Javier Pérez Andújar ganó el premio Herralde de Novela 2021 con El año del búfalo, aunque para el escritor español sea un libro inclasificable, que no hay modo de llamarlo novela, pero enmarcado en la irreverencia y el humor, fiel a toda la obra del autor del Diccionario enciclopédico de la vieja escuela.
A partir del horóscopo chino que da título al libro, Pérez Andújar aborda la historia de cuatro artistas de una generación, que quedan confinados en un garaje, y de un ficticio escritor finlandés, Folke Ingo, que cuenta sus andanzas, mientras el autor intercala “psicofonías” sobre líderes que terminan en dictadores.
Pérez Andújar (Adrià de Besòs, 1965) dice que le encantaría que se leyera toda su obra en México, un país al que conoce por su literatura.
“He sido muy lector de la literatura mexicana; escritores como Carlos Monsiváis me han marcado el estilo y la manera de pensar, por ejemplo, la cultura moderna. Y sería un privilegio que la gente pudiera disponer de mis libros en México. Nunca he podido viajar a México, no soy un gran viajero. Claro que me encantaría estar en la Feria del Libro de Guadalajara. Juan Rulfo es para mí muy importante. Además, no lo leí como lector sino como estudiante porque estudié Filología Hispánica, y era una literatura obligatoria en los dos años de Literaturas Hispanoamericanas, y para mí fue determinante Rulfo, es uno de los escritores que me marcaron. Es muy ridículo decir que te ha marcado un escritor, porque parece que lo vas a imitar, pero no es eso, nunca se está a la altura de los que te marcan, pero sí que te dejan huella y los llevas dentro. También me gustan Gabriel Zaid, Jorge Ibargüengoitia y, evidentemente, los que estudiábamos, Octavio Paz...”, dice en conversación telefónica desde España.
—Su libro gana el Herralde de Novela, pero usted mismo dice que no hay manera de llamarlo novela. ¿Qué es?
¿El libro o la novela?
—Ambos.
El libro es una novela y una novela no sé lo que es. Una novela puede ser por eliminación lo que no es poesía, lo que no es un ensayo científico, un relato corto; cualquier cosa donde quepa algo que no tiene género es una novela. Y, en ese aspecto, El año del búfalo es una novela por eliminación, porque no tiene otro remedio. Es una novela quizás sin personajes, protagonistas, pero es un protagonista la acción en sí, lo que va sucediendo va arrastrando la parte dramática que se cuenta, sin necesidad que la protagonicen personajes determinados durante todo el libro.
—Uno de sus personajes se pregunta si un poeta es narrador y él mismo se contesta: “A lo mejor solo existe escribir”. ¿Es eso para usted? ¿Es solo escribir?
Sí, no es únicamente, pero es principal. Es exclusivo en tanto que es auténtico, el arte de escribir, dejarse arrastrar por la escritura y a la vez provocarla, es el acto literario en esencia. Lo otro puede que sean concesiones o cesiones a las etiquetas, a las formas predeterminadas, pero lo esencial es el acto de escribir, lo demás es la forma, lo importante en el sentido de los géneros, pero quizás me quedo con el impulso físico de estar escribiendo que va generando la literatura. Luego, ahí el control voluntario del artista que le va dando forma de lo que sea, pero a veces lo que quieres es ejercer el acto de la escritura como literatura en sí, no quieres que tenga una forma muy etiquetable, porque quieres mostrar en sí la autenticidad del compromiso de sentarte a escribir y dar lo que piensas, lo que tienes.
—Hay muchos personajes en El año del búfalo, incluso el mismo búfalo chino termina siendo un personaje dramático. ¿Cómo mantener el control de tantos personajes? O como decimos en México, ¿cómo no hacerse bolas?
Sí, tiene razón que puede parecer complicado, pero en realidad es solo sentido del ritmo, es darte cuenta de que te haces pesado, de que lo que querías decir ya lo has dicho. Y a partir de ahí evitando cada personaje en tanto da de sí. Si da de sí para diez líneas, las da; y si da para una página, las da. Es intentar que se mantenga el ritmo de escritura, y por tanto de lectura, por acumulación de lo que va sucediendo. No hay un entramado psicológico ni narrativo, solo un entramado; es decir, es algo como si el libro fuera algo parecido a la pintura matérica: lo importante no es lo figurativo, lo que se representa, sino la materia con la que se trabaja, el material, la noticia, el reportaje, la semblanza, la metáfora; elijo un sistema de escritura muy metafórico, o por lo menos comparativo, con imágenes. No suponía ninguna dificultad para mí trabajar con un registro tan amplio de personajes y de situaciones porque el único interés, o necesidad que tenía es que mantuviera un ritmo de lectura, y luego estaba plenamente conciliado en que por la acumulación el lector entendería lo que pasaba, no hace falta que entienda en las situaciones algo concreto, sino que entienda un punto de vista, un estado de ánimo.
