José María Herrera: Occidente colapsó cuando el hombre se puso en el lugar de Dios

Entrevista

En entrevista, el crítico de arte español aborda el valor de los mitos y la tradición en un mundo cambiante.

José María Herrera, filósofo y crítico de arte. (Cortesía)
Ciudad de México /

Filósofo de formación y conversación, crítico de arte para el diario ABC, José María Herrera quiso contar el colapso de Occidente a través de las tumbas vacías de sus mitos, desde la del bíblico Adán, las de sirenas y sibilas, de El Golem, de Madame Bovary y de Gregorio Samsa... hasta la de Dios mismo.

En charla desde el sur andaluz, Herrera es tan ameno como su libro, que en su España ya se lo comparan con el clásico Vidas imaginarias (1896) de Marcel Schwob, aunque este reportero agregaría en ese linaje los Apócrifos (1945), de Karel Čapek. Historias que se imaginan de invenciones reales.

Al autor de La tumba de Dios (y otras tumbas vacías) le hace mucha ilusión que sus ensayos circulen en México, porque, ironiza al honrar a Pedro Páramo y su Juan Rulfo, “allá todo mundo está muerto y entienden bien esto de las tumbas”. En Europa, sostiene en cambio, ya no se sabe qué hacer con tanta muerte. Esta joya literaria, fruto más de bagaje que de imaginación —cuenta— surgió cuando escribía sobre el pintor judío asesinado en Auschwitz Felix Nussbaum y su obra El triunfo de la muerte (1944).

“Cuando vi ese cuadro pensé que hemos hablado mucho tiempo de la barbarie totalitaria, de los grandes errores de las ideologías, pero que se había hablado muy poco de lo que se perdió con la destrucción de la civilización europea. Entonces, se me vino a la cabeza la idea de que había un cementerio de las tradiciones que fueron sepultadas durante la Guerra Mundial. Y esa pequeña idea me hizo pensar en que podría encontrar las tumbas de los grandes mitos occidentales. La primera tumba en la que pensé fue la de El Golem, en Praga, porque me dijeron que estaba enterrado en una sinagoga”.

Herrera entonces pensó en cuáles eran los mitos de la tradición europea que habían tenido una influencia más grande a la hora de explicar o comprender la realidad o la vida de los hombres y eligió aquellos que le resultaron interesantes, sin repetir épocas, desde Adán hasta el exterminio de los judíos por los nazis, que a su juicio hacen ya imposible la existencia de dios, como advirtió antes Nietzsche.

Estaría encantado con una edición ilustrada, porque para él la pintura ha entendido a veces mucho mejor cosas que como las han entendido los ensayistas. “Hay más sabiduría sobre el tránsito de la niñez a la adolescencia en los cuadros de Balthus, que en muchos tratados de psicología”, sostiene Herrera.

—Terminé su libro con la sensación de que era teológico más que un ejercicio de la imaginación. ¿Sus intenciones eran teológicas, de búsqueda de Dios?

No exactamente, aunque también sí. Soy de formación filósofo y todo ese tipo de temas me han interesado siempre. A mí lo que verdaderamente me preocupa es la destrucción de la tradición. Tengo la sensación, quizás equivocada, de que vivimos en una época muy complicada, muy caótica, en la que probablemente hay un despliegue de todas las tradiciones y el surgimiento de una civilización planetaria que no sabemos bien adónde va. Y andamos un poquito como perdidos. El hecho de que el populismo se haya apoderado de un montón de países, de que podamos asistir a toda clase de violencia, el peligro que supone la tecnología, el desconcierto que ahora existe, provoca una cierta idea de desorientación, un sentimiento de estar como perdido. Y me parecía que explorar los grandes mitos que han articulado nuestra tradición era una forma de orientarse, de saber qué es lo que hemos perdido al perdernos. Por ejemplo, la historia de Adán, que ha servido en Occidente durante siglos para explicar la peculiaridad del humano en la naturaleza; el hecho de que nos hallamos siempre como seres extraños en la Tierra.

