Juan Nepomuceno Adorno: utopía y ciencia ficción

Ensayo

El infatigable inventor mexicano del siglo XIX patentó un aparato para escribir música, diseñó máquinas para elaborar cigarros, puros y picados de tabaco y se empeñó en reflexionar por un mundo alejado de la violencia.

Su experiencia en la industria, viajes, erudición y conciencia social hicieron del filósofo e inventor una figura excepcional.
Carlos Illades
Ciudad de México /

Juan Nepomuceno Adorno nació en la Ciudad de México en 1807 y murió en París en 1882. Cuando joven, se dedicó a la actividad agrícola en una empresa familiar próxima a Izúcar de Matamoros y posteriormente fue subsecretario en la Dirección General del Tabaco y demás Rentas Estancadas, sin que sepamos bien a bien cómo fue posible ese salto, más allá de la afición que tenía Adorno desde la edad temprana por la observación de los cuerpos celestes y las artes.

De personalidad inquieta y gran capacidad creativa, la observación minuciosa de la industria tabacalera le motivó a diseñar unas máquinas para elaborar cigarros, puros y picados de tabaco. Ya habiéndolas fabricado, acordó con el gobierno que lo apoyaría para perfeccionar sus inventos en Europa; y el inventor, por su parte, pondría las máquinas al servicio del estanco. El gobierno acabó por dejarlo a su suerte, lo que no fue óbice para que Adorno concluyera su labor y permaneciera entre 1845 y 1853 en Inglaterra, país al que amaba y del cual quiso adaptar su constitución para México. En ese ínterin, dio a conocer en la capital británica Introduction of the harmony of the universe; or principles of physico harmonic geometry (1851) un adelanto del primer borrador de La armonía del Universo: ensayo filosófico en busca de la verdad, la unidad y la felicidad, probablemente redactado en inglés por él mismo, publicado pese a la imposibilidad de desarrollar la comprobación experimental.

Una de las ideas fundamentales del volumen es que las tareas de los hombres, en sus investigaciones sobre los campos de la astronomía, la física, las matemáticas, etcétera, simplemente llevan al descubrimiento de la ley universal, formulada por Dios. A partir de ahí deben emanar todas las ciencias. La Naturaleza es sinónimo de Dios o, mejor dicho, la plasmación de la concepción divina; la Naturaleza, para él, es perfectamente armónica. Y no sólo armónica, sino precisa y simple. La base geométrica de la Naturaleza es la esfera, a partir de la cual pueden derivarse todas las demás formas geométricas. La geometría no inventa nada; en esta disciplina simplemente se descubre lo que la Naturaleza plantea. La armonía es una guía para conocer la verdad de los resultados de las investigaciones científicas. Si un resultado geométrico es armónico, será verdadero.

Probablemente Adorno asistió a la Exposición Universal de Nueva York en 1853. Volvió a México al año siguiente donde recibió la sorpresa de que el gobierno había arrendado la Compañía del Tabaco a un particular, lo que hacía impracticable el acuerdo previo. No se desanimó y continuó fabricando artefactos útiles. El inventor mexicano —quien antes había expuesto algunas de sus piezas en el Edificio de Cristal, en Hyde Park— presentó en la Exposición Universal de París, de 1855, un aparato para escribir música acompañándolo de la Mélographie ou Nouvelle notation musicale (1855), publicada por Firmin Didot Frères, donde proponía una nueva notación musical.

La Tipografía de M. Murguía publicó en 1858 el diagnóstico de Adorno acerca de la situación del país con el título de Análisis de los males de México y sus remedios practicables. La “cuestión social” es central en el pensamiento de Adorno quien consideraba que tanto la pobreza como la riqueza tendrían que moderarse a fin de mejorar las condiciones del conjunto de los mexicanos. Logrado esto, el dinero y la economía política habrían perdido su razón de ser. El papel que le asignó a la asociación dentro de su discurso social también apuntaba hacia esa nivelación. Ésta abarcaba desde los conglomerados más pequeños hasta las relaciones entre los estados, donde la libertad y soberanía de cada uno concurría en un sistema mundial en que la fuerza y la violencia serían proscritas. Mas que Estados existirían sociedades articuladas mediante un pacto federativo en el cual las normas de convivencia habrían sido interiorizadas y, consecuentemente, abolidas las distintas formas de coacción. La armonía sería entonces una realidad. Tal era el proyecto que la providencia había fijado a los hombres y hacia allá consideraba que avanzaba la historia.

Adorno patentó en 1860 un sistema de metalurgia para explotar yacimientos de baja ley e intentó, sin éxito, obtener un privilegio especial para introducir un molino de vapor con miras a asegurar el abasto de harina de trigo en la ciudad capital. Con el propósito de disminuir los daños causados por los temblores, la humedad y los incendios, hizo cálculos y estudios sobre materiales que mejoraran la calidad y seguridad de las construcciones, También fabricó una pequeña máquina para subir el agua, lo que ahorraría enormes esfuerzos a todas las familias. Para medir con precisión los fenómenos celestes, el inventor mexicano confeccionó el “cronómetro efemeridio astronómico”. De la observación de los astros Adorno consideró factible que Marte fuera un planeta habitado “con un pueblo eminentemente agricultor, dotado de grande inteligencia y poseedor de instituciones políticas más avanzadas, puesto que solo así podrían cultivarse porciones tan extensas del planeta, revelando tan grande armonía y unidad en el cultivo”.

Todavía Adorno nos reserva algunas sorpresas del repertorio de su ingenio. Acaso podamos compartir aún la benévola simpatía con que Guillermo Prieto describió la diligencia blindada y otros artefactos que el inventor mexicano exhibió en uno de los salones de la cámara de diputados en diciembre de 1868: “En un momento dado, la diligencia como en un cuento de Las mil y una noches se vuelve fortaleza; los pasajeros desaparecen detrás de una muralla, las ventanillas del carruaje son aspilleras y aquella Malacoff portátil no solo puede resistir, sino perseguir a los malhechores”.

Carlos Illades es profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Autor de 'Vuelta a la izquierda' (Océano, 2020).

AQ

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