—Sus personajes quedan encerrados en ese garaje, en 1973, un poquito al estilo de El ángel exterminador de Buñuel. Usted termina la novela y la presenta al premio en 2021, en plena pandemia. ¿Influyó la pandemia en esta situación o fue algo profético que ya traía al confinarlos?
Ya la tenía de hacía muchísimo tiempo, de hace más de 20 años, 25. En la idea original había cuatro personajes encerrados en un garaje, que son los que aparecen aquí en la novela. Lo que sí es cierto es que me puse a trabajar en el libro durante la pandemia, y sí que notaba que había una correlación entre lo que sucedía y lo que estaba contando, y la aproveché. Era muy consciente de que estaba confinado en mi casa y de que los personajes también estaban confinados en un garaje, que todo mundo estaba confinado en su casa. Y así, por ejemplo, cuando tenía que decir que tal dictador o tal guerrillero había sido encerrado en prisión, decía que había sido confinado en la cárcel, utilizaba la palabra “confinar” recurrentemente porque quería que el momento en que escribí el libro quedara manifiesto en sus páginas. Pero la idea de cuatro personas encerradas es previa al confinamiento por la pandemia.
—Ese 1973 recurrente casi siempre lo cita usted con tragedias. ¿Por qué fue tan importante ese año para usted en lo personal?
No lo sé, creo que por una asunción del uso de la razón. Bueno, yo tendría 8 años en el 73, pero, de algún modo, tenía conciencia de lo que sucedía, una conciencia infantil pero una conciencia de la realidad, porque leía los titulares de los periódicos que compraba mi padre, yo no los compraba, evidentemente; ponía la televisión y los informativos daban las noticias, y todas las noticias que yo leía me descubrían el mundo que empezaba a despuntar, a descubrir. Y es con ese material primero del descubrimiento del mundo con el que he escrito el mundo, ese año 73, que ya de por sí tiene mucho calado histórico porque es el año que sucede la crisis del petróleo, que es quizás la primera crisis energética reconocida donde los países se dan cuenta que se acaban las energías, se acaba el petróleo, es la cuenta atrás medioambiental y energética y económica en la que estamos cada vez más de pleno.
Y también es la época en que se petrifica un desencanto que había sucedido al optimismo del hippismo, del sesentayochismo, cuando una vez pasados el 68, todos los ideales, primero tomados de las vanguardias de los años 20 y 30, y luego de las décadas de los 60, el progresismo que no acaba de lograr su meta, y se convierte en decepción. En Europa, en los años 70 se crea un estado de la situación que se llama “Los años de plomo”, la gente que había sido optimista, se vuelve pesimista, y algunos recurren a la violencia. Y aparecen los grupos terroristas. Y toda esa violencia que hay alrededor del año 73 también la fui captando y me fue impregnando. En realidad, como todo libro, para mí es una catarsis, una manera de viajar al interior de mí, y una especie de psicoanálisis, no de psicoanálisis, sino de entender qué me pasa y descubrir los rudimentos que me hacen funcionar.
—Usted menciona en una de sus psicofonías que “el petróleo es el ser del inframundo que más muertos ha causado en la historia contemporánea”. ¿Por qué darle una categoría de humanidad, de personaje, al petróleo en su novela?
Sí, de criatura mitológica. Porque, en realidad, el petróleo es el producto de la petrificación y descomposición de seres vivos, de las plantas... Y, en realidad, sí que tiene derecho a ser criatura. Y ha sido protagonista de un momento histórico, aún lo sigue siendo, desde su aparición. Y ha sido el oro negro. Si el mineral mitológico por excelencia de la humanidad hasta el siglo XX ha sido el oro, el oro va ligado al inframundo, al mundo de los muertos, porque se extraía de debajo de la tierra. De repente, el petróleo que está en el mismo sitio que el oro, debajo de la tierra, le sustituye en importancia y relevancia, quizás no en mitología, porque claro no vas a comparar cuatro mil años de historia, cinco mil, con un siglo, pero sí en incidencia histórica y la capacidad de mover el mundo, lo que somos.