Obviamente, cuanto más nos vamos acercando a nuestra época, más podemos aprender de los mitos de los que nos hemos deshecho. Yo, en La tumba de dios intento vincular la llamada muerte de dios con la deificación del ser humano, está por ver si esto no ha sido una pérdida enorme. Para mí no es una búsqueda en un sentido teológico o religioso. El libro no se ha hecho con esa intención, sino para mostrar al lector lo que se ha perdido. Ciertos mitos que tuvieron un gran poder explicativo, de articulación y realización del mundo, que tuvieron un papel en un determinado momento histórico y luego lo perdieron. Es una especie de vuelta atrás porque no sabemos mirar hacia adelante”.

—Ya era demasiado desolador hablar de la tumba de Dios como para acentuar el hecho de que ésta y las otras tumbas están vacías ¿no le parece? El vacío, en sentido filosófico, nos ha aquejado al menos 100 años.

Y quizás más. Vamos perdiendo desde hace mucho tiempo nuestro contacto con las raíces de nuestra tradición occidental. Y esa pérdida es quizás una de las características de la tradición occidental, que siempre ha tendido a desmitificar. Pero, una vez que el proceso de desmitificación llega hasta el último extremo, que es lo que representaría Dios, la idea de que formamos parte de una realidad con sentido, en ese momento, se produce una situación de colapso. Lo que ha caracterizado a la civilización occidental desde la época griega ha sido la creencia de que vivimos en una realidad cósmica, en un cosmos, no en un caos, que el mundo tiene sentido. Pero, a medida que la tradición occidental se ha desarrollado, se ha ido como desconfiando cada vez más de esa creencia inicial hasta el punto de llegar a la situación que hemos vivido en los últimos cien años de la negación de la realidad, no solo del sentido de la realidad, sino de la realidad misma y su relación con nuestras propias interpretaciones. De modo que sí, Occidente, como tal, ha colapsado, el fundamento de su forma de entender la existencia concluye cuando el hombre se pone en el lugar de Dios y decide que el único sentido de la realidad es el que el hombre produce, que es lo que representan los sistemas totalitarios de forma extrema.

—A pesar de su visión pesimista, su libro es muy divertido, muy ameno. Me lo imagino riéndose mientras lo escribía.

La visión pesimista es de la historia. Yo no tengo una visión pesimista ni de la vida ni del ser humano. Y me he divertido escribiendo el libro, como me divierto leyendo muchos libros, y como me divierto viviendo. Tengo una gran pasión por la vida. Lo que me parece que quizás falla, ha ocurrido históricamente, es que carecemos ahora mismo de un relato lo suficientemente firme que nos haga aferrarnos gustosamente de la vida. El hombre con fe tiene muy organizada su visión del mundo, y muy buenos motivos para asumir con entusiasmo la vida; el que no tiene fe ya no dispone de ese entramado para sujetarse. A pesar de ello, hay muchos motivos para celebrar la vida e intentar vivir con sentido.

Mi pesimismo es más bien sobre la historia, no sobre la vida, que no es lo mismo. La visión histórica del ser humano ha tenido mucha fuerza durante siglos pero no es indispensable para vivir, también ha habido muchos siglos en los que los seres humanos no tuvieron concepción histórica ni una visión general del universo. Por otra parte, creo en el poder de la literatura, así como no confío en el poder de la tecnología para hacer de la vida algo mejor. Sí que creo que la literatura tiene una capacidad de hacernos sentir la vida como algo que vale la pena. Los dos grandes temas de la literatura, el amor y el humor, son suficientes para sostener una existencia aceptable. Y sí, yo me he divertido mucho al escribir el libro y creo que el esfuerzo que hace un novelista cuando trata de ordenar lo que no tiene orden es de las pocas cosas que nos elevan por encima de lo inevitable. Pesimista no soy en absoluto.

—¿Con cuál tumba vacía se divirtió más?

Probablemente con la dedicada a la tumba de Don Juan. Tenía pensado inicialmente un mito barroco, y pensé antes que nada en Don Quijote, porque había muchos elementos para poder escribir sobre la tumba de Don Quijote; de hecho, en El Quijote el bachiller Carrasco escribe el epitafio. Y, entonces, indagando si había algún pueblo que dijera que ellos tenían la tumba de don Quijote, me llevé una gran sorpresa, porque descubrí una cierta tradición que dice que Don Quijote está enterrado en México, una cosa que me dejó muy sorprendido, pero cuanto más buscaba por ahí, menos encontraba. Así que finalmente opté por Don Juan que es una figura barroca de mucha importancia en la tradición. Después había otro factor: tengo un amigo que escribió hace muchos años un libro Las metamorfosis del seductor (José Lasaga Medina), que es una historia de la figura de Don Juan, me hacía gracia poner a mi amigo en un aprieto porque yo tenía el barrunto de que la figura de Don Juan, tal como la ideó Tirso de Molina, se había inspirado en un canónigo de la catedral de Sevilla, que es la historia que cuento, que después fue un defensor del dogma de la Inmaculada Concepción. Era una broma, algo muy chocante, y yo intenté en mi investigación que todos los datos fueran en esa dirección, un poco por poner en un aprieto a mi amigo, lo curioso es que después los datos encajaron estupendamente.

