El cuerpo diminuto, delgado y frágil de Joan Didion se apagó este jueves, víspera de la Nochebuena del segundo año pandémico. La escritora californiana, todo un icono cultural de Estados Unidos y del Nuevo Periodismo, tenía 87 años y un Parkinson insolente que acabó por vencerla en su departamento de Nueva York, donde pasó sus últimos años rodeada de recuerdos, comiendo como un pajarito, combatiendo sus incesantes migrañas con el encierro y resignada a encontrarse con la muerte: “una de las principales preocupaciones es la gente que dejamos atrás. Yo no dejo a nadie”, dijo en el documental que le hizo en 2017 su sobrino, el actor y cineasta Griffin Dunne, titulado El centro cederá.
A Didion se le murió su marido y su hija con poco tiempo de diferencia. Para superar el “aniquilamiento”, contó y reflexionó sobre el duelo de esas pérdidas con una prosa desgarrada y potente en El año del pensamiento mágico y en Noches azules, sus dos libros más famosos. En marzo de 1966, en la Maternidad del Saint Jon’s Hospital de Santa Mónica (California), los médicos le preguntaron a Joan Didion y a su esposo, el escritor John Gregory Dunne, cuál sería el nombre de la bebé que iban adoptar. “Quinta Roo”, respondieron sin dudar. Meses antes, en un viaje que ambos hicieron a México, habían visto un mapa del país y el nombre de ese territorio les llamó la atención. “Si un día tenemos una hija —se prometieron—, la llamaremos así”. Quintana creció sabiendo que era adoptada, se dedicó a la fotografía, se casó y murió unos meses después que su padre, a los 39 años.
La tarde del 30 de diciembre de 2003, la pareja de escritores fueron al hospital a visitar a su hija, que llevaba cinco días en la Unidad de Cuidados Intensivos por una neumonía y un choque séptico. Volvieron a su casa, encendieron la chimenea, prepararon la cena y, hacia las nueve de la noche, pusieron la mesa. De repente, cuando Joan Didion revolvía la ensalada, su esposo se desplomó. ¿Se había atragantado? Era algo más serio. Didion llamó una ambulancia. Los paramédicos intentaron revivirlo, lo llevaron a toda prisa al hospital pero John Gregory Dunne murió en el camino.
Durante ochenta y ocho días, Joan Didion escribió sin parar con la esperanza, en el fondo, de que su marido volviera. Los antropólogos y los psiquiatras hablan del “pensamiento mágico” cuando se refieren a la actitud mental de la gente que cree que sus pensamientos pueden influir en el desarrollo de los acontecimientos. La autora nacida en Sacramento, por ejemplo, se negaba a tirar los zapatos de su esposo porque consideraba que al guardarlos él volvería por ellos.
En 2005 Didion estaba recorriendo varias ciudades de Estados Unidos para promocionar El año del pensamiento mágico y una notica volvió a aniquilarla: su hija había sufrido una embolia pulmonar que se complicó y le provocó la muerte. El duelo duró más tiempo y, una vez más, escribió sobre la muerte y sobre la experiencia de ser madre y, sobre todo, acerca de enfrentarse sola a la vejez. Noches azules es un texto donde se mezclan los recuerdos con los sentimientos encontrados con la esperanza de que los suyos (y ella) no dejen de existir. “Durante las noches azules uno piensa que el día no se va a acabar nunca. A medida que las noches azules se acercan a su fin (y lo hacen, lo hacen siempre), uno experimenta un escalofrío literal, una visión de enfermedad, en el mismo momento de darse cuenta: la luz azul se está yendo, los días ya se están acortando, el verano se ha ido. Este libro se titula Noches azules porque en la época en que lo empecé a escribir sorprendí a mi mente volviéndose cada vez más hacia la enfermedad, hacia la muerte de las promesas, el acortamiento de los días, lo inevitable del apagamiento, la muerte de la luz, pero al mismo tiempo son su premonición”, señaló en el prefacio de su celebrado libro.
Par cuando estas dos obras acapararon la atención de la crítica y de los lectores, Joan Didion ya era una “vaca sagrada” en el mundillo periodístico, pues formaba parte de la generación que renovó el estilo de contar los hechos, haciendo uso de las técnicas literarias, junto a Tom Wolfe, Hunter S. Thompson o Gay Talese. Desde su natal California, Didion escribía sobre los hippies, el uso recreativo de las drogas o perfilaba celebridades como su admirado John Wayne.
