“Una mañana, tras despertar de un sueño intranquilo, Gregor Samsa se vio en su cama transformado en un monstruoso bicho”. Este es uno de los incipits más contundentes y famosos de la literatura universal. Como muchos saben, es el comienzo de La metamorfosis, la novela de Franz Kafka publicada en 1915 cuya aparente sencillez encierra numerosos enigmas y críticas a la sociedad, a la familia, a la alienación laboral que despoja al individuo de su personalidad y, con frecuencia, trunca sus sueños.
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En la nueva edición publicada por Nórdica Libros, en pasta dura, con ilustraciones de Antonio Santos y traducción de Isabel Hernández, quien también escribe el epílogo en el que pone en contexto la vida y obra del autor nacido en la Praga del Imperio Austrohúngaro el 3 de julio de 1883 y muerto en Austria el 3 de junio de 1924, la novela confirma, una vez más, su absoluta vigencia. Narrada en primera persona por el protagonista, desde el primer momento —escribe Hernández— los motivos de la metamorfosis se transparentan para el lector, entre ellos la “inconformidad con el destino” y “un terrible miedo al futuro”.
Enfermizo, con un trabajo que ejercía por necesidad, pero que también le dejaba algunas horas para leer y escribir, Kafka vivía en permanente zozobra y al límite de sus fuerzas, con un horario estricto en todas sus actividades, dispuesto incluso a renunciar al amor para consagrarse por completo a la escritura, como muestran sus Diarios.
La metamorfosis, dice Fernando Bermejo, citado por Hernández, es una “despiadada lección de lucidez”, es la mirada implacable sobre una sociedad que nos condena a convertirnos en monstruos intolerable aun para sus seres queridos.
El volumen, en el que se echa de menos un índice, abre con el texto “Mamíferos e insectos”, en el que Juan José Millás establece una comparación entre el Ulises de Joyce y La metamorfosis, obras que “se encuentran en los dos extremos de un arco en cuya curva cabe casi toda la literatura que se ha escrito a lo largo del siglo XX”. La primera es una enorme y sinuosa catedral no apta para principiantes; la segunda, es breve y podría pasar como “una buena novela juvenil”, sin embargo es un artefacto literario perfecto, sin costuras, fantástico y al mismo tiempo realista, terrorífico y simultáneamente humorístico. A partir de su lectura —dice Millás— uno comprende que el terror sin la risa, o viceversa, es puro género, y el género, ya lo sabemos, es una enfermedad que a veces le sale a la literatura”. Y dice también que La metamorfosis: “Funciona hoy con la misma eficacia de ayer sin tocarle una coma, como esos escarabajos que son idénticos a sí mismos desde hace siglos”.
La de Nórdica es una bella edición de una novela universal, una buena compañía para el verano.
AQ