Las fronteras entre ficción, fantasía, mentira y realidad

Ensayo

Nada justifica enarbolar una visión personal del mundo como única e irrebatible. Ninguna definición o análisis es absoluto, las interpretaciones tienen validez coyuntural y temporal.

Yuri Gagarin trastocó su visión de la realidad, su experiencia cambió la percepción del mundo. (Ilustración: Simón Serrano)
Elena Enríquez Fuentes
Ciudad de México /

“Todas las verdades importantes comienzan como blasfemias”

George Bernard Shaw

“Cuando empezó a desaparecer el efecto de la fuerza de gravedad me sentí verdaderamente bien. De repente, alrededor todo empezó a hacerse más ligero. Las manos, las piernas y todo mi cuerpo empezaron a sentirse como si no fueran míos en absoluto. No pesaban nada. No estás sentado ni acostado, sino como suspendido en la cabina. Todos los objetos que no se habían sujetado también flotan y los ves como si estuvieras en un sueño. La plancheta, el lápiz, el cuaderno... Y las gotas de líquido que salían de una manguera tomaron la forma de pequeñas esferas…”

Así describió Yuri Gagarin sus sensaciones ante la falta de gravedad. Tomé sus palabras del libro Regreso a la Tierra, en él se reúnen testimonios de algunos de los más de seiscientos viajeros al espacio. Nos asomamos a sus emociones, vulnerabilidad y sorpresa ante cómo sus certezas, hábitos y formas de percibir el mundo se diluyen.

A pesar de más 390 vuelos al espacio, imágenes satelitales, telescopios y demás pruebas, hay creyentes en la Tierra plana. Son legiones quienes aseguran: los viajes espaciales y la redondés de la Tierra son un engaño. Incluso en 2023 financiaron un experimento. Hicieron una gran convocatoria para invitar a la prensa internacional, y a cualquier interesado, con el fin de tener testigos de las pruebas fehacientes de sus certezas. Bob Knodel, quien se presenta como piloto experimentado e ingeniero, se ha convertido en un famoso youtuber, gracias a su canal Globebusters, él comandó el estudio: “anillo láser”. Su objetivo era demostrar: la Tierra es plana porque la luz viaja en línea recta. Invirtieron, él y sus seguidores, cerca de 20 mil dólares, para enviar un haz de láser a una distancia de 5 millas (8 kilómetros). Si el rayo llegaba al final de la recta, a la misma altura del piso de la que había partido, sería la constatación de un desplazamiento lineal. Contrario a sus expectativas: la luz se curvó. Como ocurre tantas veces, al intentar probar una tesis, constatamos lo contrario a nuestros supuestos, dice un famoso refrán: “la realidad se impone”.

Bob Knodel y sus seguidores han dado miles de argumentos para paliar los resultados de su prueba. El filósofo de la ciencia Charle S. Peirce concluyó: “No se puede aprender nada de un experimento que resulte precisamente como se había anticipado. La experiencia nos enseña todo lo que se digna a enseñarnos por medio de sorpresas.” Pero quizá valdría la pena agregar: lo anterior es posible si hay apertura para aprender y rectificar.

¿A qué le llamamos realidad?

Ni Yuri Gagarin ni Bob Knodel tenían los pies en la Tierra, pero el sentido de esa frase para ambos personajes tiene connotaciones distintas. Del mismo modo como el 11 de septiembre representa significados diferentes para Chile y Estados Unidos. Gagarin participó en una aventura donde sus referencias espacio temporales se disolvieron, fuera de la Tierra no hay: arriba, abajo, de pie, sentado o acostado. El astronauta trastocó su visión de la realidad, su experiencia cambió la percepción del mundo. En tanto, Bob Knodel y sus seguidores, quizá, aunque hicieran un viaje espacial, seguirían negando la redondez de la Tierra. La realidad es una consecuencia de cómo pensamos, es una construcción intelectual, depende de nuestra percepción, de en qué sustentamos la interpretación de los hechos.

El avance de la física, la biología, las neurociencias y demás formas de conocimiento, nos presentan pruebas de cómo percibir es hacer una interpretación, es crear una ficción a partir de referentes. Ficción entendida como una construcción mental, donde no se describen de forma fiel objetos, hechos o fenómenos. En otras palabras: la realidad es un mapa no el territorio.

