Hace poco más de un mes, la editorial Bonilla Artigas publicó en su colección Pública Ensayo el libro colectivo Rosa Beltrán: afectos literarios y el arte de narrar, editado por Oswaldo Estrada, profesor de literatura latinoamericana de la University of North Carolina, Chapel Hill (EEUU).
Este volumen contiene 19 ensayos dedicados a la obra multifacética de Beltrán, pergeñados por destacados investigadores como Maricruz Castro Ricalde y Sara Poot Herrera y también por la escritora Mónica Lavín, entre otros. Sara Poot Herrera inicia el volumen con su presentación titulada simplemente “Rosa Divina”, esto en referencia al soneto de sor Juana Inés de la Cruz en el que la monja jerónima diserta sobre algunos tópicos clásicos (también barrocos) como carpe diem, vanitas, y tempus fugit.
En el caso de Rosa, creo que el tópico que mejor la describe es el de carpe diem, “aprovecha el día de hoy”, esto por las intensas y constantes labores suyas a favor de la literatura en general y de su creciente obra literaria, pero también respecto a la difusión y promoción de la cultura mexicana tanto en México como en el extranjero.
Al leer esta atractiva edición crítica dedicada a su producción novelística, cuentística y ensayística, me viene a la mente el título de una canción muy famosa en los años 60 interpretada por la cantante norteamericana Etta James: “At Last” (¡Por fin!) Por fin contamos con un volumen que contempla y hurga en las múltiples dimensiones de su extensa obra literaria, desde la publicación de su primer libro de cuentos La espera (1986) hasta Radicales libres (2021), su extraordinaria novela que es también una carta de amor dirigida a un pasado no tan idealizado, a la vida “in gineco”, y la apasionada evocación de una época que incluyó el alunizaje, la guerra de Vietnam, la Noche de Tlatelolco y sus secuelas, la llegada a México de cientos de exiliados políticos de Chile y Argentina, los inicios del feminismo y, quizá sobre todo, los estrechos lazos familiares que fueron tensados a raíz del -momentáneo- abandono materno. No obstante, estoy más que seguro que la mamá de Rosa sería la primera en señalarme que no fue precisamente así como lo cuentan en la novela. Y ella, como la “gran fabuladora” de la familia, seguramente tendría su propia versión de los hechos. Sin embargo, yo sí me la puedo imaginar encaramada en la motocicleta marca Harley Davidson de su amante, con sus botas hasta la rodilla (estilo Nancy Sinatra), falda corta y blusa estampada de flores.
Como ya he dicho, este volumen colectivo abre con un texto sucinto y preciso de nuestra “coronela”, la doctora Sara Poot Herrera, directora y fundadora del grupo interdisciplinario de investigación UC-Mexicanistas, y no sorprende descubrir que varios de los ensayos incluidos en este libro han sido escritos por miembros de este ilustre grupo del que tengo la suerte de formar parte. Después de esta presentación que incluye no solo el inventario de los muchos títulos publicados por Rosa a partir de 1986 (¡hace casi cuarenta años!), sino también el puntual análisis de sus características más sobresalientes, sigue la introducción a estos diecinueve ensayos a cargo del editor de este volumen colectivo, nuestro querido y admirado Oswaldo Estrada, quien, después de un primer libro sobre el cronista-novelista Bernal Díaz del Castillo, se abocó de lleno al estudio de la literatura creada por mujeres, tanto en México como en toda Hispanoamérica.
Qué gusto me da ver que este ambicioso proyecto haya recaído en alguien que —como Oswaldo— conoce como pocos el decurso de la literatura mexicana y también sus múltiples acercamientos críticos. En su texto introductorio pronto somos testigos del no tan paulatino desarrollo de la obra literaria y ensayística de Rosa Beltrán, sus temas más recurrentes, la importancia dada no solo a la palabra —al significante, pues— sino al cuerpo que la habita y por medio del que se articula, le da vida. Este cuerpo tiene sus aciertos, sus fuerzas y también sus propias vulnerabilidades —al decir esto, recuerdo la narración tan divertida que me obsequió Rosa hace ya muchos años sobre aquel “lugar vulnerable” que la empleada de una tienda de ropa le señaló, apuntando a cierta altura del cuerpo. Aquí quisiera proponer que esa vulnerabilidad corporal es también una gran fuerza y una que Rosa ha podido transformar en literatura, en novelas, en cuentos, en ensayos que de manera divertida e inteligente (“deleitar aprovechando”, Horacio dixit), nos abre su propio universo de significados. Recuerdo algunos de los aspectos más valiosos de mis largas y enriquecedoras pláticas con Rosa, muchas veces en compañía de su compañero Ernesto Alcocer, hombre renacentista, en las que, por ejemplo, ella insistía en la importancia del “tono” en cualquier obra literaria que merezca esa clasificación —un concepto abstracto (y musical) pero a la vez un rasgo importante de toda narración y una que Rosa ha logrado dominar como pocas y pocos.
Como señala Oswaldo en el libro, el lenguaje de Rosa es “terso y asequible, sencillo solo en apariencia, pero complejo y de muchas capas interiores que buscan transformar al lector durante la lectura” (15). Estoy muy consciente de que a partir de Roland Barthes y la “muerte del autor”, no hay que caer en esa inocente trampa de equiparar la vida “real” o “íntima” de la autora con la prosa que crea, pero tal vez debido al hecho de haberla conocido por tantos años (34 para ser exactos) noto varias similitudes entre mi amiga Rosa y sus narradores, por ejemplo en la novela El paraíso que fuimos y, por supuesto, y tal vez de manera más frontal, en Radicales libres. Pero eso no es todo: a veces los lectores de las novelas de Rosa nos sentimos muy reflejados por medio de algunos de sus personajes/narradores y en este caso, yo, aquí, escribiendo este texto que no logra decir lo que yo realmente quisiera decir, me siento un poco como ese curioso y kafkiano personaje de una de sus novelas más asombrosas: Efectos secundarios, que, como saben, es también un presentador de libros, pero de libros de autoayuda, si la memoria me sirve.
