La crítica de la técnica

Ensayo

La actualidad de la crítica de la economía política ácrata es inobjetable. Conviene examinar esta versión radical de la autonomía individual y comunitaria, de la preservación de la Naturaleza y del feminismo, e incorporarla al debate público.

Lewis Mumford, filósofo e historiador estadunidense. (Archivo)
Carlos Illades
Ciudad de México /

Cuando hablamos del anarquismo generalmente pensamos en una corriente política que se plantea la destrucción del Estado y la conformación de comunidades horizontales y autogestionarias articuladas mediante un pacto federativo. Con frecuencia, también, lo asociamos con la violencia. Si bien es cierto que algunos de estos rasgos le son intrínsecos, otros más, como el recurso de la violencia, son contingentes. Asimismo, y esto es lo que nos interesa abordar, su trayectoria política e intelectual casi bicentenaria ha diversificado sus formas de acción, multiplicado los objetos de su reflexión y dotado de densidad teórica. En el siglo XX, considero, el pensamiento ácrata elaboró una crítica propia y original de la economía política, rompiendo la dependencia intelectual que en esa materia tenía con el marxismo como reconoció el mismo Bakunin.

Esta crítica es la de la técnica. Mientras que el marxismo encontró en ella un motor del progreso y de satisfacción de las necesidades humanas, siempre y cuando obrara en favor de las clases productoras y no del beneficio de las propietarias, el anarquismo contemporáneo considera a la técnica (cuando rebasa la talla humana) como una fuente de opresión social y de daño permanente e irreversible a la Naturaleza. Jacques Ellul (1912-1994), Lewis Mumford (1895-1990) e Iván Illich (1926-2002), más otros teóricos ácratas de quienes no hablaremos aquí, abordaron con suficiencia el hecho técnico, desentrañaron su lógica y ofrecieron opciones para emancipar a la sociedad de la tiranía tecnológica.

Ellul, un anarquista cristiano francés, abrió el campo con La edad de la técnica (1954), donde plantea que el hecho técnico constituye la médula del mundo moderno, situándose por encima de otros de índole social, humana y espiritual. Soporta esta afirmación tan fuerte en la consideración de que la técnica, que emana originalmente de los procesos productivos, trasmina el todo social y al Estado, contagia las distintas prácticas humanas y acabará subsumiéndolas dentro de su racionalidad. Para el anarquista galo, la técnica es un aparato o sistema que cercena la libertad de personas y grupos. La economía, la organización y el hombre son sus ámbitos fundamentales. Con sus respectivas ramificaciones, los dos primeros incluyen la organización del trabajo, la planificación, la esfera de los negocios, la administración pública y de la empresa privada (con todo y los sindicatos) y la policía, entre muchos. La “técnica del hombre” agrupa la medicina, la genética, la pedagogía, la orientación profesional, la propaganda y la política, además de otras tantas: su objeto es el hombre mismo.

El imperio de la técnica para el urbanista y filósofo estadunidense Lewis Mumford, autor de El pentágono del poder (1970), se remonta mucho más atrás de la Revolución industrial (un momento decisivo fue la edificación de pirámides en la Antigüedad) y sumó prácticas de distinta índole que lo fortalecieron (la contabilidad en los monasterios, por hablar de una) al paso de los siglos. Un cambio cualitativo ocurrió cuando la megamáquina acabó con la pluritécnica (artesanal), subordinando el mundo del trabajo y a la sociedad entera a un control centralizado, progresivamente automático, impersonal y coercitivo. Esta expansión del poder sacrificó la autonomía y variedad humanas y multiplicó la explotación laboral. La salida que apuntó Mumford fue regresar a la escala humana las tareas concentradas por la megamáquina, desagregarlas de tal forma que estas funciones automatizadas retornaran a los productores, se rehabilitara la pluritécnica, y fueran ellos quienes ejercieran un control consciente y descentralizado de la gestión del trabajo y distribución del producto. A esto Mumford le llamó plenitud.

El concepto de plenitud de Mumford es similar al de convivencialidad de Iván Illich. El teólogo y anarquista católico austriaco, uno de los creadores de la ecología política, se decantó en La convivencialidad (1978) por la autonomía, en esa la tensión que la opone con la instrumentalidad. La autonomía la asume Illich como la refundación de lo humano, el rescate de la herramienta moderna de manos de sus actuales poseedores (el cuerpo de especialistas), reintegrándola a una comunidad de individuos autónomos gobernada por ellos mismos. En la sociedad convivencial se recuperaría la pluritécnica, se emplearía racionalmente el recurso mejor repartido del mundo, es decir, la energía personal, además de que el proceso de producción/consumo de bienes —sustraído de la lógica de la acumulación capitalista— no desbordaría las capacidades físicas de los humanos y, en consecuencia, no sobrexplotaría los recursos naturales.

La actualidad de la crítica de la economía política ácrata, y en última instancia de la modernidad, es inobjetable. Conviene examinar esta versión radical de la autonomía individual y comunitaria, de la preservación de la Naturaleza y del feminismo (tema que excede estas líneas), e incorporarla al debate público en cuanto respuesta articulada y original, alternativa a las dominantes (neoliberales y populistas), con respecto de los problemas contemporáneos (globales y nacionales), entre otros, las patologías del capitalismo desregulado, el estatismo del nacionalismo revolucionario, las falencias de la democracia liberal, el sesgo autoritario del populismo, el cambio climático y las múltiples e incontroladas violencias que desgajan el país.

Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de Historia. Autor de 'Vuelta a la izquierda' (Océano, 2020).

AQ

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