—Maneja mucho la historia, justo en sus “psicofonías”. Me pareció que el personaje más fuerte de su libro es justamente la Historia. Pero al mismo tiempo usted descree de la historia, lo menciona en algún momento, incluso se burla de aquella famosa frase y dice: “quien no conoce la prehistoria está condenado a repetirla”. ¿Por qué esta relación literaria suya con la historia?
Te agradezco que le des la calidad de historia a la serie de psicofonías. Para mí, más que historia, son noticias, sabes, no tienen bien el estudio del historiador, nomás es una recopilación de noticias que sucedieron hace tiempo y han pasado a la historia, eso es cierto. En realidad, muestran un patrón todas. Es la historia de una conducta o un patrón, que es la de la persona o grupo de amigos, o la gente que quiere liberar a sus semejantes y acaba convirtiéndose en el tirano de ellos, eso es un patrón. Que me daba miedo cuando se escribía, y ahora mismo que salió el libro, que se pueda interpretar como una crítica aprovechada a las revoluciones, a la pasión revolucionaria y a la necesidad revolucionaria de las personas y de los grupos de personas. No es una crítica, sólo es el horror ante la posibilidad de ese patrón y ante la evidencia de ese patrón.
Por otra parte, yo creo que la prehistoria es más importante que la historia, de hecho, cuando hice la broma esa que has citado, la hice completamente en serio. Hay que conocer la prehistoria, no podemos no conocerla. De algún modo, así como Freud decía que en la infancia, en los cuatro primeros años del individuo está su carácter, su estructura mental se va a configurar, en nuestra prehistoria nos configuramos, de hecho, es mucho más. Así como la infancia pueden ser cuatro años de la edad de una persona de ochenta o de 90, la prehistoria, el paleolítico, es mucho más largo, ocupa mucho más tiempo en la historia de la humanidad, en el desarrollo de la humanidad, que lo que conocemos por Historia. Piensa que las primeras pinturas rupestres tienen 60 mil años, nosotros estamos hablando ahora de los últimos dos mil o cuatro mil como conocimiento de lo que somos. Pues imagínate los 55 mil años anteriores. Ese larguísimo periodo de la evolución humana, de la historia de la humanidad, es cuando nos conformamos y somos lo que somos, desde aquel momento, no desde la escritura sino desde antes. Por eso para mí es tan importante la prehistoria.
—Su título de El año del búfalo también lo remite a esas pinturas, no solo al horóscopo chino. Esa relación que tuvieron los primeros pobladores humanos con estas figuras míticas.
Y eso, siendo un escritor español, es mucho más evidente, porque en España se mantiene, se ha mantenido hasta ahora en las corridas de toros —no las defiendo, ni nada, solo me interesan por el contenido mitológico o antropológico, quizás—. En las plazas de toros no sucede nada que no se pueda ver en una gruta prehistórica, los animales son los mismos; el caballo y el toro, el búfalo, el buey, es lo que más abunda; luego las flechas, la puya del picador, las espadas, todo viene en la actitud del humano es que de algún modo es solo un reflejo de lo primero que se empezó a pintar. Por tanto, para mí era muy fácil recurrir a este imaginario al estar impregnado de la cultura de mi país.
—Pues Picasso mismo lo retoma en el Guernica.
Sí, ahí está también. Es muy difícil no verlo y sustraerse a que en realidad si tratabas con materiales primitivos son eso los materiales primitivos, luego te das cuenta que te han estado acompañando toda la vida, con toda la vida quiero decir toda la civilización.
—Que en el caso del Guernica va acompañado por la guerra, que ahora volvemos a una amenaza de guerra global.
Sí, probablemente. Lo he pensado en El año del búfalo también. Que es un libro que lo escribo durante una pandemia, y de algún modo refleja el estado anímico, moral, vinculado a esa pandemia pero que está pespunteado todo el rato de ráfagas de guerra, de guerras civiles, descolonización; pero a continuación de la pandemia, en la vida real, acontece la guerra y su sombra mayor que es la guerra global. Sí que he pensado, joder, es como si estás atrapado en tu tiempo y no puedes escribir fuera de tu tiempo, escribes lo que está sucediendo aunque ni lo pretendas, ni tampoco quiero atribuirle a la escritura un poder de videncia o de chamanismo, sino que uno tiene el registro de su época y está escribiendo con lo que está pasando. Es verdad que el libro no es reflejo —o sí lo es a toro pasado—, sino que es resultado del momento en que se escribe.
—Usted reivindica las notas a pie de página, casi como personaje en el libro. Ya lo había trabajado con el Diccionario enciclopédico de la vieja escuela. ¿Por qué recurrir a esta herramienta que regularmente un lector odia y que ahora, me atrevería a decir, que son una novela misma dentro de la novela?
