‘La Novena’ de Beethoven cumple 200 años

Música

Ludwig Carrasco, director OSN, y Carlos Miguel Prieto, director de la OSM, exponen su experiencia con esta célebre sinfonía estrenada en Viena el 7 de mayo de 1824 y cuyo bicentenario será motivo de homenajes en todo el mundo.

Beethoven fue el director de la sinfonía en su estreno, aunque quien en realidad dirigió por la sordera del compositor fue Michael Umlauf. (Especial)
Ciudad de México /

La Sinfonía número 9 en re menor, opus 125, Coral, la Novena, de Ludwig van Beethoven, cumple 200 años el martes 7 de mayo de 2024; una bicentenaria sinfonía, que rejuvenece año tras año y que trascendió a literatura y cine con artistas como Anthony Burgess, Stanley Kubrick o Andrei Tarkovski, además de que está conectada trágicamente con México por la muerte de su soprano original en el país.

Ludwig Carrasco, director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), y su antecesor en el cargo, Carlos Miguel Prieto, también director de la Orquesta Sinfónica de Minería (OSM), exponen en sendas entrevistas sus experiencias y sus visiones sobre una obra que ha acompañado a la historia desde que el genio de Bonn la estrenó en el Theater am Kärntnertor de Viena el 7 de mayo de 1824 en un programa con la obertura La consagración de la casa, opus 124, y tres partes de la Missa solemnis, opus 123.

“Antes de ser director y aun violinista, tuve la fortuna de conocer la Novena desde la infancia. No hace falta ser músico para conocer esta gran obra que ha trascendido a la música y se ha convertido en algo que engloba el espíritu universal de paz y de hermandad a escala mundial. Hoy, a sus 200 años, sigue siendo tan fresca, tan novedosa, tan rompedora de esquemas; sigue maravillando la magnitud y grandeza que el genio de Beethoven logró plasmar en esta obra monumental y a la vez tan cercana a nuestros corazones”, expone Carrasco, quien por primera vez la dirigió en octubre pasado con la OSN.

“La Novena es una obra increíble, conjunta la más grande maestría formal con una forma visionaria; lo que hizo Beethoven fue comparable con lo que hace un gran arquitecto que le da vuelta al formalismo y hace algo increíblemente coherente y emocionante, con una forma nueva; una sinfonía con más movimientos, con coro y una forma novedosa para la sinfonía. La Novena sí dicta un antes y un después en la historia de eso que llamamos la sinfonía”, expone Prieto, que tiene 25 años dirigiendo la obra desde su primera vez en Jalapa en 1999, con al menos cuatro conciertos con ella durante el año.

La sinfonía se estrenó el 7 de mayo de 1824 en el teatro de la Corte Imperial de Viena, con Beethoven como director (aunque quien en realidad dirigió por la sordera del compositor fue Michael Umlauf, Kapellmeister del teatro), y como solistas la soprano Henrietta Sontag (quién años después murió de cólera en México), la contralto Caroline Unger, el tenor Anton Haizinger y el barítono Joseph Seipelt.

La Novena, y en especial su cuarto movimiento, que rompió la manera tradicional con que se escribían las sinfonías hasta la época de Beethoven, ha sido admirada lo mismo por tiranos como Adolf Hitler, que por músicos como Richard Wagner, que la tuvo en mente al concebir su última ópera Parsifal.

La Unión Europea adoptó la Novena como su himno oficial e incluso la Copa Libertadores de Futbol, la mayor competencia de clubes de ese deporte en Sudamérica, la incluía en sus ceremonias de 2002 a 2016. En 2001, la partitura original se inscribió en el Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco.

Beethoven la comenzó a componer en 1818, un año después de que lo contratará para ello la Sociedad Filarmónica de Londres, fue la primera obra sinfónica con voz humana. Desde su estreno se convirtió en icono global. Esteban Buch, autor de una de las investigaciones capitales para entender la trascendencia de esta sinfonía que volvía locos a directores como Herbert von Karajan, Claudio Abbado o Leonard Bernstein, lo sintetiza en su libro La Neuvième de Beethoven (Gallimard, 2001).