—¿Usó más imaginación que investigación? ¿Le llevó mucho tiempo investigarlas?

En realidad, no. Me he servido sobre todo de lecturas que he ido haciendo a lo largo de la vida; el libro lo tenía yo ya adentro. Básicamente lo que he hecho es confirmar algunos datos que más o menos conocía y aprovecharme de mi bagaje; no ha sido un trabajo específico, no estaba trabajando sobre esto, fue esto que me gustó la idea, me puse a hacerlo y salió bastante fácilmente, en realidad; trabajo, trabajo no me dio ninguna de las historias, quizás parezca más trabajo del que tiene, lo que sí aproveché fueron mis conocimientos. Pero hay también una dimensión fantástica del texto, yo no uso datos falsos, pero sí los combino de alguna manera imaginaria, situar las tumbas de las sirenas o de la Sibila donde la sitúo tiene mucho de especulativo. He leído muchas cosas por placer, no como un investigador erudito; digamos que no tengo mala memoria, así que no ha sido un trabajo tremendo de investigación.

Yo no soy un experto ni especialista en ninguna de las cosas de las que he hablado, y creo que es un ensayo en el sentido de una aproximación literaria y festiva. Pensé titularlo Arqueología fantástica, y el editor me convenció de que no. Siempre he pensado que soy una especie de arqueólogo de libros, no voy con un pico cavando para encontrar una pirámide, pero sí he ido buscando unas tumbas que no están en ninguna parte, sino en los libros. Yo no le doy mucha importancia al trabajo que he hecho, aquí es un bagaje, es el poso que me ha ido quedando de muchos años de lectura apasionada, no erudita.

—¿Qué tumba dejó fuera?

El libro está estructurado de tal forma, que se está saltando de época en época y de momento histórico importante a momento histórico importante, con una cierta idea de orden cronológico. Por eso se va pasando de las sirenas a las sibilas, del mundo griego al romano y al medieval. Hay una progresión. No quise en ningún momento duplicar los ejemplos. Si ponía a Don Juan para el mundo barroco, no podía poner a Don Quijote. En su momento pensé en la tumba de Hamlet. Al final lo que fue decidiendo fue el capricho y la cantidad de información que pudiera yo tener. El libro se podía rellenar con muchas otras tumbas. Una periodista española me preguntó qué tumba me habría gustado hacer del siglo XXI; le dije que la tumba de Batman, y ella pensó que era una broma, pero sí estuve a punto de ponerla si no hubiera sido que me parecía que terminar con dios era lo que cerraba el libro.

—También yo le habría preguntado eso. A propósito de los mitos contemporáneos. ¿Han desaparecido? ¿Qué necesidad hay de tener hoy mitos?

Los mitos, en general, han desaparecido, pero no la mitificación. El problema es que hoy identificamos quizás realidades que no tienen suficiente fuerza para convertirse en algo común. Por ejemplo, un deportista de élite, un actor o actriz de élite, los músicos, son mitificados, se convierten en personajes con un gran poder de persuasión del gran público, pero no tienen el poder que tuvieron los grandes mitos de explicar la realidad y, por lo tanto, aunar a muchas personas. Ese poder que tenían los grandes mitos no lo tienen los mitos actuales, salvo algunos vinculados con el mundo de los súper héroes. Batman y Superman son más conocidos en el mundo entero que otras cosas. Un japonés, un chino, un africano saben perfectamente quién es James Bond, conocen sus historias; son personajes que tienen una fuerza parecida, pero, claro no son integradores en el sentido que eran los viejos mitos.

