Jean-Luc Godard a los 90 años: la gran transformación de un maestro del cine

Cine

Su obra trasciende toda vulgaridad, porque este realizador vanguardista hace, ante todo, poesía visual.

El cineasta Jean-Luc Godard. (Foto: Christof Schuerpf | EFE)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

La obra de Jean-Luc Godard trasciende toda vulgaridad. Por eso es difícil escribir de ella. Su cine es intraducible a paráfrasis y por tanto a reseñas. Godard hace ante todo poesía visual. Así queda de manifiesto en las últimas escenas de Sin aliento, una de las tres películas de este autor que pueden verse online (de las más de cien que ha dirigido).

Albert Camus murió en 1960. Ese año se estrenó Sin aliento, primer largometraje de Godard. Ahora bien, Meursault en la novela El extranjero coincide en espíritu con Michel en la película de Godard. Ambos viven sin saber bien cómo pueden perderlo todo por acostarse con una guapa mujer y, sobre todo, son testigos de lo absurdo que es vivir. Frente a las tres opciones que plantea la estupidez de la existencia (suicidio, religión o aceptación) los personajes de Camus y Godard escogen la aceptación. Más que una marca, el cine de Godard es una cicatriz. Como el ombligo.

“Aquí comienza el cine moderno”, escribe Roger Ebert en The Great Movies (II). Las otras dos obras fácilmente asequibles en línea son Adiós al lenguaje, de 2017, y El libro de imágenes, de 2018. Ambas son, en realidad, una misma película. Son, además, el testamento visual del director. Para acercarnos a ellas es necesario entender, primero, que Godard está lejos del cineasta-dios del cine narrativo. Es más bien un demiurgo que señala. Y, como la vida es absurda, ¿qué va a señalar? Por eso su cine parece absurdo, pero no lo es. Se trata, en cambio, de cine que no se deja atrapar por lo anecdótico y en el que más que un guión o línea narrativa hay “repertorios temáticos”.

En su primera película Jean-Luc Godard demostró que podía contar una historia como nadie; en sus últimas dos, trasciende la noción de narrativa y, sobre todo, en la última dirige cine hecho para sentir lo que no está en el ámbito del significado. Los repertorios temáticos de El libro de imágenes resultan congruentes con un testamento poético. Giran en torno a todo aquello que siempre preocupó al director: la literatura, la política y, claro, la viabilidad (o no) del socialismo. El argumento más importante tal vez sea el de que los nazis no se han ido. Están aquí. Y pueden volver al poder. En El libro de imágenes (que es justamente eso y nada más) el director se apropia de algunas películas que marcaron su estilo como creador. Son muy variadas las influencias, pero vale la pena reconocer una, la de Santiago Álvarez, el documentalista cubano cuyo cortometraje Now!, de 1965, puede verse en YouTube.

Si Godard fuese un poeta no trabajaría con ideas sino con palabras, si fuera pintor no trabajaría con objetos, sino con colores. No se olvide que Godard fue maoísta, y cree, por tanto, en el poder del trabajo manual. Por eso en el inicio de El libro de imágenes se presenta a sí mismo como un artesano. Un hombre que crea con las manos. También por ello esta última película no está hecha con actores o guión. Es pura posproducción. Es cine que no aspira, como las películas narrativas, a conducirnos a un sitio al que no esperábamos llegar. Al contrario, Godard nos lleva de vuelta al sitio del que partimos. ¿Este ir y venir nos ha hecho conscientes? Eso depende de uno mismo. El cine de Godard reduce al espectador (¿de modo trágico?) a los fragmentos de su propia existencia que son, además, los fragmentos de su propio ser.

El libro de imágenes puede verse en Netflix. Sin aliento y Adiós al lenguaje en AppleTV, Google Play y otros.


AQ

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