“...se ve combinada con una auténtica retórica de los géneros musicales que evoca el universo militar, el religioso y el ritual del himno —tanto sacro como profano— por medio del cual los hombres celebran en coro el hecho de estar juntos. 'Todos los hombres serán hermanos', dice el verso más célebre de esa obra donde, por primera vez, la voz humana irrumpe en el seno de la música sinfónica”, escribe Buch en su libro traducido por Acantilado (La Novena de Beethoven. Historia política del himno europeo).

Obra de arte hasta para quienes odian al arte, Buch llama a la Novena “una suerte de fetiche sonoro de Occidente”, reivindicado por tirios y troyanos.

“Los músicos románticos la convirtieron en símbolo de su arte. Bakunin soñaba con destruir el mundo burgués y salvar solo la Oda a la alegría del borrón y cuenta nueva. Los nacionalistas alemanes admiraron la fuerza heroica de esa música, y los republicanos franceses reconocieron en ella la triple divisa de 1789. Los comunistas oyeron en ella el evangelio de un mundo sin clases; los católicos, el Evangelio a secas; los demócratas la democracia. Hitler celebraba los cumpleaños con la Oda a la alegría; sin embargo, se opusieron a él con esta música hasta en los campos de concentración. La Oda a la alegría suena con regularidad en los Juegos Olímpicos; sonaba no hace mucho en Sarajevo. Ha sido el himno de la república racista de Rodesia, es hoy el himno de la Unión Europea”, escribe Buch.

El último movimiento, con la Oda a la alegría, lo retomaron novelistas como Anthony Burgess o cineastas como Stanley Kubrick, en su adaptación de La naranja mecánica del inglés, y el soviético Andrei Tarkovski en su genial Nostalgia, para mostrar la violencia o la desesperanza humana.

Esa oda A la alegría fue la versión musical que Beethoven hizo del poema de Friedrich Schiller An die Freude, publicado por el poeta en 1786 en la revista Rheinische Thalia en homenaje a su amigo Christian Gottfried Körner. Beethoven, desde muy joven, había intentado poner música al poema. Curiosamente, el verso más famoso “Todos los hombres serán hermanos”, no estaba en el original; años después, Schiller lo escribió para sustituir el de “Los mendigos serán hermanos de los príncipes”.

De sobra es conocida la anécdota del estreno de la Novena en Viena, de que al terminar la sinfonía con la apoteosis coral, la contralto Caroline Unger se paró e hizo girar a Beethoven para que pudiera ver los aplausos entusiastas del público, que el compositor ya no podía escuchar.

La noche del martes 7 de mayo, la Orquesta Sinfónica de México, con Rodrigo Macías en la batuta, interpretará la Novena, en un concierto monumental en el Auditorio Nacional, mientras que en la Cineteca Nacional se proyectará el concierto de la Orquesta Filarmónica de la UNAM (Ofunam) del pasado 24 de marzo, bajo la dirección de Sylvain Gacancon, con esta sinfonía de Beethoven.


Una cátedra musical

Carlos Miguel Prieto calcula que ha dirigido un centenar de veces la Novena, que ensaya con mucho.

“Para mí también es una efeméride, son 25 años de relación con esta sinfonía, que ensayo muchísimo, pido un ensayo más, porque, a pesar de ser una obra conocida, es enormemente retadora, ambiciosa y dificilísima de tocar y de hacer justicia. Incluso la parte coral, que a veces se banaliza un poco, hay que trabajarla con la más total seriedad y tener muchísimo cuidado escogiendo las voces apropiadas”, dice.

“Conforme uno va teniendo una relación de más experiencia con esta obra, le va encontrando uno más retos; cuando uno creo que ya la conoce, se da uno cuenta de todo lo que le falta a uno. Es la obra sinfónica de Beethoven más ambiciosa, en donde él expande su lenguaje a lo máximo”, agrega el director de la OSM, que destaca la influencia de la obra en las sinfonías de Mahler y Shostakovich.

