Una gabardina por las calles de Madrid

José Emilio Pacheco, a 80 años

Luis García Montero traza las coordenadas de su amistad con el autor de La edad de las tinieblas.

"A un lustro de su desaparición física, la imagen que me llega de José Emilio Pacheco es la imagen íntima de su gabardina". (Foto: Rogelio Cuéllar)
Carlos Rubio Rosell
Madrid /

Luis García Montero (Granada, 1958), poeta, narrador, ensayista, catedrático universitario, director del Instituto Cervantes y autor de obras como El jardín extranjero, Alguien dice tu nombre y La otra sentimentalidad, recuerda su amistad con José Emilio Pacheco y recorre su trayectoria como polígrafo.


Conocí a José Emilio Pacheco en un Curso de Verano de la Universidad Complutense de Madrid que se celebraba en Roquetas de Mar, un pueblo de Almería. Yo era un poeta joven y tuve la suerte de compartir unos días con él, Juan Gelman y Mario Benedetti. Después, nuestra amistad se consolidó en mis viajes a México y sus viajes a España. Un momento clave fue cuando José Emilio recibió el Premio Federico García Lorca en Granada, en 2005; a partir de entonces nuestros encuentros se hicieron más intensos y en cada viaje a México, solo o acompañado por mi mujer, Almudena Grandes, o con el editor Chus Visor, los encuentros con él y con Cristina Pacheco eran de los momentos más felices de esos viajes. Pude pasear por México con él recorriendo los paisajes de su juventud y de su memoria literaria, esos que recuerda por ejemplo en Las batallas en el desierto.

Desde muy joven yo admiraba al autor de No me preguntes cómo pasa el tiempo, que es un libro que me impresionó, o Los trabajos del mar, y cuando lo conocí personalmente me encontré con una persona muy afable, con una gran memoria, con gran capacidad para contar anécdotas y conversar haciendo teoría literaria.

La dimensión del magisterio de José Emilio Pacheco es absoluta para la poesía iberoamericana. Hablando del amigo, uno poco a poco empieza a perderle el respeto al mito para reconocer a la persona con buen humor, que hace bromas, el amigo glotón que, en cuanto te descuidas y estás comiendo con él, te quita la comida del plato; uno recuerda esas cosas y lo divertido que era cuando se ponía catastrófico con él mismo. Tuve la suerte de prologar la edición española de su maravillosa traducción de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot, una traducción que tardó veinte años en editarse, y cuando él explicaba las catástrofes que le impedían terminarla, podían ir desde las tuberías que se habían roto en el momento en que se iba a sentar a escribir en su casa, hasta que le habían dado un premio y tenía que irse a no sé dónde, y era siempre el mundo como una conspiración de cosas sorprendentes que le evitaban ponerse a escribir, pero en el fondo te dabas cuenta de que lo que le ocurría es que admiraba como poeta enormemente a Eliot y admiraba los Cuartetos, pero cada vez sentía más antipatía por el personaje reaccionario que era Eliot. Pero en el caso de la amistad con José Emilio, el personaje estaba a la altura de su poesía y uno acababa conviviendo con el amigo y perdiendo un poco de vista que estaba al lado de uno de los grandes nombres de la poesía iberoamericana, muy respetado en México, muy respetado y premiado en países como Colombia, Argentina o España, un autor de referencia que había conseguido unir el sentimiento y la energía sentimental de la palabra lírica con la lucidez, y sus reflexiones sobre el sentido y el significado de la historia y el papel de la poesía como forma de resistencia y de meditación sobre el mundo le dieron una dimensión ética que estaba en su calidad literaria y que lo convirtieron en un maestro y en un punto de referencia para la poesía contemporánea.

