Nada (latinoameri)humano le fue ajeno. El best seller, La Malinche, Juan Rulfo, la pampa, la CIA, el feminismo, la tortura, Fitzcarraldo, el tango, el grafiti, la Utopía, el escritor como “superestrella”, las telenovelas, Sor Juana, el performance, Manuel Puig, la mal llamada literatura light, Diamela Eltit, la literatura chicana, Pedro Lemebel, la Guerra fría y un largo etcétera. El 2022 se cierra con la muerte de Jean Franco, ensayista crucial del mundo hispanohablante en varias de sus aristas más vigentes. Su vida y obra deberían ser ahora objeto de cátedras, estudios, reediciones, encuentros y diálogos no solamente académicos. Nacida en Dukinfield, Inglaterra, cortó de cuajo con la insularidad latinoamericana. Feminista, profesora, crítica y teórica literaria, desde los años 1960 reordenó la literatura hispanoamericana para mostrar sus intersecciones con cada sobresalto político y social. El texto literario no puede ser un ámbito cerrado cuyas perlas extraen filólogos con experiencia. Prosa o verso siempre dialogan con una variedad de contextos, expresan un universo de propuestas de reconstrucción histórica. Leer y escribir son hechos solitarios pero nunca aislados; el enclave de la sala de lectura se abre a la plaza pública, al debate sobre los derechos e injusticias, lo autóctono y lo universal, lo culto y lo popular.
A sus treinta años Jean Franco se encuentra en Guatemala. Ahí presencia el golpe de Estado contra Jacobo Árbenz, hito histórico que avivará la llamarada del fervor en un médico argentino, camino a México (y luego a Cuba). En Jean Franco ese episodio marcará el destino de sus estudios y de un gran campo de conocimiento en el que se comprometió sin cortapisas. Tras dos lustros en Guatemala y en México, vuelve a Gran Bretaña, se dedica a la enseñanza y publica La cultura moderna de América Latina en 1967. Para esos años se convierte en la primera profesora británica de Literatura Latinoamericana (Universidad de Essex). Son tiempos de auge de la historia cultural, en manos de jóvenes marxistas como Raymond Williams y E. P. Thompson. La sociología del arte del más veterano Arnold Hauser, exiliado en Londres desde 1938, influirá también en sus primeros pasos. La cultura moderna de América Latina —traducida por Sergio Pitol en una edición ampliada (Joaquín Mortiz, 1983)— es una valoración de los movimientos artísticos latinoamericanos, cuyo desarrollo, afirma la autora, depende de preocupaciones y agitaciones sociales propias. De modo que: “‘Modernismo’, ‘Nuevomundismo’, ‘Indigenismo’, definen actitudes sociales mientras que ‘Cubismo’, ‘Impresionismo’, ‘Simbolismo’, aluden solo a técnicas de expresión”. La conciencia social es intrínseca al arte y la literatura de países cuyas enmarañadas identidades nacionales no terminan de gestarse y delimitarse. Por eso la historia de la cultura, en esta parte del mundo, no se escribe en capítulos continuos sino como una pléyade de puntos de partida. Ambiciosa y original, la perspectiva de Franco es discutible, pero no hay duda de que ya mostraba una estimulante capacidad de síntesis histórica y una férrea convicción de expandir un campo de estudios que hoy le debe mucho. Tanto en An Introduction to Spanish-American Literature (1969) y luego en su canónica Historia de la literatura hispanoamericana (1973 en inglés; traducida en Ariel, 1975) persigue la restitución de las vicisitudes y obstáculos al libre desarrollo creativo, y recrea las condiciones socio-históricas que enfrentan escritores e intelectuales latinoamericanos, sin abandonar ninguna consideración estética. En su Historia de la literatura describe la situación de la literatura colonial en gruesas pinceladas no exentas de gran erudición referencial, y acuña el concepto de “imaginación colonizada”, lúcida condensación de la lucha que, entre las Independencias y el Modernismo, debe entablar contra sí misma la cultura impresa. Estos primeros libros son lectura obligada hasta nuestros días para cualquier estudiante latinoamericanista.
