Joaquín Sabina se despide de los conciertos masivos con la extensa gira “Hola y adiós”, con la que llegará a México en febrero de 2025. Después de 17 discos de estudio, el primero de ellos, Inventario, grabado en 1978, y siete en directo, ha decidido poner fin a sus actuaciones multitudinarias con este periplo que incluye su más reciente canción: “Un último vals”, que escribió con Benjamín Prado, su amigo y cómplice de tantos años, de tantas canciones.
Sabina, hombre de izquierda, poeta, bohemio, solidario, ha sabido encumbrarse a la cúspide de la fama sin claudicar en sus propuestas ni mucho menos en sus principios, como puede leerse en el libro Sabina. No amanece jamás, el cual permite navegar con certidumbre en las aguas profundas del artista andaluz; analiza las letras de sus canciones, sus temas perdurables, la relación con sus amigos, quienes no se quedan callados y aventuran opiniones sobre el Flaco de Úbeda. Y ahí están, hablando de él y de su trabajo, gente como Vicente Amigo, el Cholo Simeone y la hija de Enrique Morente, Estrella, quien no duda en llamarlo genio.
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Luego de Perdonen la tristeza y En carne viva, Javier Menéndez Flores dedica un tercer libro a Joaquín Sabina cuyo título surge de su canción “Negra noche”, donde dice: “La noche que yo amo/ no amanece jamás”. Estos versos, afirma Menéndez Flores, sintetizan el mundo de Sabina, su gusto por la vida nocturna y sus placeres y trasgresiones, pero también las horas de soledad dedicadas al trabajo, a las palabras que se vuelven poemas y canciones.
Publicado por la editorial Blume, No amanece jamás devela las claves del universo sabiniano. Cuenta su evolución como poeta, descubre sus obsesiones, enumera las figuras literarias a la que acude con mayor frecuencia: el coloquialismo, la prosopopeya, el símil, la paradoja, la hipérbole y tantas otras que le dan un sello inconfundible a sus canciones, en las que la vida y la obra se abrazan y la libertad se erige majestuosa en cada verso.
Sabina, paradójicamente, es un hombre solitario que gusta de la compañía de las mujeres y los amigos. Es un golfo al que le gusta andar a su aire y que en sus andanzas por bares y escenarios, por pueblos y ciudades ha tejido alianzas con colegas como Fito Páez, Benjamín Prado y Joan Manuel Serrat. Con este último, lo sabemos, no solo ha grabado discos, sino también construido espectáculos que revelan una sólida hermandad y mutua admiración.
Joaquín Sabina nació el 12 de febrero de 1949 en Úbeda, en la región de Andalucía, en una familia “honesta, avara y cristiana”. De ahí salió a Granada y luego, perseguido por el franquismo por pertenecer al Parrido Comunista, se fue durante siete años a Londres, donde publicó su primer libro: Memorias de exilio, en 1976. Ha escrito otros al margen de sus canciones, libros de versos y epístolas como Ciento volando de catorce y A vuelta de correo, que evidencian su irremediable amor por las palabras.
Periodista, poeta, compositor, fotógrafo, Joaquín Sabina es también pintor y dibujante; es el padre amoroso, aunque muchas veces distante, de dos hijas; es un hombre sin ataduras pero con convicciones firmes sobre el amor, la amistad y la libertad. “Nada escapa a su curiosidad innata” —se lee en la contraportada de su libro Muy personal—, como nada del universo de Sabina escapa a la mirada de Menéndez Flores en los libros que le ha dedicado.
AQ