Jorge Valdés Díaz-Vélez: “Toda existencia es un viaje”

Entrevista

La antología 'Soledad en llamas' reúne los grandes temas de la poesía que lo han acompañado a lo largo de cuarenta años de trayectoria.

Jorge Valdés Díaz-Vélez, poeta. (INBA)
Carlos Rubio Rosell
Madrid /

Aunque la trashumancia ha marcado la vida del poeta Jorge Valdés Díaz-Vélez, él sabe que su verdadera patria es el lenguaje y que como escritor habita en ese territorio donde la palabra es el lugar en el que siempre encontrará refugio y sustento, aunque para él, esté donde esté, la mexicanidad estará siempre presente, si bien entiende que esa raigambre mexicana “es universal porque es una forma de estar en un continente muy grande que es el continente de la lengua”.

Discípulo de autores como Octavio Paz, Rosario Castellanos, José Gorostiza, Eliseo Diego o Sharon Olds y continuador de una tradición en la que figuran poetas como Federico García Lorca, Ramón López Velarde, T.S. Eliot, Giuseppe Ungaretti o Apollinaire, Valdés Díaz-Vélez acaba de publicar en México la antología titulada Soledad en llamas, la cual reúne medio centenar de poemas publicados en los últimos 40 años, editada por el Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón dentro de su nueva colección “Viento y arena”.

En entrevista, Valdés Díaz-Vélez (Torreón, 1955) —autor de poemarios como Voz temporal, Cuerpo cierto, La puerta giratoria, Jardines sumergidos, Los alebrijes, Otras horas, Mapa mundo, Herida sombra o Nudista y Premio Latinoamericano Plural (1985), Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1998), Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández (2007) y Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado (2011)— desglosa algunos de los motivos axiales de su poesía y expone en primer término que el fenómeno poético en nuestros días está marcado por una generación nueva de autores que están publicando muchas veces sin tener conocimiento profundo ni de la poesía como género y mucho menos de la literatura ni de otros autores. “Me alegra mucho que estén publicando porque lo que intentan es expresarse. Ahora bien, ¿quién triunfa en poesía? Esto es algo ambiguo y hay mucha confusión, porque si hablamos de ventas, encontramos muchos de los llamados poetuiteros, a quienes las editoriales fichan porque les van a sacar dinero y son fenómenos muy contradictorios pero que tienen una base mercantil o comercial, y yo creo que la poesía siempre ha estado lejos de estos circuitos con un fin económico porque no es una carrera, sino una forma de estar, de compartir y de ver el mundo. Y es una forma de conocimiento, un arte a la vez íntimo y colectivo”.


—En relación con su poesía, Soledad en llamas es una antología muy selecta, muy cribada a partir de los dieciocho poemarios que ha publicado hasta la fecha, en la que se traza una especie de “biografía sin tiempos” del autor y donde leemos: “Oye la dirección del tiempo sobre los altos muros, deja que los teclados fluyan. La fiesta ya empezó. No faltes, alguien pronunciará tu nombre y con un movimiento en falso apagará todas las velas”. ¿Es el tiempo uno de los pilares de su poesía?

La reflexión sobre el tiempo es uno de los pilares de toda la humanidad. Saber que estás dentro de un tiempo que te corresponde dentro de un tiempo más amplio; que el tiempo propio, humano, es más limitado, y que ese otro tiempo seguirá fluyendo después de que el tiempo propio se acabe. También tiene que ver con la idea de las tres heridas de las que habla Miguel Hernández y que son los tres grandes temas de la poesía: el amor, la muerte y la vida. Esto es lo que me ha acompañado desde siempre.

—“Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”, cita usted a Fernando Pessoa. Al avanzar en su lectura, vemos que este poemario pauta su trayectoria vital.

Esto tiene que ver con la idea de que toda existencia es un viaje. Pessoa siempre tenía esta idea sobre la finitud de la percepción y de la traslación de la percepción de un yo poético que se va desdoblando conforme va avanzando el tiempo, por supuesto con una historia de vida que, como decía Borges, a fin de cuentas y después de todo lo escrito, de todo lo visto y lo vivido, lo que uno descubre es que al mirarte al espejo o al terminar ese dibujo o pintura, lo que encuentras es tu propio rostro. Por eso siempre me acuerdo de lo que Borges decía: “Entre el alba y la noche hay un abismo; el hombre que se mira en los espejos gastados de la noche no es el mismo”. Es el viaje del día; el viaje del ser humano a través de la vigilia, que es el día, y no de la noche.

—Pero también está la marca de los viajes. Usted ha sido diplomático durante buena parte de su vida y ha vivido y estado durante largas estancias en distintas partes del mundo, lo que sin duda ha dejado una fuerte huella en su poesía, como se aprecia en Soledad en llamas.

La relación que uno tiene con la sociedad y con una alteridad que no es la propia termina por cuestionar los propios valores, por enfrentarlos, por ensuciarte con otras realidades que terminan siendo finalmente la propia, y que no difieren en nada con la realidad original que es la tuya, con distintas formas de ser, así sean diferentes idiomas, diferentes religiones, como fue el caso de mi estancia en Marruecos, donde encontré más similitudes que diferencias con México, como el tema del fervor religioso que tiene mucho que ver con una cosmogonía personal y social, y eso por supuesto se refleja en la poesía.

—Usted ha vivido en España, en Costa Rica, en Estados Unidos; ha logrado abarcar un amplio registro de particularidades sociales, ¿qué han ido dejando estas estancias?

