Uno va muy feliz por la vida, atendiendo sus asuntos, sorteando dificultades por aquí y por allá, y resulta que el tiempo no alcanza, ni alcanzará, para saberlo todo, averiguarlo todo, gozarlo todo.
Entre “tantísimos” otros, tenemos entonces un grave problema, amable, lejano y acaso (in)existente lector: ¿Cómo podremos atender el mundo maravilloso de la música de los grandes maestros, suponiendo —claro— que tal cosa nos pudiera interesar?
Pros y contras: no podemos vivir sin la música clásica, y ya con eso debería bastar, pero luego nos enteramos de que en la antediluviana época cuando los discos existían, los de música clásica no eran siquiera el 5 por ciento del mercado (¡jazz incluido!), y ahora que todo está en línea, la situación es aún más difusa, aunque quizá represente una gran oportunidad para la aventura, y a eso le apostaremos aquí, pues alguna razón debe existir por la cual esta música lleve siglos en la mente y el corazón del mundo, e incluso algunos de sus compositores hasta sean héroes nacionales.
Siguiente complicación: ¿cómo nos vamos a acercar a una de las grandes hazañas de la humanidad? ¿En orden cronológico, alfabético, por temas, por gustos? Además, dada la inmensidad de la tarea, evidentemente solo tendremos espacio (y tiempo) para señalar una gota de la obra de algunos pocos autores, y eso será preferible a nada. Tomaremos el camino histórico, observando el curioso fenómeno de las coincidencias de estilo entre autores que vivieron por las mismas épocas. Por supuesto, ahora nos parece natural, dadas las enormes facilidades de comunicación, pero hace siglos nada de eso existía; las noticias tomaban semanas o meses en llegar, y la única forma de oír música era asistiendo a una interpretación en vivo.
Desde sus orígenes en la Edad Media, punto aceptado de partida de la notación musical —antes de ella no se podía saber cómo era una pieza sin estar presentes—, grupos de monjes cristianos se dedicaban laboriosamente a dibujar y copiar a mano las partituras con las cuales se hacía posible el milagro de recrear la música. Muy pocas personas tenían la posibilidad de escuchar una obra o un concierto, asunto trivial hoy día gracias a la combinación virtuosa entre la tecnología y el arte: lo consideramos como si fuera un producto de la naturaleza, aunque nada pudiera ser más lejano.
Comienza pues una serie de artículos para invitarnos a (re)entrar al universo de la gran música, con el gusto y la esperanza de compartir algo de esa riqueza, y lo intentaremos con una combinación entre texto y ligas de Internet para poder oír las piezas comentadas. Ya ahí tenemos un pequeño problema sin una solución única, pues quedará al juicio de cada quien definir si leerá un párrafo completo para luego regresar un poco y escuchar, o primero leer todo y dejar la apreciación musical para después. Encima, ambas opciones demandan cuidado y tiempo, y la invitación es a encontrarlo en provecho propio.
Sea como sea, van dos observaciones importantes: la música es el resultado de un gran esfuerzo artístico e intelectual por parte del compositor y de los intérpretes, lo cual merece y requiere de atención y respeto, y eso solicita un cierto lapso sin interrupciones. Segundo, las grandes obras de la música sinfónica suelen estar compuestas por varios movimientos, con tiempos, cadencias y duraciones especificadas por los compositores, lo cual se opone por completo a la penosa, nefasta y simplista moda actual de solo transmitir “los fragmentos más bellos” de una obra: pocas cosas hay más irrespetuosas para con las elaboradas y ricas intenciones de aquellos genios de la expresión artística que por algo llamamos “clásicos” y seguimos escuchando siglos después. A modo de reparación, entonces, algo debiéramos hacer en forma activa frente a lo fácil y lo digerido. Igualmente, en la medida de lo posible emplearemos como ejemplos piezas cortas así diseñadas por sus creadores, y no recortes hechos en nombre de una mal entendida “modernidad”.
