Lo conocí en el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN), localizado en Suiza. Jack fue alumno del genial y polémico Enrico Fermi en Chicago, antes de andar de aquí para allá y, finalmente, mudarse a Ginebra. Luego de la generación fundadora del CERN, en 1954, la de Niels Bohr, Sir George Thompson y Werner Heisenberg, apareció la generación de Jack Steinberger.
Antes de encontrarme con él caminé por los jardines de esta ciudad escéptica, donde nada se da por sentado y todo está sujeto a comprobación experimental. Me detuve frente a un artefacto que ha estado ahí por décadas y resume en su historia parte de lo que Jack hizo para ganar el Nobel. Me refiero a la EBBC (Gran Cámara de Burbujas Europea), detector que parecía haber sido diseñado para una película retro fantástica. Consta de un tanque metálico en forma de cilindro, con un radio de 3.7 m, que en su momento estuvo lleno de hidrógeno líquido enfriado a -173 oC. Cubre la cámara una campana de vacío, cuyo objeto era evitar que la temperatura del hidrógeno se elevara. Fue construida en la década de 1970 a fin de satisfacer las necesidades de detección de las partículas de altas energías emanadas de los nuevos y cada vez más grandes aceleradores. Este ingenio de la paciencia humana ayudó durante poco más de diez años a descifrar la cascada de entidades subatómicas que cruzaban su tanque en una billonésima de segundo.
A Jack le gustaba trasladarse en bicicleta al CERN. “Así como no pude resistir el encanto de la experimentación, tampoco me es posible evitar el enorme placer de deslizarme por mi propio esfuerzo”, me confesó. ¿Pedaleando encontró su propio camino a la teoría y de vuelta a la experimentación? “Bueno, esas cosas son más azarosas de lo que uno piensa”, respondió. “En realidad, yo deseaba hacer física teórica, pero terminé aceptando la sugerencia de Fermi. Se trataba de un experimento de muones provenientes de rayos cósmicos en el que habían trabajado dos investigadores del MIT, Rossi y Sands. Fermi me pidió que indagara más sobre ese asunto con Rossi, pero éste se encontraba muy ocupado, de manera que Enrico me instó a abordarlo por mi cuenta. Diseñar y montar el experimento tomó menos de un año. Podía hacerse en Chicago, que se encuentra a nivel del mar, aunque era mejor llevarlo a cabo en las montañas. Fermi me facilitó todo para ir hasta Colorado. Si requería de algo en electrónica avanzada, él se las arreglaba para conseguirme un buen técnico. Hacia fines de 1948 demostramos que el muón decaía en tres cuerpos, un electrón y dos neutrinos. Esto ayudó a sentar las bases experimentales en favor del concepto de una interacción débil universal. Recuerdo que cuando el proyecto había terminado y estaba escribiendo una versión preliminar del artículo, Fermi me dijo: ‘Jack, espero que nunca te olvides de este fenómeno’. Seguí su consejo, aunque debo decir que él era muy cuidadoso de no aconsejar y sermonear”.
Steinberger también fue un melómano empedernido. Le gustaba tocar la flauta, si bien reconocía sus limitaciones. En su casa organizaba tertulias maratónicas, en las que músicos aficionados y profesionales interpretaban piezas de Bach, Beethoven, Vivaldi durante toda la tarde y hasta entrada la madrugada. Recuerdo lo que me comentó durante una de esas veladas a propósito de la imaginación aplicada a la cacería de partículas subatómicas. “Si uno se pregunta: ¿cuál es el sentido de todo esto?, entonces tiene que regresar a la escuela y aprender de qué sirve un concierto escrito por Mozart”.
Otro día, a la hora del café matutino en el restaurante central del CERN, le pregunté si creía que un grupo de jóvenes estudiantes, así como una comitiva multinacional de políticos y empresarios, todos ellos sentados en mesas cerca de nosotros, serían capaces de apreciar la época analógica, romántica, predigital de la física de altas energías. “Sin duda, tienen la capacidad”, replicó Jack, “pero quien no posea la sensibilidad necesaria para curiosear más allá de su loable doctorado o de su puesto emprendedor, quien no tenga más de dos dedos de imaginación, está frito".
La obra magistral de Jack fue convertir un fantasma, el neutrino, en una clave para el avance y consolidación de la física que explora el interior del átomo, luego de décadas de largo y complejo ir y venir entre la teoría y la escena experimental. Puesto que casi toda la materia es indiferente para los neutrinos, podemos imaginar la dificultad a la hora de medir su interacción. De vez en cuando, un neutrino llega a chocar con un quark dentro de algún nucleón, ya sea un protón o un neutrón. En los experimentos con neutrinos la escasez de colisiones se ve de alguna manera compensada por la intensidad del haz de neutrinos. Incluso desde los primeros experimentos, el número de neutrinos alcanzó varios cientos de miles de millones. La probabilidad de una colisión también aumenta con la energía de semejantes partículas escurridizas.
