Rafael Rojas: “En el presente latinoamericano no veo un horizonte revolucionario”

Entrevista

En su libro más reciente, el historiador analiza el fenómeno de las revoluciones en América Latina durante el siglo XX, explorando la fascinación y el temor que provocaron y el papel de las derechas en su gestación.

Rafael Rojas es licenciado en filosofía por la Universidad de La Habana y doctor en historia por El Colegio de México. (Foto: Alex Cruz | EFE)
Ciudad de México /

Catedrático del Centro de Estudios Históricos del Colegio de México y premio Anagrama de Ensayo 2006, Rafael Rojas habla en entrevista sobre El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina (Turner, 2021), libro en el que analiza diez casos a partir de los años 1910, con el inicio de la Revolución mexicana, hasta 1979, con el triunfo del sandinismo en Nicaragua; un lapso que incluye revoluciones como la nicaragüense de los años 20, las cubanas de los 30 y de los 60, la boliviana de 1952, la chilena de 1970 al 73, la guatemalteca de 1944 a 1954, el varguismo brasileño y el peronismo argentino.

—Si las revoluciones, como usted señala en su libro, han sido motores de la historia en América Latina ¿a qué atribuye que la palabra “revolución” cause miedo en algunos sectores?

Lo que yo trato de exponer en el libro es que, más que miedo, produjo una gran fascinación en el siglo XX en América Latina y en el Caribe. A muchos procesos que no eran revolucionarios se les llamaba “revolución” y a las revoluciones, cuando triunfaban y se consolidaban en el poder, como pasó en México y en Cuba, se les seguía llamando “revolución” a pesar de que ya eran Estados, que habían reconstituido las naciones y habían llevado adelante procesos de cambio en la sociedad y entraban a un proceso de institucionalización; pero la palabra seguía ejerciendo como una especie de hechizo y se les seguía llamando “revolución”. Claro, también es cierto que hay, en todo el siglo XX en América Latina, un miedo a la revolución que, por cierto, es heredado del siglo XIX, hubo un gran miedo a una revolución como la haitiana, que fue la más radical de las revoluciones de independencia en América Latina. Y, yo diría que sí: ese miedo se mantuvo en el siglo XX. Pero pesó más el encanto o la atracción del concepto, entre la experiencia mexicana y la sandinista, que son el periodo que yo estudio.

Filósofo y doctor en Historia, Rojas agrega que el miedo a la revolución fue heredado del siglo XIX, de la tradición liberal, luego pasó a la conservadora, y se intensifica durante la Guerra Fría en las derechas conservadoras, católicas y reaccionarias en América Latina, en especial en sus ramas militar y eclesiásticas, porque en la Guerra Fría se asocia a la izquierda con el marxismo, el socialismo o el comunismo.

“Es un fenómeno característico de América Latina después del triunfo de la Revolución Cubana y su alianza con la URSS, antes no. Todo el referente y el paradigma revolucionario estaba asociado a las izquierdas marxistas, y eso eleva el nivel del anticomunismo, pero se enfrenta a una amenaza más tangible”, asegura el autor de Tumbas sin sosiego.

—En las diez revoluciones que analiza, aborda el papel de la derecha. ¿Por qué se tiende a vincular las revoluciones solo con la izquierda? ¿Por la fascinación-miedo al concepto?

Es muy interesante la idea. Hubo sectores, en efecto, de una derecha moderada en la Revolución mexicana y, clarísimo, en la sandinista. También en otras revoluciones, como la boliviana, que contó con mucho apoyo del ejército y de la cual se desprende en buena medida una corriente de militarismo progresista, que tenía un pie en las derechas. Incluso hasta en los orígenes de la revolución cubana se pueden localizar sectores conservadores, liberales, católicos, del antiguo régimen, que lo que querían era salir de la dictadura de Fulgencio Batista, pero que tenían un pensamiento bastante conservador. Así que sí, en efecto, ha habido presencia de las derechas en las revoluciones latinoamericanas.