No nos relacionamos con el entorno tal cual es, sino con las ideas o representaciones que construimos de él. Los conceptos, apreciaciones, teorías, siempre serán rebasadas por los sucesos. El cerebro articula, gracias al uso de los sentidos, la imagen, sonidos, sabores, texturas de todo cuanto nos rodea; la educación, cultura, el lenguaje e historia personal, entre mil factores más, intervienen para dotar de significado a la experiencia.

Los datos se convierten en información al darles valor, al leerlos en un contexto, su importancia o función dependen del propósito específico al cual sirven. La interpretación es de quién lee, parte de sus referentes, sirve a sus intereses. Un listado de cifras de ventas no dice nada en sí mismo, pero cambia si lo usamos para evaluar un presupuesto o tomar decisiones. Así, en las contiendas políticas, en los entornos económicos y niveles sociales, los hechos tienen muchas lecturas, las conclusiones son resultado de aplicar el criterio de quién evalúa. Cuesta trabajo estar conscientes de la maleabilidad y estructura de la realidad y de cuánto puede ser manipulada.

El artista plástico Urs Fischer ha creado, a lo largo de su trayectoria, una serie de obras donde los objetos cotidianos aparecen incompletos o en posiciones absurdas, para evidenciar cómo la imaginación completa y articula la percepción y, en función de las referencias culturales, sociales, familiares, económicas y de historia personal, cada uno damos sentido y significado a los actos y acontecimientos: los individuos construimos una versión de los hechos, es decir, nos contamos una historia, la creemos y la llamamos realidad. ¡Creamos nuestra realidad! al dar un orden y sentido a lo vivido. La realidad es dotar de significado a la experiencia.

Cómo construimos la realidad

La realidad está lejos de describir al mundo tal cual es. No obstante, nos relacionamos con ella y se nos olvida que la creamos nosotros, obviamos su carácter aproximativo, coyuntural y subjetivo. Pero eso no es tan grave, lo terrorífico es cuando articulamos ideas con información falaz, inadecuada u obsoleta y después elevamos esas certezas al grado de juicios sumarios y, con ese criterio, tomamos decisiones o damos una opinión.

El proceso para percibir imágenes ilustra lo anterior. Cuando los objetos refractan la luz, y esta se proyecta sobre la retina, los conos y bastones alojados en ella envían señales al nervio óptico. El nervio manda los datos al cerebro, que los interpreta y unifica, porque el ojo derecho y el izquierdo ven ligeramente distinto, debido al ángulo de cada uno. Pero, para convertir esos datos en información, la mente asocia colores, formas y demás conceptos aprendidos de manera previa. Así las imágenes adquieren significado y actuamos en función de él.

Cuento una anécdota personal como ejemplo. Hace algún tiempo, acompañé a una amiga a enfrentar una situación frustrante. Ella iba al volante, detuvo su auto para dejar pasar a una mujer mayor, de andar lento. Cuando la anciana pasó frente a nosotras levantó con dificultad un brazo, en un gesto de agradecimiento. Así lo interpreté yo, mi amiga, quien se sentía furiosa, lo percibió como una mentada de madre. No pudo reprimir su enojo y estalló: “¡vieja grosera!, me detengo, la espero y me insulta. ¡Quién se cree!”. Por fortuna solo la escuché yo, la anciana, muy tranquila, terminó de cruzar la calle.

Hay quien aspira a la posibilidad de una realidad unívoca, correspondiente de manera exacta con las cosas, igual para todos y sin dobleces: ¡una utopía! Eso explica porque presenciamos discusiones enardecidas entre individuos o naciones. Las partes intercambian argumentos, quieren tener razón, ganar un debate, su intención no es comprender, su objetivo es imponer lo que llaman: verdad. En materia de política, economía, bienestar social y un sin fin de temas más, toda evaluación depende de mil factores. Hemos visto romperse lazos fraternos y desatarse guerras por desacuerdos y apreciaciones distintas. En su propuesta Los siete saberes necesarios para la educación del futuroEdgar Morin señala como punto de partida irrenunciable, para conocer y entender: estar conscientes de “Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión.”