Las luces que hoy brillan y resplandecen en la obra de José Emilio Pacheco están en su palabra muy precisa, en que en un momento determinado nos enseñó que ser poeta no es enmascararse en un lenguaje difícil, y que el ejercicio de la poesía no significa un ejercicio de palabrería. Nos enseñó que ser sencillo y claro no significa vulgarizarse y perder la dimensión de profundidad y conocimiento que debe tener un poema. Al mismo tiempo derrotó los extremos de la barroquización y del neobarroco y de la vulgarización. Y eso para mí es una referencia fundamental, porque al final, quitadas las máscaras de la comunicación fácil y del barroquismo formalista, te queda la poesía como un ejercicio de conocimiento y de meditación en la dimensión humana, en qué significa decir yo y en los valores de la poética, como el tiempo, pues José Emilio no creyó nunca en las novedades de usar y tirar porque no creía en un tiempo de usar y tirar, y él recogía, frente al mercantilismo que convierte en mercancía el tiempo, un diálogo profundo donde había un presente perpetuo y donde éramos herederos de cosas que venían del pasado y cobraban cuerpo en el presente y el futuro. Su diálogo con la memoria como parte del presente y su lucidez para reflexionar cómo derivaba el siglo XX, cómo derivaba el desarrollo de la sociedad y cómo había que interpretar algunos símbolos que eran más que catástrofes coyunturales, me parece que está en ese desnudo de la poesía que consiguió al quitarse las máscaras del barroquismo y de la vulgarización.

La obra literaria de José Emilio tiene una transversalidad para llegar a distintos públicos y generaciones. Creo que en México está claro, porque he podido ver el éxito que tenía entre los escolares y entre los jóvenes, y de qué manera se leía una novela como Las batallas en el desierto o sus poemas. Pero en España también. A mí me parece que su poesía completa, que está reunida en el volumen titulado Tarde o temprano, es un punto de referencia entre los jóvenes españoles, algo que se refleja en las redes sociales que ellos usan; pero al mismo tiempo en aquellos que aportan un conocimiento de la tradición lírica del siglo XX, donde sin duda está la poesía de José Emilio Pacheco desde su primer libro, Los elementos de la noche, publicado en 1963. Así que es un nombre fundamental en toda la segunda mitad del siglo XX. Cuando tuve la oportunidad de publicar con Chus Visor en la colección que dirigimos, Palabra de Honor, dos de sus últimos libros, Como la lluvia y La edad de las tinieblas, eran libros que en 2009 conectaban muy bien con los jóvenes de entonces.

José Emilio Pacheco conocía perfectamente los lazos culturales entre España y América. En su conversación fluía el conocimiento no ya de la canción española, sino de cómo la canción mexicana había llegado a España y había impregnado la cultura española. Conocía los lazos que, por ejemplo, el exilio había forjado entre España y México. José Emilio sintió de manera muy clara la hermandad entre ambas culturas y sociedades.

A un lustro de su desaparición física, la imagen que me llega de José Emilio Pacheco es la imagen íntima de su gabardina porque, al morir, Cristina Pacheco repartió entre sus amigos algunas de las prendas de su vestuario. Y a mí me tocó su gabardina. Así que algunas veces, cuando llueve, la gabardina de José Emilio sale a pasear por las calles de Madrid y es una metáfora para mí de lo presente que está, porque los muertos queridos forman parte de la vida y forman parte de nuestra realidad; viven en la memoria pero están también en nuestro presente. Y me parece que José Emilio Pacheco da la imagen de un poeta de una gran cultura —pocas personas han tenido una cultura literaria como la suya; pocas personas han tenido la capacidad de dialogar desde la cultura con la actualidad, como lo demuestran los magníficos artículos de Inventario—. Así que es una gran referencia intelectual de una persona muy culta que a la hora de escribir poesía era capaz de convertir toda esa cultura en sentimiento y en verdad honesta de un corazón que dialoga con las conciencias de sus lectores.

Ahora que cumpliría 80 años, estoy seguro que seguirá cumpliendo muchos más siendo recordado, porque hay una palabra literaria que va más allá de la simple actualidad y que se queda en herencia de generaciones. Ahí sin duda está la palabra de José Emilio Pacheco.

ÁSS

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