Y también —lo digo en el libro— hubo muchos golpes de Estado de las derechas, como los de Argentina, el de Batista en Cuba, o los de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia y Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, que se presentaban como revoluciones, que usaban la palabra ‘revolución’ para identificar el proceso que estaban llevando adelante, cuando en realidad era la toma violenta del poder con apoyo del ejército y con la interrupción de procesos democráticos en su mayoría. Esto que acabo de decir cuestiona en efecto que las revoluciones sean fenómenos ajenos a la derecha o que sean únicamente de las izquierdas. Aunque hay que decir que las revoluciones que logran consumar un cambio social, económico, político e incluso jurídico, es decir, constitucional, un cambio más profundo, sí se localizan en los espectros ideológicos de las izquierdas, por ejemplo, el nacionalismo revolucionario en México, Centroamérica y el Caribe, los diversos socialismos que hubo en el siglo XX latinoamericano.

—Habla en su libro sobre una tensión entre república y revolución. ¿No es un mismo camino en los ejemplos que usted analiza?

Muy buena observación. Yo me refiero a esa tensión en las primeras décadas del siglo XX, en los años previos a la Revolución mexicana y durante ella, porque había unas corrientes ideológicas y políticas en América Latina que se definían como republicanas, que de alguna manera eran herederas del republicanismo del siglo XIX. Estoy pensando en el maderismo o en Ruy Barbosa en Brasil, en todo el pensamiento y el ideario de José Martí en Cuba, o en los proyectos de Carlos Eugenio Restrepo en Colombia o el de Hipólito Irigoyen y la Unión Cívica Radical en Argentina, todos esos movimientos eran contemporáneos de Madero y de la corriente antirreeleccionista en México. Y claro, lo que yo observo en realidad es que con la Revolución mexicana, tanto a nivel ideológico como constitucional y de las políticas públicas, sí se produce un rebasamiento, una superación de aquel republicanismo ya a la altura de 1917, cuando se aprueba la Constitución de Querétaro, porque los artículos 3, 5, 27 y 123 se colocan en una perspectiva de dotación de derechos sociales, de propiedad comunal, de derechos agrarios y laborales, una mucho más avanzada que la del republicanismo del siglo XIX, que todavía estaba ceñida a los modelos constitucionales liberales decimonónicos. La Revolución mexicana produce una superación tanto del liberalismo como del republicanismo del siglo XIX.

—Yo trasladé esa “tensión” al discurso actual, por ejemplo, del presidente Andrés Manuel López Obrador, que une ambos conceptos, con sus frases sobre la “revolución pacífica y republicana”.

Eso es otra cosa. Eso es ya un fenómeno de las izquierdas actuales y, específicamente, de cómo utilizan la historia las izquierdas actuales gobernantes. No estoy hablando de todas las izquierdas, como tú sabes hay izquierdas en el mundo académico, en el intelectual, el periodístico, que no piensan el pasado de la misma manera. Pero, yo diría que sí hay un elemento común afín a varias de las izquierdas gobernantes en América Latina en los últimos años, que empieza con Hugo Chávez en Venezuela y llega hasta Andrés Manuel López Obrador, que es una lectura específica del pasado. Y esa lectura, en efecto, es muy favorable a la tradición liberal y republicana del siglo XIX. Por ejemplo, Hugo Chávez era un gran admirador de Simón Bolívar y el presidente López Obrador es un gran admirador de Benito Juárez y de Francisco I. Madero, dos figuras de esa misma tradición, tanto de la liberal como de la democrática. Es muy interesante el fenómeno y creo que es otro elemento más a favor del argumento de que ha habido un cambio ideológico importante de las izquierdas gobernantes, porque han abandonado en resumidas cuentas el marxismo, el socialismo y las diversas variantes del nacionalismo revolucionario y se han ido moviendo más al repertorio populista, digamos.

—Usted parte de que la Revolución mexicana fue inspiradora de las siguientes en América Latina, hasta la cubana. Imagino que las raíces del árbol de su título son justo entonces la Revolución mexicana.