Jack obtuvo el Premio Nobel de Física en 1988, junto con Leon Lederman y Melvin Schwartz, por haber aclarado, más de veinte años antes, diversos aspectos concernientes a lo más profundo de la estructura, características dinámicas y comportamiento de la materia. El método que ayudaron a diseñar y poner en práctica permitió alcanzar muy altas energías en los aceleradores de protones, revelando sus entrañas. Durante la época en que Jack y sus colegas de Columbia diseñaron un método para emplear un haz de neutrinos, a principios de la década de 1960, aún se desconocía el concepto de quark, y cuando se hizo evidente la existencia de estas entidades esenciales el método inventado por ellos siguió siendo de enorme valor.
“Domar” el neutrino tomó varias décadas. Antes del trabajo de Lederman, Schwartz y Steinberger, aunado al de algunos otros, entre ellos quienes hicieron posible el desarrollo de estos talentos, no existía un método experimental para el estudio de las fuerzas débiles dentro del átomo. Otra de las aportaciones cruciales de Jack fue de índole más teórica, y supuso el descubrimiento de que al menos existen dos tipos de neutrinos, uno asociado al electrón y otro al muón. El muón es una partícula elemental, relativamente pesada, detectada por primera vez durante los experimentos con rayos cósmicos realizados en la década de 1930.
¿Qué recuerdo tiene de Fermi?, interrogué. “Lo conocí en la Universidad de Chicago, en donde él impartía clases y yo era un estudiante al terminar la Segunda Guerra Mundial”, contestó. “Más allá de su enorme inteligencia, me impresionó su sensibilidad científica y social. Entendía mejor que nadie lo que estaba pasando en la ciencia y en la vida; era un hombre sencillo, dedicado a su trabajo. Otra virtud característica de él era que no necesitaba del elogio de los demás para saber que lo que estaba haciendo era valioso. Sabía reconocer en otros el talento para la física, y muchos de nosotros seguimos el camino de lo que más tarde se llamaría física de altas energías motivados por su manera brillante de encontrar soluciones a problemas complejos. Si le interesaba un enigma, trataba de comprenderlo todo, con paciencia”.
Aun así, su propio interés por la teoría no decayó, comenté. “No”, repuso Jack. “Cuando intenté mudarme al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en Nueva Jersey, donde había encontrado una oportunidad de hacer algo teórico, Fermi no trató de disuadirme para que me quedara en Chicago, incluso a sabiendas de que el director de Princeton era Robert Oppenheimer. Fermi no simpatizaba con él. No obstante, cuando Oppenheimer tuvo problemas durante la enloquecida era de McCarthy, Fermi salió en su defensa. Respetó mi decisión y me fui a Princeton”.
Jack no congenió con Freeman Dyson ahí. ¿Fue un año perdido?, quise saber. “Sí, pero no por culpa de Dyson, con quien jamás tuve problema alguno. De hecho, era un buen amigo y su inteligencia y capacidad estaban muy por encima de todos nosotros. Lo que pasó fue que no pude acoplarme a ninguna investigación teórica, ni de Dyson ni de ningún otro”. Eso lo llevó de regreso a su estado natural, a su estado salvaje, la experimentación, le recordé lo que alguna vez había afirmado. “¿Eso dije?”, replicó. Asentí. “Bueno”, siguió, “como quiera que sea, al final encontré un asunto que me hizo sentir que no había perdido el tiempo del todo. Tenía que ver con el decaimiento de muones a través de nucleones intermediarios. Aún recuerdo lo contento que se puso Oppenheimer cuando me vio finalmente con algo útil que hacer”.
Su salida de Berkeley fue prematura, ¿por qué? “Apenas un año después de mi llegada a California se me pidió firmar una perniciosa carta de lealtad anticomunista, a lo cual me negué. El verano de 1950 me fui a la Universidad de Columbia, en Nueva York”. El año de 1961 tuvo un significado especial para Jack. “Sin duda”, rememoró, “pues luego de una larga serie de afortunados experimentos con la cámara de burbujas me dediqué a otro asunto, por sugerencia de Mel Schwartz. Junto con Lederman y otros llevamos a cabo el primer experimento utilizando un haz de neutrinos de alta energía, por lo cual se nos dio el Premio Nobel.
En 1968 Jack se incorporó al CERN. Su estancia aquí resultó ser muy fructífera, pues trabajó intensamente en la construcción del LEP, anterior al LHC, máquina aceleradora que empezó a operar desde 1989 hasta mayo de 2000. ¿Qué momentos recuerda con mayor vividez?, le pregunté. “Cuando llegué aquí Georges Charpak acababa de inventar las cámaras de alambres proporcionales, y este artefacto permitía estudiar con mayor amplitud el decaimiento del kaón (K0), asunto al que me había aficionado casi de manera obsesiva. Los experimentos posteriores pusieron bases cuantitativas para la teoría de cromodinámica cuántica (QCD), así como para ciertos aspectos del mecanismo GIM. En 1986 me retiré, aunque aún sigo viniendo en bici casi todos los días a mi oficina de CERN”.
Como los neutrinos, usted está y no está, bromeé. “Estoy, seguro de que estoy”, concluyó.
AQ