Tuvo un nombre que bien pudo haber sido el de un personaje de novela modernista: Armonía Liropeya Etchepare Locino. Forzando un poco, se podría decir que es uno de esos nombres que pueden determinar un destino. Un destino que recuerda a los personajes edulcorados de ficciones decimonónicas que tanto conocemos en América Latina. Una ficción donde la heroína se enfrenta por igual a las fuerzas de la sociedad y la naturaleza, una ficción donde la fatalidad también es otra forma de relato nacional. Sin embargo, todo queda en hipótesis, Armonía Liropeya Etchepare Locino cambió su nombre por otro cuando se asumió como escritora, un nombre que evoca otras latitudes, a la vez que apunta al extrañamiento: Armonía Somers.
La extranjería. En una patria orillada al mar, nada más natural que ser alguien distinto. Uruguay es una costa, un país hecho de foráneos reunidos por la necesidad, en tierras sin historia. Quizá por eso en sus escritores emerge la necesidad de llevar a sus límites la extranjería, de forzar el territorio del idioma hacia regiones inventadas. Juan Carlos Onetti, en medio de sus insomnios, creó el espacio de Santa María, con su bar, una iglesia, el astillero, la colonia de suizos, un lugar en el que se cruzaban diversas tristezas más o menos familiares. Mario Levrero también hizo lo suyo, inventando espacios esperpénticos o habitaciones —aquí o en Europa— en las que neuróticos calibraban palabras como quien llena sin descanso crucigramas. Sin embargo, ninguno llevó hasta límites tan oníricos y a la vez concretos la extranjería como Armonía Somers.
Armonía Liropeya Etchepare Locino tuvo muchas vidas. En su Diccionario de autores latinoamericanos, el argentino César Aira nos lo recuerda: “pedagoga, administradora escolar, directora de distintas instituciones oficiales pedagógicas y autora de varios trabajos de especialidad”. Como si no bastara con esa multitud de ocupaciones, con treinta y seis años dio a conocer su primera ficción “La mujer desnuda”. Tres años después publicaría su primer libro de relatos, titulado El derrumbamiento. Lejos de ser un debut literario marcado por errores de principiante, con su centenar de páginas, El derrumbamiento marca la irrupción de una voz literaria singular en la escena no solo nacional sino también latinoamericana. La escritura de Armonía Somers es lo más parecido a un delirio ordenado, a un sueño completamente racional. Las situaciones que la uruguaya cuenta en sus relatos son casi siempre normales, consuetudinarias, pero hay una forma de estremecimiento en su escritura, una voluntad por crear una mirada despojada de convenciones que reivindica sus propias manías y ensoñaciones, que genera un extrañamiento en lo contado. Por eso, el lector se asoma en sus ficciones como quien se adentra en un territorio que no aparece en ninguna cartografía, un territorio que no será hospitalario, pero en el que encontrará verdades oscuras.
“La autora no reveló su identidad ni divulgó fotografías o entrevistas, hasta finales de la década de 1960” continúa César Aira su entrada dedicada a la extraña Armonía Somers. Se me ocurre que mucho de su discreción es consecuencia de la dualidad que representó para ella ser profesora de colegio y a la vez escritora. En otras palabras, enseñar a entender y descifrar signos, por un lado, y convertir esos mismos signos en símbolos, imágenes que se niegan a expresar de manera clara, por otro. Como si una mujer diurna dejara libre tránsito a una escritura opaca, incognoscible que rechaza ser visible, se niega a ser puro mensaje. Dicen que el hecho de tener una madre católica y un padre anarquista fue determinante en su trabajo literario. No sé cuánto hay de verdad y cuánto de fantasía en eso. Muchas veces la vida de un escritor es una sucesión de embustes orientados a mitificarlo. En ocasiones ni siquiera eso, sino que la vida de un escritor es una figura sólida, una escultura inmóvil sobre un pedestal. Esa puede ser otra razón para que Armonía Somers fuese tan cuidadosa con su imagen. La voluntad de no integrarse a canon alguno y, de esa manera, dejar que sus ficciones hablaran por ella en una patria, Uruguay, semillero de melancólicas extravagancias, de nuevo inventada en sus ficciones.
La editorial Páginas de espuma acaba de publicar la edición de sus cuentos en un voluminoso libro. El lector familiarizado con su escritura podrá encontrar todos sus cuentos ordenados de manera cronológica. Quien no la haya conocido antes descubrirá progresivamente sus relatos, en los que mezcla la necesidad de trascendencia con la vocación por trasgredir normas sociales, sexuales, creencias religiosas. Conforme uno lee sus cuentos, se acostumbra a su ritmo, se adentra en la espesura de símbolos, ocurre algo similar a un deslizamiento lento en una ciénaga de la que no se querrá regresar. Además, la editorial ha decidido acompañar el libro con fotografías de manuscritos que muestran el trabajo de la autora, sus borrones y añadidos en los márgenes. Esos relatos en los cuales laten intuiciones que se niegan a ser racionalizadas, son consecuencia de un trabajo tan lúcido como incesante con el idioma.
Armonía Somers murió en 1994 el mismo año en que falleció otro gran cuentista, Julio Ramón Ribeyro. El autor de La palabra del mudo regresó a Perú, después de una larga estadía en Europa, para vivir de nuevo en Lima, el escenario de muchos de sus cuentos. Armonía Liropeya Etchepare Locino no regresó a ninguna parte, pero me animaría a escribir que Armonía Somers, su identidad literaria, ingresó a la muerte, ese estado acerca del cual tanto fabularon sus cuentos. Veintiocho años después de su fallecimiento, la chilena Lina Meruane afirma que Armonía Somers fue una escritora demasiado rara y escandalosa para su época y luego remata: “es una leyenda feminista”. Quizá la originalidad de la propuesta de Armonía Somers pase a un segundo plano en una época en la que con justicia se necesitan precursoras feministas. Al igual que Clarice Lispector, suerte de hermana espiritual, Armonía Somers fue una mujer de excepción, que creó a contracorriente de modas, lugares sociales y demás. Quizá por eso sea un mejor reconocimiento leer sus ficciones libres de etiquetas. Es el mejor homenaje que se le puede entregar a una extranjera permanente.
AQ