Ciertos momentos de la historia se sostienen sobre paradojas. Es el caso de los años de la República de Weimar, ese periodo comprendido entre el crepúsculo de 1918 y el albor de 1933.
Incapaz de sostener la monarquía tras el descalabro de la Gran Guerra, la exhausta y desvalida Alemania depositó sus esperanzas de supervivencia en un modelo democrático que, ya desde su origen, estaba sitiado por crisis, tensiones y amenazas latentes. Este maremoto de inestabilidades preludió el ascenso del nazismo y uno de los episodios más oscuros de la humanidad.
No obstante su trágico final, la República de Weimar fue próspera en producción artística, científica y filosófica. Son los años de Einstein y Freud, Bertolt Brecht y Fritz Lang, del dadaísmo, el expresionismo, la Bauhaus, el cabaret y la ruptura de la tonalidad en la música, entre otras innovaciones culturales. Para el escritor y analista Jacobo Dayán, se trata de “una explosión sólo comparable con el Renacimiento italiano”.
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En su nuevo libro, República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento, sugiere que nuestro presente “empieza a parecerse mucho, y de manera preocupante, al mundo de los años veinte y treinta del siglo pasado”. Existen, asegura, paralelismos que sustentan esta tesis. “El mundo de hoy, y en buena medida México, presenta síntomas similares a los de esa época en la que el dolor y el lamento eran cotidianos”.
¿El fracaso de Weimar tiene algo que decirnos sobre el porvenir mexicano? En la antesala de las elecciones presidenciales, ¿nos alertan de algún modo estas similitudes?
Para conversar sobre este libro, Dayán recibe a Laberinto en su oficina del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, que dirige actualmente.
¿Qué similitudes encuentras entre el contexto actual y las circunstancias de Weimar?
En todo el mundo, cualquier democracia en crisis tiene elementos en común con Weimar: una sociedad polarizada y crispación política. En una democracia como la mexicana, vemos además otros elementos: la importancia del ejército para el ejercicio de gobierno, un proyecto político que empieza a girar alrededor de las Fuerzas Armadas (como empezó aquí con Felipe Calderón), el uso faccioso de la de la justicia, bandas del crimen organizado, violencia de género, asesinatos políticos. Por otro lado, en Weimar hubo factores que no tenemos ahora, como las brutales crisis económicas que vivió Alemania, o la crisis de la Bolsa en 1929, que llevó a millones de personas al desempleo.
¿A qué obedece la explosión artística de esos años?
Es el resultado de la crisis, que es un gran elemento de inspiración creativa, y también de la transformación de una sociedad que ha perdido las ataduras. Perdió la rigidez que tenía y experimentó de manera muy tardía la democracia. A mí me interesaba explorar cuál fue la mirada de estos de esos grandes pensadores, artistas y científicos. Descubrir cómo veían el desmoronamiento de la democracia y el ascenso del nazismo desde esa mirada, y cómo lo plasmaron en su obra. Lo dice Simon Rattle —y lo cito en el libro— los artistas son como un sismógrafo que mide los movimientos telúricos que hay en una sociedad, aunque todavía no sean muy evidentes para la mayoría.
Estos pensadores y artistas tenían un profundo compromiso político.
Esa es una cosa importantísima. Hay una carta que le manda Brecht a la joven promesa de la música alemana de esos años, Paul Hindemith, donde lo critica por no tomar ante la convulsión social, económica y política. Sobre todo ante la violencia que estaba ocurriendo en Alemania. Y le dice: “El arte no es una arca con la cual puedes atravesar la tormenta; tienes que tomar partido”. Esa generación tomó partido. La gran mayoría desde la izquierda, pero hay personajes que se fueron moviendo en el espectro. Por ejemplo, Thomas Mann, que al principio de la República todavía se sentía monarquista. Algunos otros mantuvieron cierta distancia con el comunismo, pero siguieron hablando de la democracia. Y todos pusieron el énfasis en la pobreza, la desigualdad y la violencia.
