Hablar de una postura religiosa ante cualquier tema es pretencioso —por decir lo menos—. Existen muchas religiones en el mundo y sus posicionamientos se diferencian, en ocasiones de manera considerable. Por si esto fuera poco, en la actualidad las diferentes religiones han abierto espacios en los que sus seguidores pueden ejercer con libertad la posibilidad de diferir de las líneas que marcan sus doctrinas. De tal manera que cualquier apreciación puede resultar en una generalización que los adeptos no necesariamente comparten.
En el mundo occidental hablar del conflicto ciencia–religión es hablar de la ciencia y el cristianismo en cualquiera de sus vertientes. La relación histórica entre ambos está llena de desencuentros y en distintas épocas y de diferentes maneras la tensión se ha resuelto de la peor manera.
En el viejo debate hay momentos de gélida dureza en los que la discordia solo se replantea para reescribir los términos de una discusión sin fin.
Entre los temas cruciales de la añeja diatriba, quizá el más antiguo e irreconciliable se ubica en el terreno de las concepciones, es decir, en la manera como concebimos los fenómenos naturales, aunque las discordancias aparecen también en el terreno de la moral, de las creencias, etcétera. En particular, la búsqueda de una explicación al origen del Universo ha incomodado a prelados y feligreses que históricamente han desarrollado una versión propia de las cosas reservando un lugar especial en el Universo para los seres humanos y su creador.
Según la física moderna, el Universo surgió de la nada hace 13 mil 800 millones de años. Esta teoría es conocida ampliamente como la teoría del Big Bang y es la más fiable y la que mejor explica las observaciones científicas. También es la más controvertida porque no recurre a la intervención de un agente externo, pero sí tiene un comienzo; plantea el origen de todas las cosas como la consecuencia inevitable de leyes físicas, y curiosamente fue propuesta por un sacerdote.
Los físicos no tenemos ningún problema en explicar cómo algo surge de la nada. Aunque muchos creyentes del catolicismo encuentran reprobable tan irreverente postura, lo curioso es que el catolicismo —el mismo que ha sostenido más de un contencioso con el desarrollo científico a lo largo de los siglos— parece no tener nada en contra de ésta que es la más reciente explicación científica sobre el origen del Universo.
El Papa Pío XII, llamado Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, nació en Roma en 1876 y fue elegido Papa en 1938 para ser el número 260 en la historia del papado. Para él, “la ciencia y la religión son hermanas celestiales, que se constituyen en manifestaciones distintas de la exactitud divina, por lo que en términos generales no es posible que se contradigan la una a la otra”.
El pontífice mantuvo un interés en los procedimientos de la Academia Pontificia de Ciencias que había sido creada por su predecesor. Ya en su época, la calidad de la Academia eclesiástica era indiscutible; entre sus miembros se contaba con Max Planck, padre fundador de la mecánica cuántica; Niels Bohr, físico danés que contribuyó de manera considerable a la comprensión del átomo y de la recién nacida teoría cuántica; Erwin Schrödinger, quien no solo contribuyó al desarrollo de la mecánica cuántica sino que además se adentró en el campo de la biología con sus ideas sobre la vida: en esos terrenos llegó a predecir la existencia del ADN. En 1955 fueron admitidos Louis de Broglie y Werner Heisenberg, dos pilares del desarrollo de la mecánica cuántica desde principios de siglo. En la actualidad el número de físicos miembros de la Academia supera al de cualquier otra disciplina.
La Iglesia católica se ha preocupado por actualizar su punto de vista en temas de ciencia que tradicionalmente habían sido complicados, pero no siempre lo logra.
Por otro lado, la postura de las iglesias protestantes es más difícil de ver porque no se agrupan para definir una doctrina común. Su organización es regional y sus posicionamientos frente a los temas de todo tipo son a veces la razón de continuadas escisiones.
Cada rama del protestantismo se divide y subdivide en grupos independientes que van formando denominaciones. Existen además congregaciones locales que no se vinculan con las más grandes en número. La multiplicación de iglesias con diferencias de preceptos parece ser el destino obligado de la disidencia. La discrepancia permanente por motivos administrativos, de apreciación de los textos bíblicos, de actitud ante temas sociales o de convicción personal, conduce a la fragmentación pero también puede ser la marca de una aspiración humana por pensar en forma individual y desarrollar una religiosidad propia al margen de las grandes organizaciones.
Todo esto en contraposición con las iglesias mayores que proporcionan la guía espiritual, el marco de la liturgia o el culto y la sede de ceremonias y celebraciones comunitarias. Las grandes estructuras eclesiásticas trabajan además con una agenda de participación social encaminada a contender por una presencia significativa en la vida de la gente, convencidas de que deben influir en el mayor número posible de sus asuntos.
En términos generales, las grandes religiones del mundo como el Islam y el cristianismo aceptan la teoría del Big Bang como la mejor versión que tenemos para explicar el origen del Universo.
En este como en otros temas la disputa milenaria para explicar lo que observamos se ha desplazado una vez más. Ahora el papel del agente causal debe encontrarse en algún sitio fuera del espacio y del tiempo que conforma al Universo observable.