Concluye Oswaldo que “así, poco a poco, Beltrán nos interna en un mundo saturado de emociones y afectos, en una narrativa cuya armazón misma es la afectividad” (16). Si bien es verdad que la de Rosa es una de las voces más originales e inteligentes de su generación, ella no se desarrolló en un vacío, sino que es, en muchos sentidos, el producto de la época y el lugar que le tocó vivir, una que tiene que ver con las luchas por la liberación de la mujer en México. Por eso, Oswaldo puede afirmar sin equivocarse que “junto a otras escritoras de su generación —como Ana García Bergua, Ana Clavel o Cristina Rivera Garza— Rosa Beltrán deconstruye consabidas asignaciones de género y presenta la subjetividad e identidad social de las mujeres como productor de experiencias históricas y culturales que cambian constantemente” (23).
Me he extendido mucho, pero quisiera también recalcar otra de las inteligentes observaciones de Oswaldo cuando menciona “… ciertas constantes en la escritura de Beltrán, como el travestismo del narrador o de la narradora, reparando en el análisis de los cuerpos fragmentados, sexuados y violentados” (25). Estos “cuerpos fragmentados, sexuados y violentados” que llenan las páginas de sus libros también aparecen de forma gráfica en muchas de las portadas de sus libros y son obra de José Fors, un extraordinario (y para mí enigmático) artista y amigo de Rosa y Ernesto durante muchas décadas. Desde la portada de La corte de los ilusos, aquella primera novela que se llevó el premio Planeta en 1994, las imágenes de Fors han prestado a las novelas de Rosa una cualidad de misterio, a veces de terror, pero siempre corporal. Dicho sea de paso, es la misma novela que un buen día Ernesto y yo hallamos muy poco después de su lanzamiento como copia pirata en un puesto de libros ahí por la Alameda Central. Ahora bien, aparte de que te dediquen un espléndido tomo crítico a tu propia obra literaria, ¿qué halago hay más grande de que se hagan copias piratas de tu primera novela? Muy pocos, diría yo.
Volviendo una vez más al volumen en cuestión, un aspecto que me sorprendió y agradó mucho es que en este libro se encuentra, justo antes de la primera colección de ensayos, un texto de la propia Rosa Beltrán. Aquí, nuestra querida fabuladora nos da una prueba de su propio desarrollo familiar y lingüístico, donde podemos atestiguar la gran importancia que han tenido en su vida tanto las ausencias (del padre, por ejemplo, siempre trabajando) como las presencias (la de su mamá, antes de subirse a la Harley). Aquí la escritora se sumerge en los recuerdos de su pasado más íntimo, en sus primeros acercamientos a la palabra, y, más que nada, a sus primeras lecturas que, a pesar de su ceguera, “hay implícita una forma de iluminación. Los límites que tan rígidamente imponemos al significado de una obra nos hacen perdernos del falso pero insustituible deslumbramiento de la primera experiencia, de ese momento adánico en que la palabra es un talismán y el mundo un recipiente donde caben todas nuestras fantasías” (35).
Para terminar con esta breve reseña, vuelvo a citar al editor, que concluye su texto con la siguiente afirmación, producto de sus cuidadosas lecturas no solo de la obra de Rosa, sino de los ensayos que conforman el volumen: “Con la literatura de Rosa Beltrán …aprendemos a jugar con la historia, el valor de escribir sobre lo que una o uno es, desdeñando la literatura conformista, las salidas fáciles o previsibles, las ideologías impuestas, los gustos del momento que inevitablemente pasan y no vuelven” (28). “At Last!!”, cantaría Etta James. Por fin existe un primer acercamiento colectivo a su obra literaria y ensayística en forma de libro. Conociendo a Rosa, tan modesta, recatada y comedida, me pregunté en un principio cuál sería su reacción ante esta novedad editorial. No tuve que esperar mucho porque hace muy pocos días José Luis Martínez S., nuestro amigo y director del suplemento Laberinto, ya había contemplado esta pregunta: “A veces es casi un acto impúdico leerse a uno mismo”, dice la autora de La corte de los ilusos. Leer lo que otros han escrito sobre ella en este libro ha sido difícil, pero también la ha hecho feliz porque “es estar en una caja de resonancia, frente a un espejo donde puedes verte de manera diferente. La única forma en que yo pude leer este libro fue pensando en que aquella persona de la que hablaban (los autores de los ensayos) no era yo, sino alguien más. Poniendo ese distanciamiento, me fue más fácil entender qué era lo que se decía y cómo se interpretaban los textos de una manera distinta a como yo la había experimentado cuando los escribí.”
Solo me queda dar las gracias al editor de este libro colectivo y también a las casi 20 personas que dedicaron muchas páginas a analizar, interpretar y, en definitiva, a celebrar la extraordinaria carrera literaria de Rosa Beltrán que ahora se encuentra en su mejor momento. ¡Que sigan los éxitos!
Estrada, Oswaldo, ed. 'Rosa Beltrán: afectos literarios y el arte de narrar'. México: Bonilla Artigas, 2023. 357 pp.
ÁSS