¿Ficción, ensayo, novela de misterio, de detectives o histórica? Lo que los monstruos nos hicieron (Penguin Random House, 2023) es todo ello. José Mariano Leyva Pérez-Gay (Cuernavaca, 1975) —historiador y director de las Bibliotecas Vasconcelos y de México— ya había indagado en los entresijos de la ciencia y del arte en el siglo XIX en sus libros de ensayo, El ocaso de los espíritus. El espiritismo en México en el siglo XIX, y Perversos y pesimistas. Los escritores decadentes mexicanos en el nacimiento de la modernidad. Novela fronteriza por excelencia en cuanto a la diversidad de géneros literarios y disciplinas que en ella se cruzan, Lo que los monstruos nos hicieron está ambientada en el México de principios del siglo XX. Es, asimismo, una novela polifónica igual que otra de su autoría, La casa inundada. En este libro, el primero de una trilogía, un ilustre frenólogo, el doctor Servando de Lizardi se encarga de resolver un brutal asesinato de una mujer atestiguado por Ángela, niña de siete años incapaz de recordar lo que vio.
¿Con qué intención realiza un cruce de géneros literarios en Lo que los monstruos nos hicieron?
Creo que en esas fronteras es donde hay más riqueza. Incluso si lo piensas desde un punto de vista más clásico la novela transcurre en el porfiriato del que todos tenemos un punto de vista muy concreto. En el porfiriato había positivistas, el desarrollo tecnológico, hasta que llegó la Revolución. Este asunto de la polifonía de voces me permite atacar un mismo evento desde distintas opiniones. El asesinato aparece desde muchos puntos de vista, el de Ángela cuando es niña y todo lo que sufre, después cuando ya es mayor; el de Servando cuando lo está investigando y lo comparte con el doctor Campuzano. Todos tienen una idea distinta de lo que pudo haber sucedido. Si es un asesinato, es la urgencia de resolver, es la búsqueda de un culpable, pero, sobre todo, es un acto de un fenómeno tremendamente violento. Los personajes se ponen de frente al asesinato como si fuera un espejo que refleja cuáles son sus carencias, y más, en ese sentido, toda la parte de enfermedad mental me interesa muchísimo. Hay comportamientos el día de hoy que hace 120 años ameritaría que nos encerraran en manicomios. Si lo llevas al erotismo, a las mujeres —en el libro incluyo al final una burbuja del tiempo— es una concepción completamente distinta. Justo esas fronteras de lo enfermo, del amor, de la sexualidad, de la condición de mujer, me interesan mucho, porque creo que el tiempo hace lo suyo.
Otra frontera: la del arte, Julio Ruelas y su obra.
Monsiváis tenía la teoría —alguna vez lo conversamos— de que Ruelas se dio a conocer en la Revista Moderna donde todos los decadentes y los modernistas escribían. La teoría extendida entre los historiadores y los analistas era que Rubén M. Campos escribía un cuento terrible y luego Ruelas lo ilustraba con sus viñetas y Monsiváis propone que era al revés: que Julio Ruelas hacía la viñeta y eran los escritores quienes la veían e imaginaban la historia. Hay unas viñetas de Ruelas que son bien duras. Recuerdo una donde está una mujer atada de los tobillos con unas cadenas, en cada uno tiene un grillete, la cadena corre y pasa por la tierra, de tal manera que, si mueve un pie, el otro se le libera, está en un pivoteo constante. El desgraciado de Ruelas le pone a unos cuatro centímetros a su bebé a punto de ser devorado por un perro. ¡Imagínate la desesperación de la mujer! Julio Ruelas es muy perverso, no te da cosas contundentes. Para los decadentes, para el arte modernista en general, lo que es el decadente, el satanismo, el parnasianismo, el simbolismo, todo eso está muy bien tipificado. En Francia como simbolismo; a México llegó con un solo mote: “modernismo”, un sitio donde se utilizan los símbolos de manera muy sutil y no hay buenos ni malos.
¿La ciencia médica como telón de fondo?
Hay que acordarnos de que en la época en que transcurre la novela, cuando están creando los decadentes, empiezan a popularizarse cantidad enorme de ciencias médicas, psicología, Freud saca sus cartas sobre la niñez en 1903 y por primera vez nos propone que los niños no son aquellos seres inocentes y querubines —lo pongo en la novela— sino que son poliperversos. Las mujeres que tenían que ser sumisas y calladas, las plumas de los decadentes las vuelven como dominatrix y fuertes. Los hombres jóvenes que tenían que ser potentes siempre se están muriendo de tisis. La novela lo que busca es revivir ese ambiente. Cuando se la pasé a mi agente no sabía si ponerla en la parte policial o de novela histórica. Sí lo es, ocurre en 1900, pero no hablo de Porfirio Díaz ni de Zapata ni de Villa. Por allí está el fantasma de Revolución, pero es tratar de traerle al lector el ambiente de la época, la vida cotidiana.
¿Alguna investigación en la Biblioteca de México durante el proceso de escritura?
