemáticas son una buena manera de descifrar el mundo de las formas”, me dijo. Matemáticas y literatura, las dos formas nobles de aproximarse al mundo sin perder la cordura en el trayecto. Años más tarde, se empeñó en inventar una disciplina heterodoxa: la Estiloestadística. ¿Qué es?, le pregunté. “Existen características estilísticas de un texto que es posible cuantificar; están, por ende, sujetas a un análisis numérico que puede ayudar a alejarnos de la subjetividad, tan acendrada en la crítica y la investigación literarias convencionales”. Quedaba claro para mí que él no veía con buenos ojos la vaguedad poética, el condensare, como quería Ezra Pound.

¿Cuál es su mayor anhelo? “Convertirme en uno de esos pensadores que, mientras duermen, resuelven problemas reales”. ¿Digamos, Newton? Coetzee esbozó una sonrisa, asintió. No olvidemos que, por ejemplo, en Esperando a los bárbaros, existe una necesidad de tender puentes entre las lenguas naturales y los lenguajes cifrados, “enclaustrados”, ha dicho él, como lo intentó el autor de los Principia. Sin embargo, eso no le impide a Coetzee cuestionar la convicción de Newton, según la cual las matemáticas pueden predecir todo el comportamiento del Universo. Quizá nuestra imagen, nuestra representación de lo que acontece en él posee otro orden de “privacidad”, esto es, se encuentra encriptado en un lenguaje distinto al de nuestras matemáticas, aún por descubrir. No es la opinión de un ingenuo idealista, sino la de un genuino escéptico, afirma Peter Johnston (U. de Londres) en su estudio “Presences of the Infinite. J.M. Coetzee and Mathematics”. Coetzee me habló de una biblioteca diferente a la borgiana, una donde los libros que realmente fueron concebidos, escritos y publicados están ausentes, incluso de la memoria de los bibliotecarios. En lugar de lanzarse en pos de las partículas que se bifurcan, indaga en el vacío absoluto. “La imaginación no debe ser desbordada, clisé pequeñoburgués”, me advirtió, “sino controlada, reconociendo que un testigo no puede ejercer control absoluto sobre lo que sucede en ese universo novelístico”.

¿La verdad yace sumergida en un pozo profundo? Estudiosos de la literatura han expuesto las conjunciones y disyunciones entre la obra de Robert Musil, los números imaginarios y las novelas del hombre espigado, aunque no de gran estatura, que tenía enfrente. Puso énfasis en su devoción por Samuel Beckett. Le pregunté si creía que, además de Daniel Defoe, Robert Louis Stevenson tuvo influencia en sus novelas, dada esa manera de escribir acerca de claroscuros en el proceder humano, de gente que vive en un submundo, de las tenebrosas ambiciones que nos distinguen como especie. No dijo nada, solo volvió a sonreír.

Su novelística, inscrita en la literatura del cuerpo, nos permitió recordar plumas agridulces, como las de Nabokov, Kafka, Conrad. “Fueron genuinos exploradores de las emociones humanas”, aseveró. “Nos muestran sin dilaciones el dilema de lo que significa ser libre o simplemente un escapista, en una sociedad que no sabe dónde termina la civilización y dónde inicia la barbarie”. No parecía una persona carente de pasión ¿Muy contenido? Quizá. Entonces apareció la señora Sontag.

​AQ

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