La realidad física, social e individual es múltiple, compleja, discordante, cambia, no obstante, para organizarnos y generar acuerdos, establecemos convenios, creamos convenciones, las ratificamos todos, eso hace posible y facilita la interacción y el intercambio. El mejor ejemplo es el dinero, creemos, aceptamos y tomamos decisiones en función de reconocer su valor, hoy aún más, en la era de las transacciones virtuales (ficción pura). A las transferencias electrónicas, las criptomonedas y los billetes sólo los respalda la fe en el sistema financiero.

Interpretar es dotar de significado y sentido a las percepciones. No obstante, eso no nos condena al relativismo absoluto, podemos entender y conocer de manera fidedigna. Aceptar la complejidad, reconocer tantas realidades como seres sintientes no implica: ¡todo se vale! Nada justifica enarbolar una visión personal del mundo como única e irrebatible. Ninguna definición o análisis es absoluto, las interpretaciones tienen validez coyuntural y temporal. El filósofo Karl Popper lo dice de un modo contundente, nuestros conocimientos se forman de conjeturas y refutaciones. Validamos las teorías o interpretaciones por su correspondencia con los fenómenos, pero siempre hay fisuras, sorpresas, detalles se escapan, a veces una nueva explicación derrumba paradigmas enteros.

Por eso consideramos al conocimiento tan cercano a la metáfora, creamos modelos. Validar información es una tarea ardua, en la vida diaria muchos renuncian a hacerlo, por flojera, falta de tiempo, entre cientos de causas más. Entonces forman su criterio a partir de las opiniones de otros: influencers, periodistas, autoridades científicas o morales o simplemente por escuchar a algún famoso. La disertación de una actriz, sobre la eficacia de una dieta, puede ser creíble porque la vemos delgada. Parece irreal, pero hubo quien se inyectó desinfectante para combatir el covid-19 porque Donald Trump lo aconsejó. Decenas de personas se enardecen porque escuchan la acusación de una violación o robo, sin ver pruebas o entender el contexto, se suman a la marea de indignación y participan en torturas o un asesinato. Doris Lessing expone con claridad esos impulsos irracionales en Las cárceles elegidas. Si nos tomáramos más en serio las humanidades, por ejemplo, los cursos en bachillerato, sería difícil caer en las trampas de la manipulación, identificar falacias es una de las múltiples herramientas de la lógica.

Convivencia cotidiana de realidad, ficción y fantasía

Nuestra idea del mundo le debe casi todo a la imaginación y la creatividad. La imaginación es indispensable para crear teorías de toda índole, desde científicas hasta esotéricas, obras artísticas, explicaciones, argumentos, etcétera. La creatividad hace posible dar existencia a los objetos del pensamiento. Al instrumentar las ideas, para hacerlas perceptibles y operativas, abandonan el territorio de la fantasía y pasan a formar parte de la experiencia. Nuestros inventos, historias, convenciones, creencias, decimos: se materializan; no porque adquieran concreción física, la percepción los valida. Las sirenas no existen, pero hay quien puede jurar haber visto una.

Una teoría científica se somete a muchas pruebas y refutaciones antes de ser aceptada, su validación es un camino largo y exigente. Las creencias, en cambio, requieren de un grupo de personas que las afirmen, acepten o compartan. Si bien tener contacto con un Dragón o la Llorona es posible para quien cree en ellos, son fantasía, no podrían ser una experiencia universal como la luz o la oscuridad. La ausencia de gravedad parece algo fantasioso pero cualquiera lo podría experimentar. Es muy fácil confundirnos, diariamente convivimos con la ficción como algo tangible. El día no tiene veinticuatro horas exactas ni el año trescientos sesenta y cinco días. Designar al ciclo actual como 2024 es una convención mundial, para el calendario Holoceno estaríamos en el 12024 y para los historiadores de la teoría del tiempo fantasma, podríamos estar en 1726.

Entender, conquistar la posibilidad de una idea clara de algo, requiere paciencia, esmero, estudio, apertura y más. Karl Popper distinguió tres mundos del conocimiento. El primero, para él, es el universo de lo físico, de lo visible e invisible a nuestros sentidos; el segundo es nuestra percepción subjetiva, personal, el territorio de la experiencia, donde están el dolor y gozo, la cognición empírica y la reflexión; el último, el tercero, son los productos abstractos creados por la mente humana: la ciencia, la cultura, el arte. Esos tres mundos interactúan entre sí, influyen unos en los otros, se modifican. Nada es total, absoluto, ni definitivo.