Joan Didion era una niña durante la Segunda Guerra Mundial y buena parte de sus primeros años de vida giraron en torno a las instalaciones militares. Su padre era director financiero de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y, con la familia a cuestas, lo trasladaban constantemente de una ciudad a otra. Estuvo más tempo destinado en Colorado Springs, pero allí era difícil que Joan fuera a la escuela. Así que la niña recorría los alrededores del Hospital Psiquiátrico con el oído atento, memorizaba los diálogos de la gente y luego se basaba en ellos para escribir pequeños relatos.
“He sido escritora toda mi vida. Como escritora, incluso de niña, mucho antes de que empezara a publicar lo que escribía, siempre tuve la sensación de que el significado radicaba en el ritmo de las palabras, las frases, los párrafos, una técnica para contener lo que pensaba o creía tras un refinamiento cada vez más impenetrable. Soy o he llegado a ser la forma en la que escribo”, expresó en El año del pensamiento mágico.
Después de la guerra volvió a California y muy joven se fue a Nueva York para trabajar en la revista Vogue, donde fue editora y crítica de cine. Hizo guiones cinematográficos, novelas y ensayos. Desde hace muchos años colaboraba en The New York Review of Books con crónicas de viaje y de la contracultura de los años sesenta, narraciones extraordinarias de crímenes y guerrillas, como la de El Salvador a principios de los años ochenta del siglo pasado. En 1982 Didion llegó al país centroamericano, en dos semanas supo captar la esencia de la lucha armada (“ahí entendí el mecanismo exacto del terror”) y escribió un libro-reportaje, Salvador, que sacude al lector al describir la macabra realidad con un estilo ágil, claro y sencillo (“No hay nada más difícil que la aparente facilidad, como lo hacía Hemingway”). Pero también se ocupó de los principales aspectos que permiten entender a la sociedad estadunidense contemporánea. En Miami, por ejemplo, reflexiona acerca de la migración y el exilio, la pasión, la hipocresía y la violencia política.
En 1967, haciendo un reportaje sobre la cultura hippie, Joan Didion se encontró a una niña a la que su madre drogada con LSD. “¿Cómo te sentiste cuándo la viste?”, le pregunta Griffin Dunne en su documental. Didion mira al suelo, titubea la respuesta, parece incluso afligida cuando, de repente, alza la mirada y, con media sonrisa, suelta el rigor de su método de trabajo: “No lo negaré, ¡era oro! Cuando estás escribiendo un artículo, das tu vida por un momento así. Era una gran historia. Y yo era una reportera, no una hermanita de la caridad. Le arranqué su historia y luego la conté en mi libro Arrastrarse hacia Belén”.
Hace un par de meses, la editorial Random House publicó en español Lo que quiero decir, una recopilación de ensayos y crónicas publicados entre 1968 y el año 2000. Son textos de sus primeros pasos como periodista, conferencias sobre el oficio de escribir y perfiles de personajes de la cultura pop contemporánea: un retrato de Nancy Reagan y otro, tan mordaz como certero, de Martha Stewart, la “perfecta ama de casa”, las crónicas de una reunión de ludópatas y de la visita a la mansión del magnate de la prensa estadunidense William Randolph Hearts o una entrañable evocación de Tony Richardson, cineasta y amigo íntimo de la autora. Pero entre todo el material de este libro (12 piezas) destacan sus reflexiones y lecciones sobre escritura.
La ficción fue para ella un camino paralelo a sus crónicas, reportajes y ensayos (por los que es más conocida) y, cuando los profesores de escritura creativa le pedían que diera una charla a sus alumnos, la lección era magistral: “Escribo estrictamente para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Para averiguar lo que quiero y lo que me da miedo. (…) La ordenación de las palabras importa y la ordenación que buscas la puedes encontrar en tu mente. Esa imagen te dice cómo has de ordenar las palabras y la ordenación de las palabras te dice, o me dice a mí, qué está pasando en la imagen. Nota bene: te lo dice ella a ti, no se lo dices tú a ella”.
ÁSS