Mucha riqueza intelectual; contrastes; formas de mirar la realidad. He tenido la suerte de estar acreditado en tres continentes: África, Europa y América, desde la insular como la hispanoparlante de Cuba como la no hispanoparlante de Trinidad y Tobago, y en Centro, Norte y Sudamérica. Todo esto me ha dado una serie de parámetros de vivencias y convivencias con culturas y referentes poéticos que han puesto en juego y en jaque mi propio trabajo poético. Eso ha sido muy importante para mí. Finalmente, lo que uno escribe tiene que ver con lo propio y como complemento de la realidad en la que uno está en un momento determinado de la vida que tiene que ver con las etapas por las que uno atraviesa en su biografía, porque no es lo mismo llegar a La Habana con 25 años que a Trinidad y Tobago con 59, y todo eso acompañado de la evolución de las sociedades, de la política y de tus propias perspectivas de vida.

—Hay un aspecto que vuelve con insistencia en sus poemas: la música, y no solo en la sonoridad de sus versos, sino en un plano más amplio, como un arte que influye en su poesía. Escribe: “Llovizna esa sonoridad mientras lo envuelve todo la música de un pájaro perdido, aquí en el pecho”.

Vengo de una familia de músicos, de intérpretes, desde mi abuelo y mis tíos, y yo me formé entre las patas de los pianos. Sí, tiene mucho que ver, desde la música de Chopin y Bach hasta Keith Jarret y el jazz, del que soy amante. Todo eso se filtra, sin duda. Finalmente la poesía es música verbal; cada poema es un objeto verbal que como decía Machado, debe cantar.

—Escribe usted que “camino de nostalgias es la poesía de muchos de estos versos, como el de una madre, un padre o un antepasado y un muerto, el primero”. ¿Cuánta nostalgia hay en su poesía?

El regreso es el origen de la nostalgia, y aunque uno no regrese siempre está volviendo a esos orígenes, a esa Ítaca muy personal que en mi caso de tantos años fuera es México, particularmente el desierto árido americano del que provengo, y por supuesto el mundo de los afectos, que es el que nos da un corpus y una perspectiva de vida, claro que sí.

—También hay amores, cuerpos con señales y tragedias, con sensualidad y deseo y pasión.

En el amor hay corporeidad, hay sensualidad, hay una perspectiva erótica de la realidad que es el percibir con los sentidos y la inteligencia, y es una forma de saber recibir y estar aprendiendo siempre a saber entregar.

—¿Cuáles son los ejes principales de su poesía cuando se sienta a trabajar en un poema?, ¿cuál es su ars poetica?, ¿cómo se plantea el trabajo poético formalmente?

Es difícil y complicada la respuesta. Escribo con cierta lentitud, porque si no hay un momento en que algo llame mi atención, un poema lo escribo mentalmente durante mucho tiempo, a veces años, hasta que un día sale. Y si no hay esto no hay sinceridad. Yo creo que lo que tiene que hacer un escritor, y es mi caso, es tener la voluntad de compartir, plasmar este espíritu de conversación desde una franqueza total. ¿De dónde proviene esto? De la propia realidad, de la forma de dirigirse a un hipotético lector, que también es uno mismo como autor. Y en esto se cruzan todas las lecturas que se han hecho, todos los autores que admiro y la gente que quiero, porque todo esto tiene una dirección que es múltiple y que se va repitiendo conforme pasan los años, los libros, los poemas.

—En un poema de homenaje a Borges, escribe: “Quieres ser inmortal, pero conoces tu sombra, tu nagual y tu destino. Es tuya su constante y tuyo el muro que la hormiga desgasta. No lo roces. Detrás ruge con hambre tu asesino”. La poesía también es autoconocimiento, ¿qué le ha dicho de usted mismo la poesía?

Que soy un aprendiz. Que cuando uno cree que ha logrado algo porque tiene un libro, se da cuenta que no tiene nada, que tiene que seguir escribiendo. Cada libro es una etapa que se va cerrando y uno tiene necesidad de seguir haciendo camino, seguir escribiendo. Ese poema que cita refleja una realidad polivalente en la que se mezclan muchas realidades de los diferentes seres imaginarios mitológicos como es el caso del nagual, esa especie de alter ego, de sombra que nos va siguiendo, y esa sombra es una sombra interior, pero al mismo tiempo que es sombra es una figura luminosa que es la que nos permite tocar la realidad desde otra perspectiva que es la auténtica.

—Finalmente, escribe: “Pidamos que amanezca herida ya de muerte la mañana para nunca olvidar que nos iremos”. Usted también canta a la fugacidad de la vida paradójicamente para atraparla, para que no se vaya y hacerla permanecer.

El tiempo no tiene una dimensión ni una medida ni un término desde donde lo pudiéramos nosotros tratar de aprehender; y el tiempo humano está dentro de este tiempo que nos precede y nos sucederá después de que nos hayamos ido. Esta idea de la finitud del tiempo humano, propio, es lo que nos hace tratar de mejorar cada día nuestra forma de estar sobre la tierra, nuestra forma de hacer poesía, de dar siempre un poco más y de tratar de plasmar todo esto y de seguir aprendiendo y seguir experimentando.

—Sabiendo, como dice la cita anterior, que “amanece ya herida de muerte la mañana”, porque vivir es morir.

Sí, vivir es morir todos los días, y saber que somos parte de este tiempo es maravilloso, porque es el tiempo que nos toca estar sobre la tierra y en el que poner lo que podamos hacer no para cambiarla sino para tener consciencia de esta finitud y poder hacer algo, poder decirlo a alguien, que somos parte de un todo y el uno del otro, porque, finalmente, la poesía es comunión.

AQ

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