La poesía es una forma de reconciliación con nuestros tiempos personales: la hora del anhelo, la perdurabilidad del dolor, el instante de plenitud y los rescoldos de la memoria. Para el poeta, este restablecimiento se da en la revelación del poema, en el paso de la emoción a la palabra y en la paz que nos devuelve la escritura. La poesía de Joan Margarit —reconocida este año con el Premio Cervantes por su honda trascendencia y por representar la diversidad de la cultura peninsular— cumple a cabalidad con esta premisa porque sus versos constituyen un refugio para resistir la inquina y la afrenta del mundo; pero, a su vez, son un patio con una pérgola sombreada y una mesa dispuesta para celebrar la sutil belleza del día.
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El vínculo entre el origen de la emoción y el poema se da en el umbral de la lengua como conciencia de la propia sensibilidad. Margarit se reconoce un poeta bilingüe. Y la peculiaridad de su afirmación tiene que ver con el esfuerzo por hacer coincidir la materia íntima de su lengua materna, el catalán, con la adherencia de su sensibilidad a su lengua de cultura, que ha sido o fue —primero por imposición, luego como apropiación— el castellano. El esfuerzo no es simple ni mucho menos asumido por la gratuidad de una mera casualidad geográfica. Implica la herencia y la historia, el conflicto y la prohibición, la incomprensión y la honestidad. Prueba de esto se encuentra en los epílogos y en las presentaciones de sus libros que representan auténticas piedras de toque para esclarecer su visión poética. Dice Joan Margarit en Estació de França: “Comencé escribiendo en castellano como una respuesta normal desde el punto de vista cultural: no tenía cultura en otra lengua. Pasé a escribir en catalán buscando lo que una persona tiene más profundo que la cultura literaria”. La inmersión en “la cripta” de su más honda percepción le permitió descubrir el sentido auténtico de aquello que la necesidad le estaba exigiendo nombrar en catalán, sin renunciar por ello al castellano. Lo ha dicho el poeta sin ambages: “Franco me dio el castellano a golpes de porra, pero no se lo voy a devolver”.
El poema “A través del dolor” muestra una parte consistente de esta batalla personal e histórica. Se trata de una dura confesión y de una conmovedora enmienda que empieza por denunciar el dolor real, físico y pragmático de la lengua dominante: “Nunca he olvidado el pescozón de un guardia/ que con voz fuerte y seca me decía:/ Habla en cristiano, niño./ Duró hasta que tuve cuarenta años:/ la policía, en Cataluña,/ llevaba a cabo interrogatorios/ con torturas tan solo en castellano”.
Me parece esencial que aquel dolor producido por el golpe del policía perdurara en Margarit hasta los cuarenta años, época en la que reconoce su definitiva transición poética al catalán y al bilingüismo. Los siguientes versos del poema nos recuerdan que la amistad, la verdad y la belleza no tienen patria, cada uno las vive desde el sentir de las palabras más allá de las tiranías e imposiciones; porque, muy a pesar del poeta, una parte del dolor y de las traiciones personales se viven en las ofensas del propio idioma: “Pero a través de tanta humillación/ he llegado a quereros, Ramón, Luis, y las peores entre las palabras, las que más daño iban a causarme,/ las he escuchado en mi propia lengua”.
“A través del dolor” habla del enigma de la poesía y de su gracia que nos protege de la deshonestidad, el ultraje y de todo aquello que ensucia el mundo: “Antes que las palabras llegó algo./ Indestructible y suave./ Lúcido como nada alcanzaría a serlo”. ¿A qué otra cosa se refiere sino a la Poesía?: “Llegó desde un lugar —yo diría la infancia—/ y a veces lo he sentido mezclado con la música”. Solo la Poesía puede reconciliar la oposición y la afrenta entre dos lenguas, entre dos identidades, entre dos relatos históricamente disociados. Porque lo más bello, lo más pleno, lo más auténtico de una cultura se encuentra en su poesía. Solo la Poesía es restauradora de la herida del rencor que almacenó una lengua. La estrofa final del poema “A través del dolor” transforma esa herida en enmienda. El poeta reconoce que la fuerza de ese extraño descubrimiento de la infancia, vigorizada en la edad adulta con la comprensión de que no sólo podía ser un poeta catalán sino que, de alguna forma innegable, debía ser un poeta bilingüe, nos permite a los lectores vivir esa íntima batalla y el esplendor lúcido del acto de escribir poesía como reconciliación del ser consigo mismo: “Es la fuerza y la luz de algo que ignoro./ Me avisa y me protege de un lugar que no amo./ De un inútil rencor. De los otros. De mí./ De alguna peligrosa indiferencia./ Está en mis poemas./ Por eso los he escrito, también, en castellano”.
La intención del poema para Margarit es la posibilidad de ordenar el universo interior de una manera distinta. Si el lector atraviesa el paraje de los versos y se reconoce o encuentra que algo de cuanto sucede en el poema también le pertenece, el poema vive; si además, aquellos versos reconfiguran su sensibilidad, otorgándole una percepción nueva a su sentir, el poema se convierte en un lugar al cual volver para reconciliarse con su propio dolor transformado. Razones suficientes para concederle el Cervantes a un poeta que ha permitido una comunión entre lenguas.
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