Kobe Bryant o la falta de entendimiento

Toscanadas

¿A qué se debe que enaltecer las ideas y al ser humano gane poca fama y rebotar una pelota merezca tanta admiración?

El fallecido basquetbolista Kobe Bryant. (Archivo MILENIO)
David Toscana
Ciudad de México /

Estuve leyendo la prensa del 12 de octubre de 1963. Me llamó la atención el encabezado “Mueren dos artistas”, y me puse a leer. El texto hablaba sobre Jean Cocteau, a quien describía como “un pensador que consideraba todas las esferas del arte como sus dominios”. 

La nota se alargaba en sus actividades, logros e ideas, hasta que avisaba “pasa a la página seis”. Ahí continuaba la biografía intelectual de l’enfant terrible del pensamiento. Luego venía una nota más pequeña para hablar del fallecimiento de Édith Piaf. 

Me pregunté si hoy no habría sido al revés. “Muere Édith Piaf”, diría la nota, y ya como un anexo: “También falleció Jean Cocteau”.

Así traía la cabeza porque en estos días habían muerto dos personajes que he leído con interés, cariño, admiración y agradecimiento: Roger Scruton y George Steiner; y en medio de los dos había muerto un baloncestista.

De la suerte de los dos intelectuales me enteré, no por la noticia en sí, sino a través de la columna de algún crítico o escritor. En cambio, no se podía abrir la prensa sin tener al deportista en primera plana. Otra vez corroboré lo que ya se sabe: fama mata grandeza. 

Lo que podemos cuestionar es a qué se debe que enaltecer las ideas y al ser humano gane poca fama y rebotar una pelota merezca tanta admiración. Quizá por la capacidad de entendimiento.

Abro un libro de Scruton al azar y leo: “En las dos últimas décadas, el campo de las humanidades ha sido invadido por el darwinismo, y de una manera que difícilmente habría podido prever el propio Darwin. La duda y la vacilación han dado paso a la certeza, la interpretación ha sido subsumida en la explicación, y todo el ámbito de la experiencia estética y el juicio literario ha sido bajado del Olimpo y reducido a “adaptación”, es decir, una parte de la biología humana que existe por el beneficio que reporta a nuestros genes”.

Del mismo modo leo un fragmento de Steiner: “El latido yámbico de Marlowe electriza la abstracción. Las proposiciones teológicas y metafísicas de Fausto no tienen menos empuje nervioso que los delirios imperiales de Tamerlán o el enloquecido afán de venganza del judío Barrabás. El incandescente intelectualismo de Marlowe cautivó a sus contemporáneos. Tenía ‘en sí esas valientes cosas traslunares’, dijo Michael Drayton. Mucho después, Coleridge juzga que ha sido ‘la mente más pensativa y filosófica’ de los dramaturgos isabelinos. Marlowe sigue siendo, junto con Milton y George Eliot, el más académico de nuestros grandes escritores, el que más a sus anchas está en el arcano fulgor del saber”.

Supongo que decir: “Bota la pelota y métela en el aro” está al alcance de más gente.

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