Para todo esto haré uso de una gran lista de discos (junto con los valiosos cuadernillos usualmente incluidos) y de compositores que por puro gusto he venido reuniendo y escuchando durante ya un buen número de decenios, pues la gran música tiene la probada capacidad de acompañarnos como una poderosa aliada en el (bello) camino de la vida. También me auxilio —aunque el nombre no lo tomé de allí— de una enciclopedia italiana traducida al español titulada La gran música, de 1978, así como del enorme “Diccionario musical” Grove.
A modo de descargo inicial aclaro: esto solo aspira a ser un intento de excursión por completo amateur y sin mayores conocimientos técnicos, más bien dirigido y motivado por un inocente deseo de compartir el encanto y la fascinación de la música clásica, así como la profundidad con la cual puede conmovernos en tan solo unos minutos dejándonos su huella “por siempre”.
Iniciaremos nuestro largo recorrido histórico con Claudio Monteverdi (1567-1643), gran maestro de la polifonía del Renacimiento, en donde múltiples voces se combinan en diversas formas armónicas que logró modificar y enriquecer. Es reconocido como uno de los principales compositores de música sacra y se cuenta asimismo entre los creadores del melodrama italiano, espectáculo teatral con música y canto que posteriormente evolucionaría a la ópera, sobre todo a partir de su gran “Orfeo”. De los Madrigales, Libro 7, “Chiome d'Oro” es una corta pieza en donde las pequeñas repeticiones de la música convierten el cabello de la amada en un bello poema cantado a dos voces. Otra de las obras mayores de Monteverdi es la “Selva Morale e Spirituale”, de una hora de duración, verdadera catedral de las voces e instrumentos, en dinámicas y armonías que a casi 400 años nos sigue entusiasmando.
Como antecesores de esta clase de música tenemos en primer término los cantos gregorianos, composiciones de plegarias monofónicas cantadas en largos pasajes con mínimas variaciones, hechas para la contemplación religiosa desde antes del siglo IX. Inicialmente originados en los cantos rituales de las sinagogas, luego darían pie a las grandes composiciones litúrgicas para las misas. En Internet/YouTube hay muchos ejemplos.
Previo a Monteverdi, e igualmente como iniciadores formales de la polifonía, ya en pleno Renacimiento resaltan los nombres del italiano Giovanni Pierluigi Da Palestrina (1525-1594), autor de música sacra, particularmente la bellísima “Misa al Papa Marcelo”; del inglés William Byrd (1543-1623), muy prolífico compositor de canciones, misas y piezas para teclado, o de Giovanni Gabrielli (1557-1612), organista italiano conocido asimismo por sus obras para metales, de quien hace algunos años la orquesta London Symphony Brass produjo varios discos con un considerable éxito.
Al respecto de la obra de Gabrielli, un programa de mano de la Orquesta Filarmónica de la UNAM de 2023 explicaba:
“Uno de los primeros grandes ejemplos [los metales] es el realizado por el compositor veneciano Giovanni Gabrieli, cuya obra es representativa de la transición del Renacimiento al Barroco. Gabrielli innovó en las técnicas de los cori spezzati (coros divididos), una técnica estereofónica que se hizo popular hacia finales del siglo XVI y que utilizaron compositores como George Frideric Haendel y Johann Sebastian Bach. Esta consistía en distribuir las voces, instrumentos o combinación de ambos a considerable distancia unos de otros para producir un contraste tímbrico mayor y un juego con la arquitectura sonora, especialmente de las iglesias”.
En Internet se puede localizar una gran cantidad de piezas de estos autores, y como aquí no disponemos del tiempo o el espacio para explorarlas, con gusto las señalamos para poder seguir con nuestro recuento más allá de Monteverdi.
Girolamo Frescobaldi (1583-1643) es otro célebre organista italiano, cantante y compositor barroco de gran influencia en músicos incluso muy posteriores debido a lo que hoy se consideran tendencias modernas en la búsqueda musical (“ricercare”). Su obra más importante fue “Flores musicales de diversas composiciones” para órgano, pero igualmente era conocido por tocatas, partitas y “canzoni”. Esta es una de entre sus pequeñas piezas.
