Todos somos joyceanos. Estamos viviendo en un universo regido por su desparpajo, su brillo, su diversidad. Los que no han leído el Ulises, incluso los que dicen que no les interesa, escriben, leen, piensan bajo su influencia. La marca de su genio está en las frases que usamos. En su magnífico artículo “Sobre el Ulises”, Luis Loayza cita una frase del relato “Torito” de Julio Cortázar, que como se sabe tiene como protagonista a un boxeador: “Se agachaba hasta el suelo y de abajo arriba me zampaba cada piña que te la voglio dire”. Esta mezcla de lenguajes, transitando con naturalidad entre jergas e idiomas, no hubiera sido posible antes de Joyce. Loayza cita otra frase de la era joyceana. En un cuento de García Márquez, un hombre entra a un pueblo, ve a la mujer más hermosa del mundo y exclama: “Carajo, qué vainas se le ocurren a Dios”.
El Ulises explora la vastedad, la diversidad y los extremos de la conciencia en solo tres personajes: Stephen Dedalus, Molly y Leopoldo Bloom. Ellos son Telémaco, Penélope y Ulises. El universo que componen va de los extremos del lirismo a los de la vulgaridad, en un mosaico que hace estallar sus piezas. Toda la acción ocurre en un solo día, que es el más famoso en la historia de la literatura. Aunque su trama puede ser resumida en una página, lo que interesa aquí es la exploración ilimitada de la identidad en las relaciones filiales y conyugales. La novela nos fascina por una razón elemental: inaugura un universo infinito que no podemos abarcar y comprender del todo. Su lenguaje lujoso y musical, sus personajes vulnerables y contradictorios, sus acciones ambiguas y grotescas, siguen siendo enigmas. Como ocurre en las religiones, la historia de la literatura muestra que amamos a los dioses sólo cuando son inasibles. Si entendiéramos bien la novela, no nos importaría.
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¿Puede darse cuenta de ese universo en otros lenguajes? Tratándose de una historia que ocurre en la mente de los personajes, era difícil augurarle un buen destino a cualquier adaptación fílmica. Sin embargo, el Ulises (1967) de Joseph Strick, no desentonaba con su espíritu. Luego vendría Bloom (2003) de Sean Walsh.
En un nuevo y valioso intento por relacionar el Ulises con las imágenes, la editorial Galaxia Gutenberg de Barcelona acaba de editar una versión de la novela (en la traducción de Salas Subirat de 1945) con imágenes de Eduardo Arroyo. El artista español ya había intentado hacer una edición con ilustraciones pero el proyecto se vio frustrado por el nieto de Joyce, Stephen. Ahora, liberados los derechos de la novela, aparecen estas 134 ilustraciones a color y cerca de 200 en blanco y negro. Todas las imágenes parecen calzar quienes pudieron ser y son estos personajes: héroes que suben a las estrellas y escarban la tierra. Por un instante en estas imágenes de Arroyo podemos “verlos”. Prolongan nuestra búsqueda y nuestro placer, si se le puede nombrar así al hechizo que despiden.
AQ