La revolución en cuanto perspectiva política y categoría histórica sufrió un declive e incluso un descrédito desde la década del ochenta del siglo XX y recibió la puntilla con el colapso soviético que clausuró el denominado “siglo de la revolución”. Ya en 1963 Hannah Arendt se había pronunciado en contra de las revoluciones sociales de las que consideraba espurias sus motivaciones, pero sin duda fue la conmemoración del bicentenario de la Revolución francesa la que detonó la acometida intelectual en contra de aquélla. Pensada antes como vehículo del progreso y la subversión del statu quo, la historiografía revisionista con François Furet a la cabeza le atribuyó justamente lo contrario: la revolución sería para el politólogo francés un retroceso y la puerta de entrada a la tiranía moderna.
Enzo Traverso emprendió la necesaria revisión del concepto de revolución, su imaginario, representaciones, memoria e intelectuales. Irregular y a ratos reiterativo, Revolución. Una historia intelectual (FCE, 2022) tiene capítulos muy valiosos y el cierre con la historización del comunismo es sobresaliente. La revolución es un estallido que libera fuerzas, energías, pasiones, expectativas e impulsos creativos aletargados o poco visibles en el funcionamiento regular de las sociedades; no es una tentativa restauradora (i.e. las contrarrevoluciones), ni tampoco una asonada (tumultuaria) o un golpe de Estado (promovido por los propios órganos o personal estatales), si bien suele ser violenta, sobre todo cuando sobreviene la reacción (también de fuerza) de los grupos despojados del poder, y coercitiva, cuando constituye un régimen político. Las revoluciones —apunta el historiador italiano— “tienen la aspiración consciente de cambiar el orden social y político” por parte de sujetos colectivos habitualmente externos al sistema, configurando un tipo de intelectual con un fuerte compromiso moral con las clases subalternas, con la ideología y la política que lo motivó a la intervención pública y a la práctica transformadora, además provisto de un ethos anticapitalista, con “una condición fluctuante del desclasamiento bohemio y un comportamiento cosmopolita a menudo combinado con un carácter telúrico”.
La revolución se imprimió en los cuerpos, mancillados u objeto de devoción: el cuerpo político subvertido, el cuerpo femenino como encarnación de la patria (La Libertad guiando al pueblo de Delacroix), los cuerpos exánimes de las comuneras violentados por el Ejército de Thiers, las imágenes animalizadas de los comunistas en la propaganda antibolchevique, el traslado de los restos mortuorios de Ricardo Flores Magón de Los Ángeles a la Ciudad de México recibiendo los aplausos de la multitud en las estaciones ferroviarias, los cuerpos embalsamados de Lenin y Mao exhibidos en sendos mausoleos. También la revolución destruyó símbolos del régimen —la Columna Vendôme en 1871—; mientras que la contrarrevolución erigió otros para significar la vuelta al orden —la Basílica del Sagrado Corazón en Montmartre, en recuerdo de la derrota de la Comuna de París, justo en el lugar donde comenzó la insurrección popular—; en tanto que la Tercera República buscó el justo medio al convertir el Muro de los Federados en Père Lachaise en un sitio de la memoria.
Entendida originalmente cual el retorno al principio (la noción de rotación proveniente de las ciencias exactas), la concepción de la revolución como progreso se impuso en la Modernidad. De la metáfora marxiana de las revoluciones como “locomotoras de la historia” al tren blindado de Trotsky, con el que el comunista ucraniano recorría Rusia para defender la revolución proletaria de la contrarrevolución blanca, pasando por los trenes zapatistas y villistas, aquella máquina implicó velocidad, potencia, tiempo y autopropulsión en la representación prometeica de la revolución. La “bestia humana” (Zola) no acortaba las distancias, pero los trayectos eran más rápidos y la geografía cubierta era mayor, coadyuvando a la unificación territorial y a la integración de los mercados en el espacio nacional. Si bien Marx creía en el progreso concebido por las Luces, consideró que las revoluciones burguesas avanzaban linealmente en tanto que las proletarias sufrían constantes interrupciones y retrocesos, volviendo “a lo que en apariencia estaba consumado para empezarlo de nuevo”. La revolución proletaria era una cisura en el tiempo de la reproducción ampliada del capital, provocada por la acción intencional de un sujeto colectivo. También podría producir un salto histórico hacia formas superiores de organización social. En una u otra forma rompía la continuidad del tiempo. La concepción dialéctica de éste —destaca Traverso— era la de un Kairós, esto es, “una temporalidad abierta, inquieta y variable”.
El paradigma revolucionario del siglo XX está agotado y al final el volumen presenta su historización. La Gran Guerra influyó decisivamente en la concepción militar de la revolución legada por los bolcheviques a la posteridad. Incluso estrategias distintas del asalto al poder quedaron impregnadas del lenguaje bélico. También la guerra, esta vez la civil, profundizó este modelo militar, consumió recursos materiales imprescindibles para cimentar las políticas revolucionarias y fue el marco para la implantación del Terror Rojo, dirigido inicialmente hacia la contrarrevolución, pero progresivamente volcado contra la disidencia y la sociedad civil. La represión de los marineros de Kronstadt en marzo de 1921, comprometidos con la Revolución de Octubre, fue una prueba ominosa, aunque no la única. De acuerdo con Traverso, aquélla “simbolizó el fin de la democracia soviética y la Unión Soviética emergió de la guerra civil como una dictadura unipartidista”. En razón de ello, las nuevas izquierdas globales habrán de hacerse cargo de revisar críticamente esta experiencia histórica, condición indispensable para recuperar “el núcleo emancipatorio del comunismo”, y pugnar por una sociedad libre, igualitaria, justa y democrática.
Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Recientemente publicó, con Rafael Mondragón Velázquez, 'Izquierdas radicales en México. Anarquismos y nihilismos posmodernos' (Debate, 2023).
AQ