Historia de la ultraizquierda (Errata Naturae, 2022), del actor, periodista, historiador y documentalista francés Christophe Bourseiller (conocido como Kinsbourg) es un libro peculiar y bastante interesante. Hablamos de un texto erudito con escasas notas a pie de página, de complejo tejido histórico expuesto en un relato sencillo que elabora sin regodeos teóricos la genealogía de la izquierda radical que concibió “el otro comunismo” del siglo XX. Los grandes trazos de relaciones e influencias, el revival y el déjà vu se acompañan de detalles y anécdotas para nada triviales. De hecho, esas historias casi personales fueron venero de ideas, proyectos y prácticas que todavía reverberan en los sujetos rebeldes contemporáneos.
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¿Cuál es la ultraizquierda? La conforman los núcleos comunistas discrepantes del modelo revolucionario bolchevique (articulado en torno al partido de militantes profesionales), que consideraron autoritario e incluso totalitario (una dictadura del partido y no del proletariado), por lo que el estalinismo no sería una desviación (como asume el trotskismo) sino intrínseco a aquella matriz, y caracterizaron a la Unión Soviética como un capitalismo de Estado. De acuerdo con Bourseiller la ultraizquierda consta de cuatro familias, con los respectivos ancestros, descendencias y trasvases geográficos: comunismo consejista, situacionismo, comunismo internacionalista y comunismo libertario. Aquél pugnaba por una economía y sociedad autogestionadas por los obreros a partir de los consejos de fábrica en la que la esfera política sería absorbida por éstos; el situacionismo pretendía fundir el arte con la política y superarlos con esta amalgama, además de revolucionar la vida cotidiana; el comunismo internacionalista quería expurgar las excrecencias agregadas al pensamiento de Marx por los intérpretes comunistas y socialdemócratas, mientras que el comunismo libertario aspiraba a zanjar la brecha del comunismo con el anarquismo dentro de una práctica revolucionaria común. En cualquier caso —advierte el autor— las islas del archipiélago ultraizquierdista “no han dejado nunca de mutar, de evolucionar, de burlarse de las etiquetas y de renegar de escaparates demasiado llamativos”.
La combatividad política y la densidad intelectual de la ultraizquierda no son poca cosa pese a su carácter minoritario y a la pulsión sectaria de un purismo doctrinal innegociable; pequeña mas no irrelevante, reprimida por la derecha y la izquierda en el poder. Elaboraciones teóricas como las de Anton Pannekoek, Karl Korsch, Otto Rühle, Paul Mattick, Cornelius Castoriadis, Claude Lefort, Jean-François Lyotard, Guy Debord, Amadeo Bordiga, Maximilien Rubel y Daniel Guérin en nada deslucen frente a la reflexión de sus adversarios leninistas y socialdemócratas. Y la fluidez de la evolución política de los agregados ultraizquierdistas los ha hecho descomponerse y reinventarse a lo largo de un siglo, configurando nuevas constelaciones de pensamiento y acción herederas de las distintas corrientes, dando lugar a síntesis ideológicas originales y repertorios de protesta innovadores y desafiantes. Intransigente, exaltada, colérica y trágica esta inteligencia militante, con lances temerarios y grotescos en el espacio público, está invariablemente presente en los grandes movimientos sociales y en las minúsculas escaramuzas del día a día.
Historia de la ultraizquierda segmenta cinco periodos de su devenir: 1920-1939, 1939-1945, 1945-1968, 1968-2000 y 2000-2020. En el primero despuntan el comunismo consejista germano-neerlandés y el comunismo internacionalista italiano. Arranca con la discrepancia de Rosa Luxemburg respecto del vanguardismo bolchevique. Rosa “la Roja” propone la huelga general como instrumento para la autoorganización del proletariado, reivindica el espontaneísmo de las masas y la democracia representativa para la preservación de los derechos universales y como contención de la dictadura del partido. El consejismo tomará parte de esas ideas y será hostil al sindicalismo, el parlamentarismo y los partidos. La federación de consejos obreros lindará con el antiautoritarismo libertario anarquista, porque no era dirigista sino —anota Bourseiller— “una suerte de comunidad de educadores” abocada a señalar “a los trabajadores la mejor ruta posible”. Por su parte, la izquierda comunista italiana percibía una naturaleza de clase idéntica en la democracia liberal y el fascismo, esto es, una dictadura del capital. A grandes rasgos, el periodo siguiente será de fragmentación (la germano-neerlandesa) y recomposición (la italiana) de estas familias durante la Segunda Guerra Mundial.
Hay una eclosión de la ultraizquierda en el ciclo 1945-1968: los consejistas se reagrupan en los Países Bajos, la vieja ultraizquierda italiana conforma el Partido Comunista Internacionalista y un segmento del trotskismo se deslinda de la perspectiva de Lev Davídovich Bronstein (Trotsky) con respecto del socialismo soviético viendo en él un capitalismo de Estado, posición que también suscribirá el grupo de Socialismo y barbarie en el que participan Castoriadis, Lefort, Lyoltard y el joven Debord. Éste cofundará la Internacional Situacionista, mientras que Guérin teorizará el anarcomarxismo fundamento doctrinal del comunismo libertario el cual, en el siguiente corte temporal (1968-2000), se moverá hacia la autonomía. Al juego, el sabotaje y a veces el vandalismo de los situacionistas, los autónomos sumarán la ocupación de espacios (de allí provienen los Okupas), las radios libres y los motines carcelarios en las “revoluciones moleculares” que realizan. En el siglo XXI los autónomos se reinventarán en el black-bloc. No obstante —indica Bourseiller—, “las viejas fracturas quedan obsoletas”, dado que “una nueva generación bebe de las distintas tradiciones de la ultraizquierda para recrear una teoría inclasificable, adaptada a los tiempos actuales”.
AQ