“Los del norte dicen que soy latino
No me quieren decir Americano”.
Los Tigres del Norte, América.
“If you don’t get out there and define yourself,
you’ll be quickly and inaccurately defined by others”.
Michelle Obama, Becoming.
La primera vez que vine a vivir a Reino Unido decidí volar Phoenix-Londres, aunque para entonces vivía en CdMx, para así despedirme de la mayoría de mis seres queridos (y obvio, hacer mi tradicional shopping gabacho). Mi familia materna siempre ha vivido cerca de La Frontera, ya sea de un lado o del otro. Aunque yo crecí asumiendo ese cruce como algo casi natural, ineludible y hasta casual, gradualmente me di cuenta de que cruzar “al otro lado” no siempre había sido tan fácil para los míos. Quizá por ello, durante mi despedida uno de mis tíos, que casi nunca me hablaba ni a mí ni a nadie, me dio un inesperado consejo: “Cuando llegue, busque mexicanos o latinos en general, no confíe en nadie más”.
- Te recomendamos Un hijo del espíritu de su tiempo Laberinto
Al principio me pareció que la visión de mi tío sobre mi futura vida en el extranjero era un tanto catastrófica; afortunadamente, pensaba yo, mi situación de emigrante era muy distinta a la suya: yo iba a tomar un avión a Reino Unido para estudiar un doctorado con una visa que me permitía incluso trabajar algunas horas, mientras que él había cruzado a Estados Unidos a pie por el desierto y sin documentos ni grados académicos. Sin embargo, no tardé mucho en darme cuenta de que su consejo no estaba basado en mis circunstancias materiales o legales migratorias, sino en algo más profundo y difícil de explicar si nunca has sido extranjer@ en un país donde todo en ti, o casi todo, es involuntariamente diferente a lo que te rodea.
Hasta entonces yo había sido muy privilegiada de vivir en lugares donde mis raíces, mi color de piel y mi idioma no eran (tan) cuestionados ni sujetos a estereotipos (tan) mal intencionados (aunque debo confesar que a veces me he sentido más extranjera en CdMx que en Argentina o España). Y sí, terminé por seguir el consejo de mi tío: bastó que se acercara el Día de Muertos para que me hiciera miembro de por vida de la Cambridge Mexican Society, que, dicho sea de paso, organizaba las mejores fiestas de la universidad.
Si en CdMx yo no podía dejar de ser y parecer norteña, como otros no podían dejar de ser chilangos, pipopes y demás, en esa burbuja tan inglesa todos éramos mexicanos y eso era razón suficiente para construir lazos de amistad con gente que quizá nunca hubiera conocido en México (la mayoría de los miembros provenían de ciencias e ingenierías y hasta antes de la universidad, casi siempre la UNAM, se habían formado en escuelas privadas). Sin embargo, no en todos lados hay tal cantidad de mexicanos como para crear sociedades de por vida, y es entonces cuando opto por asumirme como latinoamericana o, más ampliamente, latina (y si es en Europa, con italianos, españoles y a veces franceses incluidos). Y sí, creo que cumplo con los requisitos generales asociados a la etiqueta: me gusta bailar salsa y tango (para estándares latinos bailo mal y para anglos muy bien), uso maquillaje cotidianamente (para estándares latinos muy poco y para anglos mucho más), porto ropa con colores alegres y algunos accesorios étnicos (para estándares latinos muy discretos y para anglos llamativos) y mi piel es “de color” (para estándares latinos paso por blanca y para anglos no hay duda de que soy morena).
Ahora que he vuelto a Reino Unido, aunque esta vez a Escocia, vuelven a mí viejas batallas: explicar que no, no soy Dr. Diaz, sino Dr. Chávez Díaz; que sí, tengo dos apellidos y ambos llevan acento, porque incluso la placa de la puerta de mi oficina fue impresa sin acentos y van a tener que volver a hacerla, porque sí, para una profesora de literatura hispánica la correcta forma de escribir en español su propio nombre importa. También he vuelto a buscar a “mi gente”, sin mucho éxito aún: en la clase de zumba soy la única que canta las canciones que las coreografías ignoran (incluso cuando la canción pide tan straightforward ir “pa’ tras pa’ lante”); escribí a la St Andrews Tango Society y me contestaron en inglés que aún no están en funciones; hasta ahora sólo he conocido a otra mexicana y ella también tiene la sensación de que somos las únicas dos mexicanas profesoras-investigadoras aquí; como he conocido además a una colombiana, he empezado a pensar en fundar una Latin American Society y además acabo de mandar un mail a la esposa desconocida de un ingeniero de la oficina de sistemas porque me dijo que ella es de Monterrey y yo tengo la esperanza de que eso garantice cierta afinidad social (y claro, carne asada algún domingo).
Cuando eres provinciano te sientes extranjero en todas partes y quizá por ello te vuelves inevitablemente cosmopolita, porque el mundo está allá afuera, en otra parte que no es tu casa. Desde que salí de “casa”, sé que no es igual ser mexicano que mexicana en México, ni mexicana en América Latina (donde te sientes como gringa en México), ni mexicana en Alemania (donde despiertas expectativas telenovelescas), ni en Reino Unido (donde a los diez minutos de conversación te preguntan where are you from, originally?).
En unos años podré naturalizarme como británica y eso me permitirá olvidarme de algunos impuestos, pero no de mi country of origin. Porque mis apellidos, con o sin acentos, y mi cuerpo siempre delatarán mi extranjería apenas salga de la bella burbuja académica donde vivo, como lo confirmé en la ciudad de Bath. Al finalizar un congreso de latinoamericanistas un grupo de entusiastas académicos fuimos a tomar algo a un bar “popular” (o lo que en Latinoamérica conoceríamos como arrabal); yo conversaba en español con un colega escocés en la barra del lugar cuando un inglés borracho se acercó a decirle “talk to her in English or she will never learn our language”. Mi reacción automática fue la venganza lingüística y procedí a contestarle al borracho, en el inglés más correcto que pude, que yo era libre de elegir qué idioma hablar (le dije también otras cosas que en cualquier idioma suenan mal. pero no las repetiré aquí).
No recuerdo en mis viajes haber experimentado una acción racista de manera tan directa como la anterior, pero sé que siempre puede ser peor. Recordé entonces una charla que dio en la Mexican Society mi amiga Mónica Moreno Figueroa, socióloga mexicana de la Universidad de Cambridge. Al poner sobre la mesa dos temas que los mexicanos suelen evadir cuando socializan -racismo y clase social- la académica nos hizo cuestionar nuestra identidad y privilegios como estudiantes en una de las universidades más prestigiosas del mundo. Aunque pretendiéramos representar a la cultura “nacional”, todos ahí éramos en realidad representantes de los muchos Méxicos, cada con sus propias memorias individuales y familiares de discriminación, prejuicios y color de piel.
¿Qué tanto nos define el pasaporte? Sin duda nos hace la vida más fácil (o más difícil, según el caso), pero la identidad, lo que realmente somos, es otra cosa, una que no puede definirse por los documentos que podamos mostrar en una aduana, ni por la imposibilidad de cruzar dicha aduana por la falta de los mismos.