Por su parte, Ludwig Carrasco estudió mucho la Novena antes de encarar el reto de dirigirla con la OSN en octubre pasado en el Palacio de Bellas Artes, que coincidió con una triple celebración con las fundaciones de la orquesta, el Coro y Teatro de Bellas Artes y el Coro de Madrigalistas de Bellas Artes.

“Es una obra que me imponía muchísimo; sentía que debía tener mayor madurez tanto musical como personal para poder abordar la Novena de una manera más cabal. Aunque la estudié desde hace mucho tiempo y la conozco, sentía que había que esperar para abordarla y aportar algo, porque es una obra tan perfecta que no sirve de mucho únicamente hacer una versión a medias, hay que aportar, profundizar en ella. Y llegó en el momento justo para mí de estar frente a esta obra, que es de una arquitectura enorme y maravillosa; si uno no sabe todo lo que hay dentro, cómo está construida, es muy fácil perderse y hacer una versión banal, que es lo último que quería con mi primera experiencia”, cuenta Carrasco.

Para el director de la OSN, la Novena es parte del colectivo social a escala internacional, ha permeado en muchas áreas, como la literatura y el cine, además de tener una influencia brutal en los últimos 200 años en la historia de la música occidental.

“Es un gigante, una obra maestra que fue reconocida desde su estreno hasta nuestros días. Es una obra que muchos compositores en los años posteriores, hasta hoy, siguen teniendo como referencia o incluso siguen viviendo a la sombra de esta catedral musical que nos dejó Beethoven”, sostiene el director.

Carrasco recuerda que es importante seguir escuchando el mensaje de hermandad, empatía y amor de la Novena, con los versos de la oda A la alegría de Schiller porque además de exaltar los sentimientos remueven conciencias en momentos turbulentos como los que atraviesan México y todo el mundo.

“Este tipo de textos, junto con esta música, nos recuerda o nos pone a pensar si realmente estamos viviendo con los ideales que queremos y creemos y tenemos o si debemos reflexionar e intentar cambiar el mundo para acercarnos a lo que habla este texto: la armonía y respeto entre personas, el amor, la cercanía humana, que por desgracia se pierde en nuestras interacciones personales o sociales”.


Clásico popular

A su vez, Prieto atribuye la conexión de la Novena con cualquier tipo de público a su calidad y emoción, pero, sobre todo, destaca el misterio del genio intangible de Beethoven que sigue fascinando.

También precisa por qué puede banalizarse el último movimiento, que cierra con los versos de la oda A la alegría, del poeta romántico Friedrich Schiller, con un agregado de Beethoven, que ha sido retomado en momentos importantes de la historia contemporánea, como la caída del Muro de Berlín en 1989.

“Se banaliza porque, hasta cierto punto, es un himno sencillo, fácil de memorizar, pegajoso por su inmediatez. Las palabras no son sencillas, el poema de Schiller es complejo, pero Beethoven tuvo esa increíble habilidad de hacerlo accesible a muchos. Beethoven siempre tuvo esta visión de que las sinfonías eran vehículos para hablarle a mucha gente, las visualizó siempre como obras más públicas. Y este himno, sencillo de entender, pero complejo, ha sido parte de la popularidad de esta obra. Pero no es el mensaje principal; para mí, el mensaje principal es lo misterioso del genio de Beethoven”, aduce.

Destaca también el mensaje de hermandad, de paz y de alegría en la obra, para los momentos actuales de violencia que atraviesa un país como México.

“Ese es el mensaje más fuerte para un país que está pasando momentos difíciles; nos recuerda lo más importante: que pase lo que pase, somos hermanos. Y ojalá se resuelvan los problemas; en el mundo parece que lo que más se nos olvida es ese mismo mensaje: que todos somos humanos y hermanos”.

Schiller compuso su oda A la alegría en 1786, años antes de la Revolución Francesa (1789-1799), pero ya en ese poema se encontraban los ideales de libertad, igualdad y fraternidad del movimiento social.

Al respecto, Prieto recuerda los ideales de Beethoven, quien había dedicado su tercera sinfonía a Napoleón, pero al enterarse de su autoproclamación como emperador, le quitó la dedicatorio a su obra.

