Alfred Hitchcock ponderaba a la imagen sobre la oralidad. En esa inmensa cátedra conversada que le dio a François Truffaut (El cine según Hitchcock), aseveró que “el diálogo debe ser un ruido entre los demás, un ruido que sale de la boca de los personajes, cuyas acciones y miradas son las que cuentan una historia visual”, pero eso es incompatible cuando se trata de versiones fílmicas del teatro, porque la columna vertebral del drama es la alocución.
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En tiempos de pandemia, se realizaron dos adaptaciones que no podrían estar más alejadas del punto de vista de Hitchcock, ya que los parlamentos son la materia, el alma de los personajes, aunque ambas producciones, como una especie de tributo a las teorías cinematográficas del director de Psicosis y Los pájaros, se ocuparon de construir un mundo estético impecable: Joel Coen escribe y dirige La tragedia de Macbeth (2021), de William Shakespeare; Pedro Almodóvar rodó un corto de 31 minutos basado en La voz humana (2020), de Jean Cocteau.
Con la elegante fotografía en blanco y negro de Bruno Delbonnel, Joel Coen estructura su relato prácticamente al pie de la letra del texto de Shakespeare, pero es notable lo que consigue con la austeridad escenográfica y de recursos humanos con que ensambla la malhadada aventura del lord que se hace del trono de Escocia a través del magnicidio. Denzel Washington como Macbeth y Frances McDormand como Lady Macbeth no son lo más brillante, porque la fuerza narrativa se sostiene en la espléndida interpretación de Kathryn Hunter en tres papeles: las brujas, y el anciano que resguarda a Fleance, hijo de Banquo. Lo de Hunter es fuera de serie: su camaleónica lengua que muda de inflexiones y frecuencias, su expresividad, su elástica anatomía con la que se contorsiona en atroces siluetas, su habilidad para transfigurarse. Gracias a la energía que la luz, la sombra y los sutiles tonos plata de la imagen les confieren, las brujas de Kathryn Hunter rescatan el filme de Coen porque, a decir verdad, de no ser por esos siniestros personajes, La tragedia de Macbeth no sería más que una versión correcta de la obra del dramaturgo de Stratford Upon–Avon.
Lo de Almodóvar es un caso semejante. Su adaptación libre de la obra de Jean Cocteau (bueno, ya en 1988 había hecho una paráfrasis con Mujeres al borde de un ataque de nervios: la mujer que espera la llamada del amante, que aguarda a que éste vaya a recoger sus cosas al departamento que compartieron), no ofrece elementos novedosos del estilo de Almodóvar (ahí está, como siempre, la cuidadosa foto de José Luis Alcaine sobre la escenografía vuelta una paleta de colores), salvo la actuación de Tilda Swinton, quien repasa las variadas mutaciones del espíritu maltrecho por el desamor. Indiferencia, melancolía, congoja, desesperación, odio, ira y resignación, todas esas emociones atraviesan la piel de Swinton, a la que acompaña una mascota igual de triste y ofuscada, el perro Dash, personaje adicional con que Almodóvar pule su puesta en escena de la obra que, en su momento, concitó menos aplausos que críticas feroces. (La voz humana siempre me recuerda esa anécdota que contó Sergei Eisenstein en Yo. Memorias inmorales: Eisenstein tenía dos boletos para el estreno en la Cómedie Française que le obsequió el propio Cocteau. Invitó a Paul Eluard quien, aburrido del monólogo de la protagonista, se puso en pie y gritó: ¡¿A quién llama?! ¡¿Al señor Desbordes?!, aludiendo la relación entre Cocteau y Desbordes, para después salir del teatro gritando ¡Merde! ¡Merde!)
No obstante, hay que reconocer en Almodóvar su comprensión profunda del temperamento femenino, destreza con que reivindica el tedioso soliloquio que concibió el escritor francés.
La tragedia de Macbeth puede verse en Apple TV. La voz humana está disponible en MUBI.
AQ