La sensibilidad se desarrolla, la percepción se entrena, la comprensión y el entendimiento requieren de disposición y práctica. Nadie puede tener una experiencia por nosotros. Después de comprender racionalmente algo lleva tiempo asimilar el nuevo paradigma. A veces estamos en situaciones donde parecemos hablar idiomas distintos, aunque nos estemos refiriendo a lo mismo. Un caso puede ser entender las muchas miradas sobre qué es el amor. En el siglo XX estábamos muy cómodos con la idea de veredero y falso como contrarios. Hoy hay falsas verdades, posverdad, medias verdades, fake news y tantos términos más, el debate sobre el contenido de cada uno de esos conceptos es candente. En las actuales circunstancias es muy pertinente y certera la frase mordaz de Carlos Mosnsiváis: “O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo”.

Para sociólogos, psicólogos y psiquiatras, entre otros estudiosos, la realidad es una ficción aceptada por la mayoría. Esa interpretación compartida se convierte en una convención, pocos se atreven a refutarla o la cuestionan, a riesgo de ser juzgados locos o inadaptados. Como explicó Michel Foucault, aspiramos a un estándar, quienes salen de él pueblan las cárceles o los manicomios.

Cada individuo es responsable de sí mismo y de todos a la vez, al comunicar su experiencia contribuye a la construcción de la realidad. El feminismo, los movimientos contra la exclusión, el antirracismo, la lucha contra todas las formas de abuso y opresión, nacieron de quienes se atrevieron a disentir y, desde su subjetividad, propusieron valores universales.

Realidad, poder y mentira

La realidad se antoja inaprensible, en el camino de hacerla inteligible las fronteras entre ficción y fantasía son frágiles, nos confunden, la mentira es una intención premeditada de dislocar los esfuerzos por entender. Mentir es distorsionar, falsificar para conducir al error y alejarnos de la comprensión. La mentira genera una apariencia para quebrantar y sustituir las endebles certezas.

Jacques Derrida hizo una historia de la mentira, desde Aristóteles hasta Heidegger, examina argumentos y afirma: "Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente.” Derrida separa la mentira del error, esclarece la diferencia entre creencia y opinión. Equivocarse no es mentir. Quién miente quiere engañar. Estar convencido de cierto razonamiento, de la existencia de algo y, desde esa creencia, formular una conclusión no es mentir, es dar una opinión. La mentira tiene la intención de sustituir nuestras creencias o conclusiones. ¿Para qué?, no lo sabemos, quién miente oculta sus propósitos.

La mentira es posible porque la realidad es una creación intelectual. Podemos mentir sin utilizar lo falso, basta inducir a una determinada conclusión. El engaño tiene un objetivo, es un ejercicio de poder. La intención de imponer una versión de los hechos o una interpretación, buscar una razón unívoca, persigue un fin: tener control, de algo, de alguien o de una determinada situación. No obstante, si estamos alertas ¿quién podría tener el poder de dar significados irrefutables?, ¿quién podría imponer un relato o una versión de los hechos?, solo aquellos a quienes les cedemos nuestro poder de razonar. No pensar por nosotros mismos y solo sumarnos a la mentalidad de grupo, no hacer preguntas pertinentes, tiene consecuencias.

Varias veces, en conversaciones con amigos y familiares, he escuchado: “hay hechos inobjetables”. Alguien incluso, con ironía, me rebatió: “Si te golpeo la cabeza con una piedra y te descalabro ¿es una ficción, es producto de tu imaginación?” La percepción, nuestra construcción de lo real, no define si las cosas existen o no, pero si determina nuestra manera de relacionarnos con ellas. La realidad es la relación que establecemos con los otros, con el entorno, con nosotros mismos.

En “Al centro de su orilla”, José Emilio Pacheco nos dice: “La conversación muere cuando decimos sí a todo. Hablar significa estar en desacuerdo. No hay intercambio sin polémica. El sermón y el dogma resultan ajenos al ensayo. A un ensayo no le pido que me confirme en mis creencias ni en mis prejuicios. Espero de él que abra otra puerta, me haga ver lo que nunca había visto, ponga a prueba todo lo que hasta entonces había supuesto”. Seguir el ejemplo de Pacheco también nos permite no caer en lo que él lamentó: “Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos a los veinte años.”

AQ

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