En 1972 se va de profesora a Stanford y diez años después obtiene una cátedra en Columbia. Estados Unidos será su país definitivo de adopción. La polarización de la Guerra fría es extrema en esa década. Pronto la apodan Jean “la roja” y debe enfrentarse “al tabú de lo social”. De esa época data una carta casi profética que le escribe a su colega Ángel Rama, con quien comparte el enfoque sociocrítico de varios niveles y con quien dialoga directamente en esa obra magistral que es Decadencia y caída de la ciudad letrada (2003): “la Universidad es una isla en una sociedad dedicada a la violencia legal e ilegal, pero una isla en que se reproducen todas las tensiones de la sociedad”. A Rama le niegan la renovación del visado en 1982, obligándolo a salir de Estados Unidos y a dejar sus cátedras en la Universidad de Maryland y Princeton. Sin pagar el precio del exilio, Jean Franco encontró en las aulas palpitantes las tensiones sociales del mundo bipolar mientras se desarrollaban los estudios culturales. Ante los escollos políticos, el libro Marxismo y forma (1974) de Frederic Jameson habría de renovar los vínculos críticos entre ideología y literatura, dándole un fresco impulso a autoras como Jean Franco.
Por eso, a partir de entonces ella estuvo al centro de esas innovaciones académicas, abriendo nuevos frentes de estímulo intelectual y tendiendo puentes hacia la esfera pública. Uno de ellos fue incorporar el “género” a las vertientes sociológicas y antropológicas de la producción artística y cultural latinoamericana, una mirada transversal que recorre su obra posterior, en libros como Las conspiradoras o La modernidad cruel y un sinfín de ensayos y cursos, que no pueden deslindarse de su circunstancia docente en “una academia en la que las mujeres seguían siendo la excepción, donde a una compañera embarazada se le dijo que en la universidad no había precedentes para su situación, en donde recibí cartas anónimas insultantes, y en donde uno de mis colegas de la Universidad de Essex se agarraba los testículos cada vez que me veía pasar”. Siempre apartada de dogmas y moldes, pronto notó la diferencia entre ciertas teóricas feministas estadunidenses, guarecidas en la universidad, y “el riesgo que corrían las mujeres latinoamericanas en sociedades autoritarias”; la prueba más dolorosa de esta realidad fue la desaparición de su colega y amiga Alaíde Foppa. Las raíces misóginas de la sociedad pueden encontrarse en su cultura tanto impresa como audiovisual, afirma Franco, y se dedica a escarbar en esos abismos sin quitarle el ojo a las particularidades de cada país y región. Sus aportes al feminismo se reconocen en Marta Lamas, Josefina Ludmer y Nelly Richard, entre otras.
Un frente más: la cultura popular. Como su contemporáneo Carlos Monsiváis, Jean Franco fue una omnívora consumidora y amante de la cultura de masas y las formas populares. Jamás pensó en ellas como algo inferior o ajeno al rigor letrado y académico. A finales de los 1970 editó un magazine colectivo junto a Mary Louise Pratt y Kathleen M. Newman: Tabloid: A Review of Mass Culture and Everyday Life. Su objetivo fue no solo ofrecer una mirada lúdica y crítica de la era Reagan sino volver accesible la crítica cultural. Una muestra del buen olfato irónico con el que publicaban ensayos y reseñas: “Eros y Sifilización” de Dana Polan, “Confesiones de una feminista cabeza hueca” de Mary Klages, o “La psicopatología del punk cotidiano” de Hugh Gurling.
Pasión crítica (Critical passions es el título de sus ensayos reunidos por Pratt y Newman) por las facetas políticas de la cultura, avidez liberal por despejar prejuicios, conciencia social de izquierdas y una labor docente, imaginativa, de medio siglo. Ese es, en parte, el legado de Jean Franco, pionera latinoamericana venida de otras costas, sin la cual entenderíamos menos de nuestras propias soledades.
AQ