La gran referencia mundial, The Grove Dictionary of Music and Musicians (10 volúmenes en una edición de precio accesible que compré en 1975, y que para 2001 ya se había expandido a 29 grandes tomos), anota que en 1608 Frescobaldi fue nombrado organista en la Basílica de San Pedro en Roma, y a su primera presentación asistieron 30 mil personas. Asombra pensar cómo podían lograr eso sin los actuales medios masivos de comunicación.
Para continuar, con fechas de nacimiento dentro de los años 1600, en nuestra lista tenemos nada menos que a 19 compositores de quienes en esta serie inicial de artículos trataremos de hablar un poco, mostrando tal vez alguna obra por aquí o por allá. Estamos en pleno período de música barroca, heredera del Renacimiento: bella, compleja y plena de armonías, inmersa ya en lo que podría llamarse un equilibrio inestable y profusamente ornamentado, en donde —a diferencia de hoy en día— la improvisación era casi un requisito. Además, prácticamente todos los compositores del periodo barroco están al servicio y son protegidos de la nobleza, desempeñando un trabajo que hoy llamaríamos “a destajo”.
Entramos al siglo XVII con Carlo Farina (1600-1639), violinista y compositor en la corte de Mantua, en lo que después sería Italia —en donde también Monteverdi había estado—. Debo confesar que yo no lo conocía, pero hace unos pocos días en la magnífica estación virtual “Venice Classic Radio” escuché una obra suya que me pareció extraordinaria por unas disonancias “de avanzada”, no obstante ser de 1627. Me refiero a su “Capricho extravagante”, que por ser de 18 minutos de duración no inscribiré aquí, pero al escucharla uno podría imaginarse el desconcierto causado cuando en el minuto 14 el violín comienza a hacer sonidos... extravagantes, en forma de animales que aúllan en medio de la hasta entonces armónica música de cámara, e introduciendo técnicas que solo se popularizarían un siglo después, como el pizzicato, en donde el intérprete literalmente pellizca las cuerdas con los dedos. Esta es una pequeña obra suya de un minuto de duración.
Viene luego Dietrich Buxtehude (1637-1707), organista barroco danés-alemán, a veces señalado como maestro de Bach, y a quien también Handel buscó en alguna ocasión. Es más conocido por su producción para órgano, aunque asimismo tiene música coral. Los especialistas hablan de la música de Buxtehude como compuesta única y especialmente para los órganos de vapor, debido al uso extenso y continuado del conjunto de pedales que solo existen en estos enormes instrumentos de varios teclados originados antes de la Edad Media. Hasta entrado el siglo XVIII fueron considerados como los aparatos más grandes y complejos creados por el hombre, y casi todos los grandes compositores de la historia han escrito obras para órgano. Este es un ejemplo de una fuga (variaciones superpuestas sobre una misma melodía) de menos de tres minutos de duración.
Gaspar Sanz (1640-1710) fue otro compositor contemporáneo, aunque español y con mucha influencia de la música italiana. Es autor de los tratados de teoría y técnica para la guitarra barroca, casi estableciendo lo que ahora conocemos como guitarra clásica; por ejemplo, el gran intérprete español Narciso Yepes hizo un arreglo de su “Instrucción de música sobre la guitarra española” de 1674, de la cual esta es una pieza muy conocida, tocada en la guitarra de 10 cuerdas —cercana al laúd— que lo distinguía. Sobre Yepes tengo un recuerdo entrañable de hace muchos años: yo estaba parado afuera de la puerta principal del Teatro Degollado en Guadalajara esperando la hora de la función mientras trataba de imaginarme cómo sería la llegada del principal intérprete de guitarra del mundo cuando vi acercarse, completamente solo, a un elegante señor cargando el gran estuche de una guitarra...
Aquí termina el capítulo inicial de un acelerado y ojalá gozoso paseo histórico por la obra de los grandes compositores de la civilización occidental; estamos frente a un amplio panorama, y ya lo iremos paulatinamente tratando de descubrir y compartir.
AQ