“Beethoven era un gran humanista. Decepcionado con lo que la humanidad es capaz de llegar, finalmente (su Novena) es un grito de hermandad, eso muy pocas obras lo tienen. Se ve que él incluyó el coro y las voces solistas por su obsesión de mandar un mensaje; si había mandado un mensaje con su tercera sinfonía, aquí se ve que necesitó palabras, necesitó la voz humana para mandar este mensaje. Eso es súper emotivo, que un artista trascienda la forma y cambie un tipo de obra, que antes se llamaba sinfonía, y le mete voz por una obsesión de comunicar un mensaje. Eso es increíble”, dice el director.

No obstante, Prieto invita a la gente, en especial a los jóvenes, a escuchar completa la Novena, no solo el último movimiento con el llamado Himno a la alegría, que hasta han cantado artistas rockeros como el español Miguel Ríos.

“Beethoven es del tipo de genios capaz de abrirnos los ojos; no nos van a abrir los ojos líderes políticos o sociales, sino genios como él. Y ojalá la gente, sobre todo los jóvenes, se aficione a este tipo de obras, que cobran una dimensión extra artística y se vuelven profundamente humanas y casi casi divinas. Eso tiene la Novena, que no solo es el último movimiento, antes de él hay 50 minutos de música, y de esos 50 minutos yo diría que el movimiento que más comunica paz y belleza es el movimiento lento. Mi invitación es que la gente escuche toda la sinfonía, no solo el último movimiento”, reitera Prieto.

Concluye que Beethoven también dejó un enorme testamento político con su obra, al declararse “libre”.

“Él utiliza la palabra felices, pero dice que también somos libres; esto fue muy fuerte en su momento, porque el ser humano básicamente no era libre. Todo eso está en Beethoven y por eso es profundamente político y, hasta cierto punto, enormemente revolucionario”, dice el director de la OSM.

Señora Sontag

La Novena de Beethoven, que según el libro 3 grandes músicos mexicanos, de Alfonso Pruneda la estrenó a finales del siglo XIX el director Carlos J. Meneses, tiene otra conexión especial con México.

La soprano que la estrenó en 1824, Henriette Sontag, murió en México de cólera, justo hace 70 años.

El domingo 18 de junio de 1854, El Universal, “periódico político y literario” de la Ciudad de México, publicaba tal vez su nota más trascendente ese día, en el ámbito de la cultura occidental, en su página 3, de cuatro, y era un obituario con viñeta fúnebre y el siguiente encabezado: “Muerte de la Sra. Sontag”.

Gertrud Walpurgis Sonntag, mujer de belleza y refinamiento abrumadores, como puede mirarse en el retrato que le hizo Paul Delaroche en 1831 ataviada con el vestuario de Donna Anna para la ópera Don Giovanni, de Wolfgang Amadeus Mozart, y que cuelga en el Museo L’Hermitage, nació el 3 de enero de 1806 en Koblenz, hoy Alemania, y murió de cólera en la capital mexicana, tras seis días de agonía, el 17 de junio de 1854, a los 48 años. Su carrera de cantante y actriz puede resumirse en sus dos clímax: fue ni más ni menos la soprano de dos estrenos de Beethoven: la Missa Solemnis y la Novena.

Con el nombre artístico de Henrietta Sontag hechizó desde los 17 años con su voz a Europa y América. Su debut fue en Praga en 1823 con el protagónico de Euryanthe, de Carl María von Weber, y más tarde pasó a la historia con sus colegas: la contralto Caroline Unger, el tenor Anton Haizinger y el bajo Joseph Seipelt, cantando en el estreno de la Novena en el Theater am Kärntnertor de Viena, con Beethoven al frente de la orquesta, sordo, y el Kapellmeister Michael Umlauf, auxiliándolo junto a él.

La “Sra. Sontag” se convirtió así en el primer contacto que tuvo el país con la obra orquestal más célebre de la historia que, 30 años antes del deceso de la soprano, Beethoven había estrenado.

