Carlos Sánchez nació en 1970 en Las Pilas, en Hermosillo, Sonora. Es un barrio antiguo y violento, de narcomenudeo y pandillas, pero también de solidaridad y amigos leales. Este barrio fue inspiración y escenario de su primer libro: Linderos alucinados, al que han seguido otros en los que transita por diversos géneros: crónica, cuento, novela, teatro, entre ellos Aves de paso, Señales versos, Hazlo por mi corazón.
En 2010 ganó el Concurso del Libro Sonorense con Matar. Crónicas desde el infierno, serie de relatos con asesinos publicado en 2011 por el Instituto Sonorense de Cultura, reeditado en 2013 por Nitro/Press y este año por Proceso, con nuevas historias y prólogo de Javier Aranda Luna. Es precisamente este libro, en el que la única voz que se escucha es la de los protagonistas, entrevistados por Carlos en las cárceles donde imparte talleres literarios y de fotografía, el motivo de esta conversación.
—¿Por qué la decisión de reeditar Matar? ¿Qué diferencias existen entre la primera y la nueva edición de Proceso?
Escribo para encontrar lectores, las ediciones anteriores, como son la generalidad de las ediciones que se hacen en los estados o en el país, son de tiraje corto. Aspirando, insisto, a que el libro circule de nuevo y con mayor penetración, me di a la tarea de buscar esta edición. La diferencia de la edición anterior con la que hace Proceso, es que el libro contiene un cuarenta por ciento más de historias, ocho textos nuevos, cuatro de largo aliento y cuatro flashazos, contiene además un prólogo escrito por Javier Arana Luna y una presentación de mi autoría a propuesta del editor Juan Guillermo López.
—¿Es indispensable la empatía con los protagonistas al contar estas historias?
Puede ser indispensable o no. Pero indispensable es escuchar con atención, sin prejuicios, tenemos ya demasiadas notas rojas que se escriben tomando referencias de un parte policiaco. En el caso de Matar. Crónicas desde el infierno lo escribí por una pretensión perversa, o morbosa, desde la curiosidad de indagar la mente del asesino para exponerla desde su voz a los posibles lectores. Asesinos con los que conviví en mi ejercicio de instructor en talleres de escritura y fotografía dentro de las prisiones, asesinos con los que conviví en mi barrio, desde la infancia.
—Eso explica el nivel de confianza y aun de intimidad que estableces con ellos.
Tengo la virtud o ventaja o privilegio de hablar el mismo lenguaje que ellos. Crecí allí, en el contexto de la violencia, donde el tráfico y consumo de drogas es pan de todos los días, hasta la perturbadora normalidad, niños todos que miramos a la raza con una bolsa de solvente en torno a sus rostros. La persecución de policías tras ladrones acontecía de manera constante como un guion de película urbana pero puesta en la mirada nuestra: la realidad implacable de la violencia, porque así ha sido siempre, el tiempo detenido en los callejones del barrio. Al conversar con asesinos, o delincuentes, el lenguaje es una característica que de facto nos hace coincidir y ellos desdoblan sus historias con la disposición casi inmediata.
—¿Es posible justificar la violencia extrema que significa quitarle la vida a alguien?
Es complejo pretender justificar. Sin embargo, en este libro, en la diversidad de historias, el lector podrá hacer conclusiones. Hay un caso de un chavito de Nogales que mata a puñaladas al violador de su hermana, al final de la conversación que sostuvimos, él me pregunta que si está bien lo que hizo; entendiendo su posición, y al describirme el contexto del abuso, la desgracia de la vida de su hermana que quedó trastocada para siempre, mi respuesta fue: está bien.
—¿Qué piensas de tus personajes? ¿Qué piensas de su futuro, si acaso lo tienen?
Pienso que la mayoría de los entrevistados tuvieron una vida terrible, una infancia apuntalada por la desgracia, el abandono, la indiferencia, el desamor. El futuro de ellos tiene una marca terrible, creo que quien ha quitado una vida ya es distinto para siempre. Un día le pregunté a Nahuel, uno de los protagonistas del libro, que si cuando saliera de prisión se enfocaría a otro tipo de vida, si se alejaría de la delincuencia, me respondió con humedad en sus ojos: “No puedo, esto es un trabajo de la familia”. A las semanas de haber salido lo mataron en un hotel de Culiacán, apenas había cumplido su mayoría de edad. Por otra parte, uno de los protagonistas, de las conversaciones más recientes que tuve ya para esta edición, acaba de ingresar a la universidad a estudiar psicología. Esto del futuro y la vida misma es un volado, a veces creo que quienes estamos aquí decidimos muy poco sobre lo que será, ninguno sabemos qué pasará el día siguiente.