Yo creo que incluso las notas son el motor interno de la novela. La novela tiene un dinamismo y un dramatismo porque son las notas al pie de página las que arrastran la narración, la acción. Y eso lo pretendía desde el principio, quería trabajar con materiales excluidos de la literatura, eso siempre ha sido así, siempre se quiere trabajar con lo que no forma parte, por un prurito de originalidad, por compromiso con lo que se cuenta. Si escribes un libro sobre los excluidos, pues lo escribe con materiales excluidos. El hecho de llamar “psicofonías” a las biografías o semblanzas de revolucionarios que van apareciendo a lo largo del libro tiene la misma intención que trabajar con citas a pie de página, porque al llamarlas “psicofonías” lo que pretendía era darle carácter de género literario a una cosa que ni siquiera es literatura, que ni siquiera es palabra, porque la psicofonía, hombre, yo como escéptico creo que deben de ser ruidos, no llegan a voces del más allá, pero aun así, a eso le quiero dar carácter literario y llamo psicofonías a eso.
Y a las citas también les doy el derecho de ser género, de ser literatura. Y al libro le pasa, quería que se comportara como un ser vivo, que fuera un ente orgánico por sí mismo, de manera que el libro sufre lo que está contando, el libro está contando, a través de las psicofonías, un montón de historias de gente que se confabula para dar un golpe de Estado, asume el poder y son derrocados por sus iguales, sus amigos, quién sea, y vuelven a caer abajo, a la cárcel, al fondo. Y al libro le pasa lo mismo que está contando, lo vive en sus páginas, las citas se confabulan para dar un golpe de Estado; suben arriba donde está el corpus narrativo, lo derrocan, el corpus cae abajo y acaban siendo derrocadas y vuelven a su condición de citas. Ahí lo que quería es que el libro fuera un ser vivo, que le pasara lo mismo de lo que hablaba, y era un libro que existía como libro, que su único compromiso era ser un libro de papel, porque, fíjate que este libro en audiolibro es imposible de entender, de interpretar, de editar, y en libro electrónico también es muy difícil de seguir, solo se puede leer cómodamente en su condición de libro de papel, y quería que estuviera vivo de esa manera. Ahí está la radicalidad del libro.
—Otra radicalidad. Aunque los personajes están atrapados en 1973, usted reivindica algo contemporáneo: Wikipedia como fuente de información. ¿Por qué Wikipedia, algo que se menosprecia mucho? Usted incluso hablaba en su Diccionario... de un personaje al que nombra “Un Borges de Wikipedia”. Y usted asume ahora ese papel.
Porque realmente es democrática y es fiable. Es democrática en el sentido de que ya no se necesita a un grupo determinado de sabios y de especialistas que confeccionen una enciclopedia. Evidentemente la Enciclopedia Británica quizás sea la obra maestra de las enciclopedias, o la Larousse francesa. Pero las enciclopedias que terminaban en las casas de las familias eran enciclopedias populares de seis tomos, que eran fusilamientos de grandes enciclopedias, pero eran enciclopedias devaluadas y se hacían pasar por garantes de la verdad y el conocimiento. Y en la Wikipedia puede escribir cualquiera y existe el riesgo de que escriba un cualquiera, pero tiene los mecanismos para que eso lo corrija el propio usuario, y todavía sigue siendo gratuita, y todo mundo puede acceder a ella y enterarse. Y además crece, no para de crecer y trata por igual lo grande y lo pequeño, lo bueno y lo malo. A lo mejor la entrada de Borges es extensísima, prolija, pero a lo mejor alguien que sabe muchísimo sobre algo muy anecdótico, sobre un grupo de rock de su pueblo, le dedica un espacio descomunal, pero no importa, porque el espacio en internet es de otra manera, y ahí sí que no tenías que quitarle páginas a uno para dárselas a otro, como ocurría en una enciclopedia de papel, que si tenía mil páginas tenías que repartirlas, no le podías dar 20 a alguien menos importante y a otro 30 siendo importante.
Aquí puedes dar todo el espacio y la importancia que tú quieras, que luego el lector ya le dará la que él crea. Creo que la Wikipedia es un paso adelante en la democratización y divulgación del conocimiento, y que es cierto que la Academia, los profesores, con buena fe muchos, en los colegios, tienen miedo de que sus alumnos sean engañados en la Wikipedia, pero es tan objetiva y a veces mucho más que enciclopedias en papel y sancionadas por la cultura, que dicen a veces barbaridades. En España, durante el franquismo, si leías la entrada de “marxismo”, decía: “Marxismo. doctrina seguida por los secuaces de Marx”. Evidentemente, aunque había una autoridad en el papel, no es suficiente. En la Wikipedia sí que hay una especie de democracia popular confiada en el conocimiento, y es muy bonito eso”.
