La vuelta de Jorge Eduardo Eielson

Centenario

A cien años de su nacimiento, celebramos al artista peruano con este ensayo que recorre su impresionante obra poética y recuerda sus propuestas en la fotografía y la pintura.

Jorge Eduardo Eielson, poeta peruano. (Archivo)
Eduardo Zambrano
Ciudad de México /

La figura de Jorge Eduardo Eielson (Lima, 13 de abril de 1924–Milán, 2006) destaca como la de un artista incansable cuya obra abarcó no solo diversos géneros literarios (ensayo, novela, teatro) sino también ingeniosas propuestas en artes visuales como la fotografía y la pintura. Sin embargo, es importante subrayar que el impulso vital de Eielson está en su espíritu lírico, tan así que a los veintiún años (1945), su poemario Reinos ya estaba ganado el Premio Nacional de Poesía en Perú.

A cien años de su nacimiento, basta asomarnos a su trayectoria en las páginas de consulta para entender la magnitud y alcance de su obra. Cruzando los cuarenta años, para 1965, Eielson tenía más de veinte títulos de poesía, dos novelas, una obra de teatro, y una buena cantidad de ensayos literarios y de plástica. Precisamente en la plástica, y también por aquellos tiempos, consolida esta faceta con una muestra que es comprada y exhibida por el Museo de Arte Moderno (MoMa) de Nueva York.

Eielson tiene claro que la formación artística no es suficiente, el oficio debe fundirse con la vida misma, la vida toda al servicio de mirar el mundo y transformarlo:

Ser artista
Es convertir un objeto cualquiera
En un objeto mágico
Es convertir la desventura
La imbecilidad y la basura
En un manto luminoso
Es padecer día y noche
De una enfermedad deslumbrante
Es saborear el futuro
Oler la inmensidad
Palpar la soledad
Es mirar mirar mirar mirar
Es escuchar el canto de Giotto
El sollozo de Van Gogh
El grito de Picasso
El silencio de Duchamp
Es desafiar a la razón
A la época
A la muerte
Es acariciar mujer e hijos
Como si fueran telas y pinceles
Es acariciar telas y pinceles
Como si fueran armas de combate
Es acariciar armas de combate
Como si fueran tubos de colores
Es acariciar tubos de colores
Como si fueran pájaros vivos
Es pintar el cielo estrellado
Como si fuera un basural
Es pintar un basural
Como si fuera el cielo estrellado
Es vivir como un príncipe
Siendo solamente un hombre cualquiera
Es vivir como un hombre cualquiera
Siendo solamente un príncipe
Es jugar jugar jugar jugar
Es cubrirse la cabeza de azul ultramar
Es cubrirse el corazón de rojo escarlata
Es jugarse la vida por una pincelada
Es despertar todos los días
Ante una tela vacía
Es no pintar nada

Quizá por esta otra faceta muy marcada del artista, quizá porque dejó el Perú a los veinticinco años para buscar otros aires en Europa, quizá porque sus publicaciones continuaron su derrotero por París y Roma (principalmente), lo cierto es que fue hasta muchos años después (en 1989) cuando Jorge Eduardo Eielson se hace visible en México con una primera antología de su obra: Poesía escrita (Editorial Vuelta, 1989).

Esta antología abarca una muestra de poemarios escritos desde 1943, e incluye títulos como el ya mencionado de Reinos (Lima, 1944), Habitación en Roma (Roma, 1952), Noche oscura del cuerpo (Roma, 1955), Arte poética (Roma, 1965), hasta PTYX (París, 1980), entre otros.

En este registro de más de treinta años la temática es variada, y va desde las referencias religiosas del adolescente a los homenajes que dedica a la literatura clásica; desde la exploración del lenguaje a las visiones intimistas del cuerpo; todo es motivo de ser observado, lo que ofrecen las calles, los viajes, o la introspección que se demora no propiamente en distintas personalidades, pero sí en estilos distintos de encarar el oficio.

Bajo esta diversidad, hay historias fragmentarias o secuencias breves, prosaicas, aparentemente desprovistas de ropaje lírico; pero principalmente, en la poesía de Jorge Eduardo Eielson prevalecen los textos donde hay un ritmo cargado de imágenes, o poemas de aliento largo donde se reitera una idea hasta agotarla. En la contraportada de este libro, Eduardo Vázquez Martín apunta sobre la visión holística del poeta, un intento por “abarcar la totalidad humana”, pero partiendo desde la intimidad:

Cuerpo enamorado

Miro mi sexo con ternura
Toco la punta de mi cuerpo enamorado
Y no soy yo que veo sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el remanso y ríe
Amo el espejo en que contemplo
Mi espesa barba y mi tristeza
Mis pantalones grises y la lluvia
Miro mi sexo con ternura
Mi glande puro y mis testículos
Repletos de amargura
Y no soy yo que sufre sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el espejo y llora

Para recordarle a los cien años de su nacimiento, he vuelto a la poesía de Jorge Eduardo Eielson leyendo aquel libro que, en su momento, me resultó revelador. Como escribió Eduardo Vázquez Martín: “Eielson es un puente, o un vaso comunicante, entre sus predecesores. Comparte con los herederos de la vanguardia el vuelo de esta, pero no sus excesos. Sin las certidumbres programáticas de los surrealistas, se sirve del espíritu negador y liberador de las corrientes de principios de siglo, pero sabe alimentarse también de la tradición poética española y de otras radicalidades presentes, por ejemplo, en Trilce”.

