El neuropsiquiatra y escritor mexicano Jesús Ramírez-Bermúdez ha dado a conocer su más reciente libro titulado La melancolía creativa (Debate, 2022), en el cual expone los posibles vasos comunicantes que existen entre la neurociencia, la psiquiatría y la literatura. Él lo ve como un complemento a Depresión, la noche más oscura, su obra previa: “Depresión, la noche más oscura tenía como propósito comunicar una imagen científica de la depresión mayor, un problema que ha sido estudiado actualmente por la disciplina psiquiátrica, por la psicología, por las neurociencias. Aquel estudio me dejó muchas deudas, es decir, había muchas cuestiones sin resolver que ya no concernían estrictamente al ámbito científico, sino más bien al literario. La melancolía creativa tiene una perspectiva complementaria al enfoque científico e incluye su propia discusión fundamentada en datos y teorías científicas, pero se abre más al mundo de la significación literaria”. El título hace ver que hay dos tipos de melancolía, ésta que se menciona y la de la noche más oscura del libro anterior. Ramírez-Bermúdez conversa para Laberinto de éste y otros temas presentes en el libro.
—Comienzas hablando del culto de la Diosa Blanca en Grecia; me parece que de alguna manera cuando se abandonó su culto el ser humano vivió una expulsión del paraíso y la melancolía llegó como una especie de castigo a la humanidad.
El punto de partida que utilicé en el libro es, primero, histórico, remontándome a algunos momentos pioneros de la historia en la medicina como Hipócrates, y, segundo, a la historia de la filosofía con el famoso Problema XXX, que se le atribuye a Aristóteles, el cual plantea la relación que existe entre la melancolía y los hombres de excepción entre los que se incluyen los artistas. A partir de ahí, reuniendo estas dos piezas, aparece la figura de Hércules o Heracles, que se convierte en mi prototipo de héroe patriarcal, que está herido, por así decirlo, de melancolía, de una grave disposición autodestructiva que él no reconoce como propia sino cree que es el resultado de que hay unos espectros que lo persiguen, los fantasmas de sus hijos a los que él mató y ahora los escucha y lo atormentan. Digamos que, para entender mejor esa figura del héroe patriarcal que tiene estos tormentos melancólicos, me pareció necesario, o al menos a mí me ayudó a entender el sentido de esa historia, el abrirme al problema de la Diosa Blanca, que es el motivo central del primer ensayo de este libro, “Biografía de la melancolía”. No es la primera historia que se pueda narrar en cuanto a los orígenes de la melancolía, hay muchas otras, y esas narrativas podrían ser filosóficas, literarias o históricas. A mí me interesaba esa historia mitológica, que también tiene un trasfondo antropológico que me pareció necesario rescatar; es decir, esa pérdida del culto de la Diosa Blanca significó la instauración de un patriarcado que excluye ese culto y con ello se instaura un proceso que yo llamo en el libro de usurpación y deserción. Un proceso que al final del libro, se podría pensar, tiene muchos niveles: un nivel histórico —puede entenderse como una narrativa de las historias colectivas—, pero también viene el plano personal o biográfico, y vemos cómo confluye en relatos como Pedro Páramo o el de “Las memorias de un comedor de chile”, de Francisco González Crussí, que narran esos procesos de deserción de los patriarcas. En el contexto de un círculo patriarcal hay una deserción de estos patriarcas que llena de melancolía a los hijos y que además les heredan, por vías posiblemente genéticas, cultural, biográfica o transgeneracional, problemas como el alcoholismo o esta misma tendencia melancólica. Esto puede ser reconstruido a través de una evocación narrativa, propiamente la construcción de una literatura melancólica; alternativamente, ese mismo proceso transgeneracional puede llevar a la autodestrucción o a la violencia hacia los demás.
—En tanto que la melancolía siempre nos ha acompañado, ontológicamente nos define.
Es un buen planteamiento. Yo uso aquí el término melancolía como una metáfora cultural, porque sabemos que las palabras van mudando a lo largo de la historia occidental. De ser un término estrictamente médico, poco a poco se fue abriendo su significado hasta convertirse en una metáfora que se utiliza en el campo de la literatura, de las artes, de las humanidades. Todavía tiene hundidas sus raíces en la medicina, en ella hablamos de una depresión mayor, la melancólica, una forma especialmente grave. Pero en este sentido, al utilizarla como una metáfora cultural, a mí me interesaba abrir este campo de significados a todo aquello que reúne estos elementos como de una profunda tristeza y de sentimientos de desamparo por las relaciones fracturadas, por eso que Roger Bartra llama “el misterio de la separación”, por esa diversificación de las experiencias humanas que nos hacen tan distintos que ya no podemos entendernos y, en este marco conceptual, veo la emergencia que coexisten o corren en paralelo o en oposición con otras tendencias que son destructivas. Un poco esquemáticamente planteo en el libro que hay formas destructivas y creativas de melancolía; me interesa mucho ese proceso, el proceso creativo que puede surgir de la melancolía porque nos dice algo de la creatividad y nos dice algo de la melancolía.
—En ese sentido, en una conversación con Gabriel Bernal Granados, a propósito de su libro sobre Leonardo, él hablaba de que, precisamente, en cuanto a la melancolía no se suele diferenciar entre su aspecto clínico y el ligado al iniciado, al ser creativo.
