En la casa del amo

Cine

'Las niñas', de Pilar Palomero, nos regresa a la infancia para descubrir que a veces los padres no son malos ni buenos, sólo irracionales.

Reparto de 'Las niñas'. (Inicia Films)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Una maestra de cine encontró revisando papeles su viejo cuaderno de religión. Y llena por igual de nostalgia y desazón escribió y dirigió Las niñas (disponible en Amazon Prime Video).

La película tuvo tanto éxito que, con esta, su ópera prima, Pilar Palomero fue nominada al Oso de Cristal en el 2020. Y, sin embargo, no es en el terreno de la nostalgia por la niñez donde Las niñas resulta mejor. Lo que vuelve recomendable esta película radica en la siguiente cuestión: ¿por qué Adela, madre de Celia, decide inscribir a su hija de once años en una escuela de monjas?

He leído varias entrevistas con Pilar Palomero y tengo la impresión de que a ella misma se le escapa la importancia de esta cuestión. Según ella lo que quería era resaltar la diferencia entre lo que España creía ser en los años de 1990 y lo que era en realidad. Efectivamente, según Palomero, España seguía siendo un país atrasado y religioso a pesar de que presumía de ser parte de Europa y, por tanto, con una moral relajada o, para decir lo menos, libertina. Pero la verdad es otra. Por aquellos años Almodóvar era famoso en todo el mundo y había filmado secuencias que en absoluto estaban alineadas con la moral políticamente reinante.

La ley del deseo se estrenó en 1987 y en los años que Pilar Palomero retrata como “religiosos y atrasados” (en Las niñas) se estrenó Kika que, junto con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (de 1980) tiene una de las escenas más guarras y divertidas en la historia del cine mundial.

La movida ya había estallado e inundó las ciudades de España con mucho sexo, drogas y rock. Pero claro, había madres como Adela que querían que sus hijas se educaran con monjas. Igual las hay hoy y, por más que Palomero se esfuerce en hacer aparecer a las monjas como los seres más odiosos del planeta, es mejor retomar esta pregunta que plantea Las niñas: ¿de dónde le salió a una madre soltera y proletaria inscribir a su hija en una escuela para muchachas burguesas?

La culpa, claro, no es ni de Celia ni de las monjas. Mucho menos de España y la religión. Y si uno lo piensa bien, la culpa no es ni siquiera de Adela, esta madre que guarda un secreto que en aquella España ya no era motivo de escarnio social a menos, claro, que la madre soltera insistiese en que su hija debía recibir educación en un colegio burgués. En Los condenados de la tierra, Frantz Fanon habla de personas como Adela y les llama desorientadores. Son quienes desde las bases perpetúan al sistema que los oprime; son mujeres que, sin querer, resultan leales al patriarcado. Pero, como dice Audre Lorde, las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo.

Realizada, eso sí, con amor, extraordinarias actuaciones y una fotografía espectacular, Las niñas tiene un ritmo que invita a entrar en nuestros propios recuerdos, analizar nuestra infancia y encontrar ahí algo más que un tiempo perdido. Encontrar, por ejemplo, la fragilidad de quien casi por accidente se tiene que enfrentar con los intelectuales orgánicos de Gramsci (las monjas odiosas) y volverse una aliada de quien tiene colonizada la mente de su madre. O, mejor, crecer, volverse maestra de cine y luego hacer una película muy bien filmada que aunque abona poco al cine de la nostalgia infantil (ese Amarcord del que he hablado tanto en este espacio a propósito de autores como Cuarón o Branagh) invita más bien a reflexionar en nuestra propia niñez y en las crueldades que muchas veces con la mejor de las intenciones, perpetraron nuestros padres sin saber ni siquiera por qué.

Las niñas

Pilar Palomero | España | 2020

AQ

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