De su libro Habitación en Roma:

via veneto
me pregunto
si verdaderamente
tengo manos
si realmente poseo
una cabeza y dos pies
y no tan solo guantes
y zapatos y sombrero
y por qué me siento
tan puro
más puro todavía
y más próximo a la muerte
cuando me quito los guantes
el sombrero y los zapatos
como si me quitara las manos
la cabeza y los pies

La segunda parte de la vida de Jorge Eduardo Eielson, quiero decir de los cuarenta a los ochenta años, fue menos intensa en publicaciones de poesía, pero hay un libro, Nudos, donde parece plantear las vicisitudes humanas desde distintas perspectivas, desde los pequeños a los grandes dramas, desde lo cotidiano a lo trascendental:

Hay nudos
Que no son nudos
Y nudos que solamente
Son nudos
Nudos enormes
Y menudos nudos
Nudos de nada
Y nudos de todo
Nudos de corbatas
Y nudos de zapatos
Nudos que son sombras
De infinitos nudos
Celestes
Nudos que amanecen
Y nudos que parecen
Como nebulosas
Nudos de materia
Nudos de energía
Nudos de luces
Y nudos de tinieblas
Nudos de señoras
Llenas de brillantes
De terciopelo
Y de nada
Nudos que sonríen
Y nudos que sollozan
Nudos que no dicen nada
Y nudos que todo lo dicen

Quiero imaginar, de ahí esta cita, que la vida de Jorge Eduardo Eielson estuvo planteada y replanteada (como la de muchos artistas) con un sinfín de nudos y contrastes; quiero imaginar al hombre cosmopolita en un doloroso monólogo con el hombre solitario, al apátrida como un tristemente nómada del mundo, el marginado en medio de los reflectores, el hombre que entrevió la gracia de las palabras y que finalmente se reconoce en la trivialidad de lo cotidiano.

El poeta muere el año del 2006 en Milán; poco antes se publica De absoluto amor (y otros poemas sin título) (Pre-Textos, 2005).

En estos últimos textos hay ya una visión desangelada, una tragedia apenas presentida en lo ordinario. Transcribo ahora un poema que, aun en lo desesperadamente banal, surge (desde el fugaz milagro de unos versos), la misteriosa aparición de una mariposa amarilla:

Inmediatamente después
De haber leído estas palabras
Cerrar puertas y ventanas
No parpadear demasiado
No asustar la temblorosa
Mariposa amarilla
Posada en una silla
Tirar la cadena del water
Y dejar correr la vida
Como si nada hubiera pasado
Responder al teléfono enseguida
Hablar de cosas tontas y sabidas
Del costo de la fruta por ejemplo
Y de la misma muerte si fuera necesario
Colgar el teléfono otra vez
Con gran cuidado
Pero considerando ahora
Que el mundo entero es solamente
Esta misteriosa
Mariposa amarilla
Posada en una silla

Dado lo vasto de la obra de este poeta peruano, es difícil señalar o hacer recomendaciones específicas. Las páginas en internet permiten que la invitación quede simplemente abierta. La casualidad me llevó (en una página de Facebook, en una “Emergencia poética”) a escuchar estos versos:

La gente sigue diciendo que me he vuelto loco
Porque no tengo reloj
No tengo cita con nadie
No voy adelante ni atrás
No leo el periódico
No escucho la radio
No veo televisión
No tengo familia computadora ni nevera
Me pongo el mismo saco cansado
El mismo zapato sin brillo
No me emborracho con nada
Sino solo mirando y mirando

No es casualidad que en este último verso se haga énfasis en el simple quehacer de estar “mirando y mirando”; recordemos que al iniciar este apunte destacara, que en el “ser artista”, hay un oficio de mirarlo todo y recrearlo desde la intimidad.

A cien años de su nacimiento, Jorge Eduardo Eielson regresa al mundo no para reivindicar esto o aquello, no, la obra de los grandes maestros no trata de reivindicar nada, si acaso tienen la gracia de sugerirse en el misterio de una mariposa amarilla, que aun efímera (como la de aquel poema) nos conmueve, o mejor todavía, toca sensiblemente y transforma nuestra existencia.

AQ

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