—Cuando uno lee sus libros, ríe mucho. Hay mucho humor en ellos. ¿Usted como autor se ríe cuando está escribiendo? ¿Ha tenido que parar en algún pasaje porque le gana la risa?
Me río a veces, pero a veces me da vergüenza, porque pienso: “Hombre, no te rías de tus propios chistes”. Ja, ja, ja. Sería lo último ya. Pero también pienso: “Si me rio yo, igual es que tiene gracia”, y lo dejo. Y no me recreo en lo que río, pero a veces sí que me pienso: “Esto me ha hecho reír y lo voy a dejar”. Intento reír, intento que el humor esté todo el rato, pero es por timidez, porque me da miedo ser grandilocuente, decir cosas importantes, y a veces piensas que diciéndolas con risas, no pasan como grandes cosas, aunque tengan una intención. Y luego es muy tramposo porque pienso que como las he dicho con risa, pues si me he equivocado, no me lo tendrán en cuenta.
—Participó en el concurso con el seudónimo de su personaje que es el autor interno de la novela, Ingo Folke. ¿Tuvo la tentación de firmar el libro como Ingo Folke y no como Javier Pérez Andújar, para llevarlo aún más a la radicalidad, en esos juegos que usted hace de metaliteratura?
Es más bien enrevesado. En el libro el personaje es Folke Ingo, y cuando me presenté al premio el seudónimo era Ingo Folke. O sea que, en realidad, había como si fuera otro, que se llamaba igual pero con los nombres cambiados, había pasado más allá del juego de espejos. No tuve la tentación de firmarlo así, no. Más bien no tuve el valor, sí tuve la tentación. Lo que sí, tengo la tentación siempre de renunciar a mi nombre, es como si cuando escribes quisieras que solo existiera la escritura, la literatura, y que desapareciera el nombre, y solo existiera el libro.
—¿Se respondió a la pregunta que plantea en el epígrafe de Ibsen: “¿Cuál es la diferencia entre troll y hombre?” Lo digo por el personaje de la criatura y lo que les propone a los cuatro personajes principales encerrados. ¿Encontró una respuesta?
Todo el libro obedece a esa pregunta. Obedece a efectivamente a la criatura que aparece en el garaje porque procede directamente de la obra de Ibsen, que es Peer Gynt, pero todo el libro se plantea eso, qué diferencia hay entre monstruo y hombre, porque todo el libro habla de monstruosidades cometidas por seres humanos en nombre de la humanidad, en nombre de la liberación de la humanidad. Y todo el libro se está cuestionando permanentemente la diferencia entre monstruo y hombre y está plagado de escenas de la historia contemporánea del siglo XX, casi todas, en las que los actores de sentimientos muy elevados se convierten en monstruos. Claro que me lo pregunto, pero más que preguntarme, lo que hago es plantear las preguntas a través de estas escenas. Me quiero comprometer, no me quiero esconder. Yo creo que hay una diferencia, entre monstruo y hombre afortunadamente. Aunque el hombre sea un ser humano, capaz de monstruosidades, la condición humana es buena, y los animales también son buenos, pueden caer en situaciones de monstruosidad por sociopatía, pero no es porque sea su condición.
—¿Cómo ve a España de cara a los nacionalismos, la guerra, el independentismo, la pandemia? ¿Cómo ve a España tras este último año del búfalo de 2021?
España no es especial a ningún otro país, a lo que estoy viendo en los periódicos. No es un país muy diferente al resto de los países de Europa. Ha cambiado el mundo, la vida, pero no a partir de la pandemia, a partir del siglo XXI, a partir del año 2000, quizás, pero cada vez cambia más rápido y está cambiando profundamente. Y España tiene que reinventarse, todos los países tienen que redescubrirse, la historia va por delante de todos los países, de todos nosotros, no están a la altura de lo que sucede, y no me molestan los países como los conocemos, son fórmulas que han funcionado, pues igual pueden seguir funcionando de arriba a abajo, pero tienen que reinventarse la manera de ser, de reconocer a la persona, de tratarse de relacionar entre ellos, estamos en otra época de la historia de la humanidad. España ahora mismo, como toda Europa, si se le llamaba el Viejo Continente, hoy es el Viejísimo Continente.
AQ