La cita me parece muy pertinente para entender algunas formas de melancolía artísticas, como las que desarrollé en el capítulo 2, que se llama “Delirios melancólicos”, y donde me refiero a Sor Juana y su famoso poema “Primero sueño” que tiene esta relación con lo que comentas. Yo cité incluso ahí a Octavio Paz, que recordarás que plantea que en “Primero sueño” y en Melancolía 1, de Durero, se da una conexión porque los dos abordan la naturaleza y la desazón del espíritu al no poder aprehender esa contemplación en forma o idea. Tomando como punto de partida ese concepto, planteo que en ese poema probablemente la melancolía surge cuando Sor Juana renuncia a ese sentido de trascendencia que la conectaría con lo absoluto, un absoluto que es inalcanzable y que se liga a la perfección; hay como una renunciación a la divinidad en Sor Juana. A mí me parece que elige entonces un terreno de inmanencia, en lugar de la trascendencia; esta inmanencia sería un territorio material y sensorial de la experiencia, en la que nos movemos para transformar, pero eso requiere un gasto de energía y por lo tanto hay un desgaste en nuestro organismo que va provocando una erosión donde desaparece nuestro sentido de omnipotencia y también nuestro sentido de omnisciencia. Tenemos un proceso de erosión corporal cuando tratamos de cambiar un entorno duro, lo que Paul Ricoeur llama “la dureza de la vida”. En ese terreno de inmanencia hay un reposo muy imperfecto para Sor Juana, ese reposo es tan malo que incluso va deteriorando su salud y la lleva a esas etapas últimas de su vida en las que sabemos tuvo un padecimiento que la va alejando poco a poco de la creación.
En ese mismo capítulo hay una parte que se llama “Escenas de un mundo hospitalario”, porque ese es el terreno de la inmanencia, un mundo donde surgen pandemias, surgen conflictos entre naciones que llevan a la muerte masiva. En esa parte cuento la experiencia de atender a gente con coronavirus en un servicio de urgencia; yo llevaba un libro chiquito de George Steiner que se llama para Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento y su concepto es muy parecido al del Sor Juana: la conciencia humana está impregnada de melancolía de modo inevitable, eso nos sumerge en una inmanencia melancólica porque nos vemos obligados a renunciar a la totalidad. Yo creo que todo eso es el terreno en que se pueden formar procesos creativos porque está dotado de un significado profundo, emocional y al mismo tiempo colectivo porque nos conecta con los grandes problemas de la historia. Cuando la creatividad emerge desde ese terreno, viene de alguna manera dotado de profundidad psicológica, pero haces bien en mencionar que esto no debe confundirse con las formas clínicas de melancolía, formas clínicas que surgieron en el siglo XIX y que pueden dirigir al suicidio, a la destrucción y a la alucinación.
—Tu propósito es “dar claves clínicas para entender el dolor social”, pero además de la melancolía creativa del lado del artista, en la parte final hablas del que recibe, en particular, el lector. Me gusta esa parte porque puede verse que el lector también realiza una actividad creativa y considero que es ahí donde queda plasmada tu visión del arte como una “prótesis social”.
Te agradezco que menciones esa parte, porque hay una obsesión por entender la creatividad del artista, pero el proceso de recreación en la lectura me parece igualmente importante. El sentido de la literatura es la creación de significados y la creación de significados que no forzosamente ya están dichos por la tradición médica y literaria. Es la trampa en la que se ve atrapado para mí un poeta como Kenneth Goldsmith en su libro sobre el plagio como el ars poetica de la era digital, donde solamente podemos plagiar y los poemas consisten en transcribir palabra por palabra alguna nota del periódico de un partido de beisbol. Al margen de que pueda ser algo ingenioso en esa tradición de las vanguardias artísticas, considero que el poder de la literatura consiste en la creación de significados, pero esa creación no concierne solamente al autor sino que en realidad el lector es el que completa el significado. La creación del significado es realmente un trabajo a cuatro manos entre el autor y el lector, y eso genera una comunicación íntima de conciencias, de la conciencia de uno a la conciencia del otro, a través del tiempo y el espacio. Es algo muy sabido, pero nunca deja de ser fascinante observarlo, con qué profundidad puede darse esa comunicación íntima, con todo y que la palabra “intimidad” esté muy devaluada; esa comunicación íntima que se establece entre autor y lector es muy poderosa porque hace sentir que tratamos con personas, aunque no estén ahí o ya estén muertas. Por ejemplo, a mis más grandes maestros de la vida por desgracia no los conocí, porque son personas que leí, no me escucharon, pero yo sí los escuché y siguen influyendo en mis decisiones, en mi manera de ver el mundo.
—La relación entre la locura y la creación artística es añeja y a veces se recicla. Bowie habla de que el artista tiene un poco de locura, pero creo que él, lector de los antipsiquiatras, también lo lleva al plano de la normalidad y la anormalidad, algo que tocas cuando hablas de la obra de Roger Bartra. La figura del loco aún en nuestros días parece que sigue siendo peligrosa.
En el capítulo “Delirios melancólicos” toco posiciones como las de Roger Bartra que ve a la locura y la melancolía en los casos de la inquisición en la Nueva España, y que están emparentados con otro tema que él estudia que es el del salvaje. Me parece que las personas que tienen estas condiciones revelan formas de comunicación irreductibles al ideal moderno de la racionalidad. A él le parece que este ideal puede tomar formatos legales, éticos, científicos, para sellar pactos sociales, pero las personas que tienen estos problemas de alguna manera ponen en estado de emergencia al sistema social. Por eso tienen que buscar mediación; entre estas mediaciones se encuentra el proceso diagnóstico de la psiquiatría. Etiquetar a una persona como melancólica, maníaca, etcétera, es una mediación y esa mediación de alguna manera regresa al tema a un equilibrio precario en el que siempre se encuentra porque el sistema es imperfecto y está lleno de inequidades y de formas de abuso de poder. Me parece una lectura bastante refinada que se emparenta, efectivamente, con las lecturas antipsiquiátricas.
AQ