—¿Por qué tu decisión de narrar la violencia, la muerte, el lado oscuro de la vida?
Crecí allí, y apelando a los otros escenarios de la vida, distintos a los del barrio, he querido contar lo que se vive en los callejones, entre el cerro y el vado del río, consecuencia casi normal de una vida inmersa en la violencia. He visto la vida y en ella a personas con otras historias, y lo celebro: al niño de la mano de sus padres, recibiendo el cuidado, el amor indispensable para la integridad emocional, y me he dicho qué maravilla, pero si he tenido la posibilidad de crecer en este otro mundo, quiero entonces escribir para esos otros mundos con sus otras realidades, este acontecer de la violencia donde el asesino tiene la posibilidad de contar su verdad, y donde el lector podrá concluir y tal vez voltear a los lados cuando camine por algún lugar deshabitado.
—¿Cuál es para ti la relación, si la hay, entre la vida en los barrios marginales y las conductas antisociales, la violencia, las drogas, el alcoholismo?
Precisamente mi origen. La ciudad me acogió como fe de bautismo, no sin antes andar los callejones, mirar los ríos de aguas negras que nacían fortuitos por la falta de una red de drenaje. El descontón, el puñal una vez entrando y otra vez saliendo, el disparo contra él y luego contra el otro. Los pelitos en la cancha, el grito de la doña intentando escapar de la agresión de su marido. Crecí allí, donde también hubo una pelota para patearla y anotar el gol que nos hacía tener dopamina, y al final del día mirar a don Diablo quien llegaba de Sinaloa por las vías del tren cargando un costal de mariguana, la ponía sobre la banqueta y daba barra libre a los muchachos, era un ritual maravilloso reír a carcajadas por el mismo motivo: las colas de borrego más estéticas que pudimos ver en nuestras vidas. Mi padre fue alcohólico, mi casa el recinto para la delincuencia, el humor irónico de los parroquianos que se reían de sus desgracias mientras se embriagaban mirando el box en un televisor a blanco y negro; allí me tocó ver el nocaut de Tommy Hearns contra Pipino Cuevas.
—¿No existe demasiada muerte y violencia en el país para hacerla motivo literario?
Existe, a manos llenas, implacable y sin indicio de cese. Apenas ayer se agarraron a balazos dos bandas en el barrio, apenas hace unas semanas mataron al Durazno, un tipo callado y solitario, en el patio de su casa, hace unos días, en Empalme, mataron a una jovencita estudiante, quién sabe por qué, y así, la memoria se dibuja interminable en los acontecimientos atroces. Existe demasiada violencia, desgraciadamente, y no sé si habría que hacerla o no motivo literario, en mi caso me ha tocado narrar lo que vivo, el origen, como ya lo he dicho en esta misma entrevista. Yo quisiera hablar también de la existencia de un mundo afable, por eso acudo al arte, por eso cubro periodísticamente los festivales de danza contemporánea, acudo al teatro, a los conciertos de la orquesta filarmónica, por eso escribo de otros temas también.
—¿Qué viene, qué nuevo libro estás preparando?
Recientemente publiqué una novela (Para ti no habrá sol) cuya anécdota son los yaquis del barrio La Matanza, una novela que habla del despojo de la tierra (otra vez la violencia) en la que son víctimas los integrantes de la etnia, un libro que cuenta cómo las metanfetaminas lograron controlar los pasos de los habitantes de este barrio, sin perder la esperanza ni dejar de lado ese tesoro magnánimo que significa la historia y en ella el ejercicio litúrgico de los yaquis.
Ahora mismo estoy escribiendo un libro sobre desapariciones forzadas, de personas cercanas a mi vida, y estoy compilando reseñas de arte que pretendo publicar a manera de libro.
ÁSS