Necesitamos los mitos en el siglo XXI. El problema es que creemos que no los necesitamos y, sin embargo, mitificamos montones de cosas. Si hoy en día reinan por todas partes la mentira, los fakes, todo este tipo de engaños que nos hace andar tan despistados, es en parte porque tenemos una gran necesidad de creer, y en parte porque no tenemos un marco de referencia para poder evaluar lo que creemos. Los mitos fueron en su día también un marco de referencia, organizaron de algún modo aquello en lo que se podía creer y en lo que no. Bueno, no sé si esta sea la explicación más adecuada. En resumen, mitos hay, que son variantes, actualizaciones de viejos mitos, y hay una cierta necesidad siempre de creer que las cosas pueden ser distintas a como las experimentamos realmente.

—Al terminar su libro pensé que en México se honra más a los muertos que a las tumbas y, en cambio, en Europa parece que se honra más a las tumbas que a los muertos. ¿Es así?

Pues es muy posible. Yo desgraciadamente no soy gran conocedor de la cultura mexicana, pero muy probablemente es así. En Europa es la tumba lo que se celebra, más que al muerto. Pero esa pregunta quizás no soy quien la tiene que responder sino el que la hace, porque es muy buena pregunta y yo no sabría contestarla bien. Pero algo de eso hay. En Europa, tengo la sensación de que no sabemos ya qué hacer con la muerte. Y como no sabemos qué hacer con ella, simplemente la escondemos, intentamos que sea algo que no interrumpa el curso normal de la realidad. En España es muy normal ir a un funeral, por ejemplo, si es católico, la mayor parte de la gente ya no es católica, ya no acepta nada de lo que el sacerdote está diciendo, y la gente participa del rito de una manera distante, no sabe qué hacer.

En el libro yo aludo muchas veces de forma indirecta al hecho de que desde los campos de exterminio nazi, la disolución del cadáver, el ser quemado, la incineración, es como la señal de la época, hay que volatilizar el cuerpo, y lo que único que tenemos que recordar es mediante la tumba, que cada vez es menos, ya no existe tampoco; lo normal ahora es desperdigar las cenizas por cualquier sitio, es el único vínculo con el muerto, el muerto desaparece, no nos acordamos de él. Los romanos tenían la costumbre de tener una máscara del muerto y conservarla generación tras generación Y había un día en que se paseaban con las máscaras de sus difuntos. Esa relación tan fuerte que tenían los romanos, en Europa ha desaparecido por completo, en España casi definitivamente, casi todo mundo se incinera aquí. Simplemente no sabemos qué hacer con la muerte.

—¿Dónde está la tumba de Europa, si habla del colapso de Occidente?

Occidente probablemente muere en la tecnología. Estamos empezando a vivir un periodo de globalización cultural, no solo económica o política, sino cultural. Las diversas tradiciones se van fundiendo y, a la vez, perdiendo; cada día hay una distancia mayor entre la generación joven y la anterior. Hablo de España, pero es lo que está ocurriendo en muchos otros sitios. La gastronomía, por ejemplo: uno puede comer comida de cualquier sitio en cualquier lugar, y la gente joven está más acostumbrada a comer comida japonesa o mexicana, que comida española tradicional. Y no se trata no solo de lo que la gente come, sino que la gente joven ya no sabe hacerla, ya no sabe prepararla, porque su gusto se ha abierto a otros gustos, y hay una ruptura con la tradición. Eso es un fenómeno global.

Lo occidental va a perdurar, no como cadáver, sino como algo vivo en el mundo de la tecnología y de la ciencia, que es lo que al final va a determinar la evolución del mundo globalizado. Los rascacielos que se hacen en Shanghai se hacen de la misma manera a como se hacen en Nueva York o en Fráncfort; las investigaciones en los laboratorios chinos o japoneses funcionan con los mismos principios de la ciencia que se desarrolló en Occidente. Iremos fusionando tradiciones culturales, perdiendo en gran medida nuestra identidad o inventándonos identidades con muy poca consistencia. Pero, al mismo tiempo, irá surgiendo una civilización donde la integración de los humanos será más fuerte que en el pasado. Esto para bien o para mal. Para bien, porque probablemente es un enriquecimiento, una especie de fusión a la manera de la época helenística donde cada uno aporta algo, y el resultado puede ser satisfactorio. Peligroso, porque al mismo tiempo genera desencanto, desorientación, pérdida de raíces. La nuestra es una época muy problemática, muy confusa y justo por eso también muy interesante.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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