Al respecto, el director de la OSN, Ludwig Carrasco, destaca la ironía por la muerte en México de Sontag, pero también hace énfasis en lo que ha sido el país en el ámbito de la cultura en toda época.

“Por desgracia, los mexicanos estamos conectados trágicamente con esta gran obra. Pero, (la presencia de Sontag) también demuestra que, en su momento, México, a pesar de estar tan alejado de los centros musicales en esas épocas, sí tenía un contacto constantemente, en un flujo e interacción, no solo con esta cantante, sino que había muchísimos artistas de talla mundial que estaban viniendo a México. Es algo que no debemos perder de vista y valorar nuestra historia musical y que como país hemos sido un centro musical que ha atraído a los más grandes exponentes del mundo”, subraya el director de la OSN.

El último papel de la “Sra. Sontag”, según la Enciclopedia Británica, fue Lucrezia Borgia, en la ópera homónima de Gaetano Donizetti; otras fuentes señalan que se despidió en México como Lucia de Lammermoor, del mismo músico lombardo, y otras más como Desdémona, en el Otello de Gioacchino Rossini, compositor que celebró “la pureza” de su voz de soprano y la llamaba para los roles de Rosina en Il barbiere di Siviglia, Elena en La donna del Lago, e Isabella en L'italiana in Algeri.

Rival y amiga de la legendaria María Malibrán, se casó en secreto en 1828 con el conde Carlo Rossi de Cerdeña, para convertirse en la Condesa Rossi, como se le conoció ya en México contratada por el director del teatro Santa Anna, el francés René Masson. De acuerdo con la revista en línea Musik und Gender, el 1 de abril de 1854 Henriette Sontag zarpó de Nueva Orléans rumbo al puerto de Veracruz, en una travesía de cuatro días, y siguió su viaje en una carreta de correos hacia la capital. Hizo su debut mexicano en el teatro Santa Anna, el 21 de abril de 1854 con La Sonnambula, de Vincenzo Bellini.

Según el artículo, el clima mexicano le hizo bien a la soprano, tanto para su voz como para su salud. Y antes de pensar en partir, ya planeaba una futura gira en México. Por desgracia, contrajo cólera el 11 de junio; un día simplemente se desvaneció en Tlalpan y murió tras una agonía de seis días.

El cortejo fúnebre se llevó a cabo dos días después hacia el panteón de San Fernando donde fue enterrada. El 28 de noviembre de 1854, sus restos fueron exhumados para el traslado a Europa y el 3 de mayo de 1855 finalmente Henrietta Sontag, la condesa de Rossi, la voz soprano inaugural de la Novena Sinfonía de Beethoven, encontró el descanso final en el convento cisterciense de San Marienthal-Lausitz, en Sajonia.

Scherzo

El final de La naranja mecánica (1962), la novela de Anthony Burgess que adaptó con maestría Stanley Kubrick al cine, el protagonista Alex DeLarge, después de sido brutalizado por el Estado, encuentra la cura perfecta:

“Hermanos, lo que trajeron entonces fue una gran caja brillante, y vi en seguida qué clase de vesche era. Era un estéreo. Lo pusieron al lado de la cama y lo abrieron, y un veco lo enchufó en la pared. –¿Qué quiere oír?—, preguntó un veco con ochicos en la nariz, y tenía en las rucas unos álbumes de música, hermosos y brillantes. ¿Mozart? ¿Beethoven? ¿Schoenberg? ¿Carl Orff?

“—La Novena —dije—. La gloriosa Novena.

“Y fue la Novena, oh hermanos míos. Todos empezaron a salir despacio y en silencio mientras yo descansaba, con los glasos cerrados, slusando la hermosa música. (…)

“….Y así me quedé solo con la gloriosa Novena de Ludwig van.

“Oh, qué sutuosidad, qué yumyumyum. Cuando llegó el scherzo pude videarme clarito coririendo y corriendo sobre nogas muy livianas y misteriosas, tajeánddole todo el litso al mundo crichante con mi filosa britba. Y todavía faltaban el movimiento lento y el canto hermoso del último movimiento. Sí, yo y estaba curado”. (La naranja mecánica, Minotauro 1974).

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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