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La galería de los amores rotos

La guarida del viento

El Museo de las Relaciones Rotas resguarda objetos cuyo único propósito es servir como prueba de que el amor, aunque sea de manera fugaz, existió.

Alonso Cueto
Ciudad de México /

El amor es una experiencia perturbadora, que anula las identidades y con frecuencia provoca desafueros en la conducta. Las penas del joven Werther, una novela epistolar basada en la biografía de Goethe, es quizá el ejemplo más famoso de las desdichas de un alma atravesada por el amor sin esperanzas. La adorada Lotte es inalcanzable y cuando el protagonista lo comprende, no le queda otro camino que apurar su propio fin. No es casualidad que el suicidio de Werther inspirara los de algunos de sus lectores, dando inicio al movimiento romántico en Europa.

Fray Julián Cruzalta Aguirre, defensor de los derechos humanos. (Cortesía)
Fray Julián Cruzalta Aguirre, defensor de los derechos humanos. (Cortesía)

Al entrar al Museo de las Relaciones Rotas en Zagreb, me pregunto si las dos pistolas prestadas de Werther podrían haber estado aquí. Situado en el casco antiguo de la ciudad, el museo tiene un local de tamaño mediano que acoge decenas de relatos y objetos. Aquí están escritas las historias privadas de gentes que solo tienen que contar los episodios de su ruptura. Junto, en contenedores de vidrio, hay algunos objetos que los prueban. El hacha con el que una enamorada destruyó los muebles de su pareja luego que éste la dejara por otra. La cinta con la grabación de un difunto padre cantando. La botella con forma de una virgen religiosa con la que un peruano se despidió de una holandesa en Amsterdam. También aparece una tostadora que un enamorado despechado se llevó, con un aviso: “A ver, ¿cómo vas a tostar el pan ahora?”

Uno de los relatos colgados en el Museo es el de un chico enamorado cuya pareja lo llama para que le cambie el foco de una lámpara en su casa. Él lleva un foco nuevo. Mientras él reemplaza el antiguo, ella le comenta que ha decidido terminar su relación. Él se detiene. Cuando ella lo ve, lo increpa: “¿No vas a cambiarlo?” Él decide huir con el foco nuevo que había llevado. Allí lo vemos, junto a su historia.

El museo fue fundado por Olinka Vistica y Drazen Grubisic, ambos artistas de Zagreb. Cuando se terminó su relación de cuatro años, los dos tomaron una decisión que parecía una broma. Iban a hacer un museo con los objetos de su tiempo juntos. Ambos compartían un conejo peludo de juguete. Lo donaron a la colección, pues era una prueba de que el amor había existido. Instaron a algunos amigos a hacer lo mismo. En el año 2006, el museo había nacido. Hizo una gira mundial, con un éxito enorme. Ahora tiene otro local en Tailandia.

Al dejar este museo, recuerdo la novela de Orhan Pamuk en la que el enamorado Kemal visita a su adorada Füsun y al marido de ésta. Durante los ocho años de sus visitas, se consuela robándose objetos de la casa de Füsun que luego formarán parte de su Museo de la Inocencia.

Lo que saben los autores de los relatos en todos estos museos es que el amor y el pasado siempre se confabulan para encontrar asidero en algún objeto. Las historias compartidas, consagradas en el museo, subrayadas por la ironía y el dolor, son amuletos y señales de comunicación. Se trata de la causa de los amores perdidos, aunque no lo estén del todo.

AQ

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