¿Percibes una falta de compromiso social entre creadores de la actualidad?
No me parece que haya una falta de compromiso. Diría que hoy tenemos menos, pero no toda la comunidad artística es ajena a la problemática que se vive en México y el mundo. Lo que ocurre es que no está en el mainstream. Por otro lado, habría que hacer una autocrítica: no es un problema nada más de la comunidad artística, también lo es de quienes programan y quienes gestionan la cultura y arte. Sí se produce arte de este tipo en México, la pregunta es qué tanto se programa, qué tanto se exhibe, cuál es el papel de las distribuidoras de cine, de los espacios televisivos o radiofónicos. Desde la UNAM —en el MUAC, el Chopo, nosotros en el CCU Tlatelolco— estamos permanentemente hablando de estos temas. Sí hay mucha producción, pero me parece que está en los márgenes.
¿Con qué objetivo planteas estos paralelismos? ¿Conocer el pasado de Weimar ofrece soluciones prácticas a nuestro presente?
Yo no planteo que vayamos hacia allá, y en el libro lo reitero. No digo que estamos repitiendo la historia y que vamos a terminar en un totalitarismo brutal. Sin embargo, sí me parecía importante dejar muy claro que las democracias no lo aguantan todo, que no hay democracia sin demócratas y que jugar con ciertos elementos como los militares, la impunidad, las violencias, la pobreza y la corrupción, tiene costos brutales.
Cierras este libro con una reflexión muy poco esperanzadora.
La sensación que tengo al final del libro es que hay algo quebrado en nuestro sistema al interior de los países, y afuera parece que no hay nadie a cargo. Los Estados como lo conocemos están en crisis. Se enfrentan a problemas cada vez más complejos en un mundo más articulado que requiere soluciones imposibles de implementar desde lo local. El Estado no va a poder resolver el cambio climático, la migración o la violencia en el mundo. Hoy tenemos, por un lado, estados en crisis incapaces de resolver los grandes problemas de la gente a pie, y por otro tenemos problemas globales con un sistema multilateral quebrado. ¿Qué peso tiene la ONU en el mundo de hoy? Cada vez se parece más al Vaticano. Se encarga de decir el “deber ser”, pero acaba haciendo simplemente declaraciones morales.
En la antesala de las elecciones presidenciales de 2024, ¿cuál es tu mirada hacia el porvenir mexicano?
Estamos entrando a una elección pretendiendo una normalidad democrática en el país. Y esto no corresponde solamente al sexenio López Obrador, hay que levantar más la mirada. ¿De qué democracia hablamos en un país con 99 por ciento de impunidad, con 4 mil fosas clandestinas? ¿Vamos a ir a una elección sabiendo que buena parte del territorio nacional está controlado por agentes no estatales armados que tienen vínculos con la clase política, donde buena parte de la sociedad está pagando un doble impuesto a la criminalidad por extorsión, cobro de piso? ¿De qué democracia hablamos con más de 100 mil personas desaparecidas? Lo que quiero decir es que estamos pretendiendo vivir en una realidad que no vivimos. Si al centro de la discusión no están la violencia y la impunidad, la pérdida de control territorial, la presencia de grupos que están arrebatando recursos y territorios a la población, me parece que es un pensamiento mágico ir a votar por presidentes municipales y congresos. ¿Estamos esperando ir a votar y que esto se resuelva mágicamente mientras continuamos con una erosión democrática como la que se vivió en Alemania hasta que esto sea insalvable? Me parece que esa discusión no la hemos querido tener desde hace varios sexenios. Vamos a una elección con una democracia cada vez más débil. Habría que tener un piso mínimo de justicia y seguridad. Eso requiere de un acuerdo entre sociedad y gobierno, entre todos los partidos políticos. No lo vamos a resolver en un solo sexenio.
ÁSS