Psychopathia sexualis, de Richard von Krafft-Ebing. Cuando me topé por primera vez con ese libro estaba en prepa. No me llegó por parte de mis papás. En la edición de los treinta, cuarenta, venía con fotografías. Recuerdo que me impresioné muchísimo. Era un libro para los médicos. Todas las Bibliotecas Personales en la México tienen un volumen de Psychopathia sexualis. Alí Chumacero lo tiene en alemán y en inglés, era un libro best seller. Donde aparece mucha información que sí saqué de aquí es en la segunda parte que sucede en los veinte cuando ocurre la Guerra Cristera, ya tenemos a una Ángela mayor, ¡y no voy a decir más!
Aparece un personaje espectral, en un balcón, en la Plaza Santa Catarina, en el Centro Histórico…
Es un hombre misterioso que aparece en un edificio que describe Servando, el detective, una casa de tres pisos que le dieron a un general de la Independencia y que causó furor porque allí pusieron el primer balcón limeño, que no era otra cosa más que un balcón al cual le ponían madera y estaba cerrado con vitrales de colores y eso causaba mucha sensación. Ese tipo de detalles provocaban conmoción en esa época: las farolas eléctricas, unos vitrales.
¿La electricidad, los espectros? Tratasteó el tema en El ocaso de los espíritus… sobre el espiritismo en el siglo XIX.
La primera electricidad fue una brújula, la clásica brújula que haces en los experimentos de la primaria cuando pones un corcho y se empieza a mover, y lo que sucede es que atiza la imaginación del asunto de los fantasmas. Al final de cuentas, lo que tenías era un objeto que se movía por sí solo. A partir de ahí nacen también muchas de las teorías espiritistas y de fantasmas del magnetismo. Los espiritistas decían que en la comunicación con ultratumba se utilizaban fluidos magnéticos que conectaban el fluido espiritual con el fluido animal del médium. Incluso toda la parte de la metodología espiritista de los fantasmas está empapada de la ciencia, de la parte eléctrica, entonces la electricidad es como los libros. Cuando llega cambia por completo el mundo. Cuando ponen el primer alumbrado público en México, enfrente de la Catedral, cambió la noche porque entonces había un nuevo paseo, el Paseo de las Cadenas, donde la gente lo único que hacía era irse a dar la vuelta alrededor de las cinco o seis farolas de luz eléctrica que estaban enfrente de la, y giraban alrededor como polillas. Desde un punto de vista mucho más profundo, cuando aparece la electricidad, la noche deja de ser lo que era antes: es la noche que se puede prolongar, más abierta, menos secreta.
De Quincey y Del asesinato considerado como una de las bellas artes está siempre presente.
Los libros de De Quincey hacen una declaración moral y ética en su momento sobre la famosa civilización y él fue un autor que influyó en escritores decadentes, modernistas, empieza a escribir sobre temas que estaban prohibidos. Probablemente si De Quincey no hubiera escrito sus libros, Baudelaire no habría escrito Las flores del mal, que habla también sobre los estados hipnóticos que te dan las drogas. Hay mucha información cifrada en Lo que los monstruos nos hicieron, que no voy a explicar. Tal vez si alguien ha leído a Baudelaire o ha estudiado el feminismo encontrará algunas cosas. Uno de los encantos del libro es que, aparte de narrar la historia, hay muchos guiños muy rápidos a distintos autores y disciplinas. El detective se pregunta cuando ve el asesinato: ¿qué es esta salvajada de un asesinato de pensar como si fuera un arte bella? Y se le pone todo el mundo de cabeza para bien y para mal.
¿Una novela-ensayo?
La novela, si te das cuenta, pudo haber sido un ensayo sobre la enfermedad, las enfermedades mentales; sin embargo, al mismo tiempo, espero que la historia per se, el thriller, pueda funcionar tanto en el México de 1900 como en el contemporáneo. Intenté exprimir lo mejor de dos mundos: la parte literaria, una historia contada con un lenguaje que sugiera, que engañe, como todo buen thriller para que la gente lo siga, y al mismo tiempo que los datos históricos aparezcan con todo propósito. Dejé fuera muchos datos históricos que, si hubiera metido, se habría vuelto una novela muy aburrida. Creo que la división entre historia y literatura me parece demasiado tajante. A los historiadores no les gusta enterarse de que la labor histórica está mucho más cerca de la literatura que de la química. Quieren la verdad, esta parte científica que sí la tiene, pero, desde el punto de vista de una ciencia donde se modifican los preceptos, las ideas y los conceptos. En ese sentido, la novela histórica me permite jugar con eso.
¿Los sueños de la razón crean monstruos?
Creo que uno de los errores que sucedieron en el siglo XX fue esta obsesión de control brutal donde nos vendían que eso iba a dar tranquilidad y paz, y ocasionó todo lo contrario. La primera y segunda guerras mundiales, palabras como fascismo, socialismo, comunismo, nazismo, todos esos eran proyectos de la razón de los Estados-nación que al final resultaron peores que una monarquía.
AQ