Nunca lo presento como una metáfora literal, porque si es así, como tú dices las raíces o el tronco sería mexicanos, pero me cuido de hacerlo porque creo que las ideas que pone sobre la mesa la Revolución mexicana y que logra plasmarlas en Querétaro constitucionalmente en 1917 estaban surgiendo también en otros países de la región —yo lo menciono en el libro—; cómo la idea de reforma agraria venía avanzando también en Argentina, en Chile, Brasil, en el Caribe, en Centroamérica, pero, en México, adopta una peculiaridad a favor de la propiedad comunal que no encontramos en las otras. Ahora, lo que sí está claro es que, en efecto, la primera de las revoluciones en llegar al poder y en echar adelante un proyecto de nación basado en una síntesis de los diversos programas revolucionarios, de eso no hay duda ninguna, es la mexicana. Y es, en efecto, un referente central de todas las izquierdas —incluyo ahí a las populistas—: el varguismo (Getúlio Vargas) y el peronismo (Juan Domingo Perón) tuvieron muy presente la experiencia mexicana y específicamente el periodo cardenista, que es de radicalización, por no hablar, por ejemplo, de algunas revoluciones como las guatemaltecas de Juan José Arévalo o de Jacobo Árbenz, o la cubana cuyos líderes originarios, Fidel Castro, (Ernesto) Che Guevara, Raúl Castro, vivieron en México y siempre reclamaron la herencia de la Revolución mexicana como una de las inspiraciones de la cubana, por lo menos hasta la radicalización marxista que vive esa revolución a partir de 1961.

—Perdone si yo sí uso el árbol como metáfora. Para este árbol ¿cuál fue el abono, el fertilizante?

Es muy interesante. Fíjate que no es una pregunta que esté claramente esbozada en el libro, aunque se podrían señalar tanto en la introducción como en los primeros capítulos elementos que serían estos fertilizantes, como tú los llamas. Hay un fenómeno que está en el origen de esta tradición revolucionaria y que es de carácter internacional, o más bien hemisférico, que es la reorganización de todo el continente americano, desde finales del siglo XIX hasta principios del XX, a partir de la guerra entre Estados Unidos y España por la independencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Esa guerra de 1898 marca ya el fin de la presencia sólida de cualquier potencia atlántica o continental en América Latina y el predominio del poderío de Estados Unidos. A partir de entonces, Estados Unidos comienza a intervenir y a ocupar países, reiteradamente en Centroamérica y el Caribe, y refuerza su intervencionismo prácticamente en toda la región, desde México hasta Argentina. Eso es un elemento importante, la recomposición de las fuerzas geopolíticas en AL a favor de la hegemonía de EU.

¿Por qué? Porque a partir de entonces los nacionalismos latinoamericanos se orientan muy fuertemente hacia la tensión con Estados Unidos. El antiimperialismo es un componente clave de esta tradición revolucionaria. Eso está en los orígenes en todos esos elementos. Luego hay otros que tienen que ver con el cambio social, económico y político de los países latinoamericanos, y ahí sí interviene la disparidad en el ingreso, pero también el sistema de la propiedad territorial, que era muy favorable al latifundio y a la concentración de la propiedad en pequeñas élites de terratenientes, eso produce un poderoso ajuste en la ideología y en la política, que lleva naturalmente a la reforma agraria. Lo mismo te diría que con la presencia de altos índices de analfabetismo, para impulsar luego las campañas educativas o de alfabetización, o lo mismo el deterioro de las condiciones laborales de los obreros en América Latina y el Caribe. Todo eso está en la causalidad o en los antecedentes de la tradición revolucionaria latinoamericana del siglo XX.

—Ya me habló del papel de la derecha en las revoluciones. Ahora ¿cuál fue su papel en la etapa posrevolucionaria?

Hay una historia de las derechas opuestas a las revoluciones, digamos que es la historia de la contrarrevolución, que no se cuenta en el libro, aunque aparece siempre el fenómeno contrarrevolucionario muchas veces en el libro, pero no se les sigue un hilo. En el caso de México es evidente la presencia de la contrarrevolución, durante la dictadura de Victoriano Huerta, ese es un fenómeno claramente contrarrevolucionario, que quiere echar abajo el avance de la revolución durante la breve presidencia de Madero. Luego hay un momento en que menciono la Guerra Cristera, aunque este no es un libro dedicado enteramente a México. Hay uno que acaba de salir en el Colegio de México, que se llama La epopeya del sentido: ensayos sobre el concepto de Revolución en México 1910-1940, ese sí es un libro que dediqué expresamente al mismo fenómeno, de cómo evoluciona el fenómeno de revolución, pero únicamente en México. Son dos libros complementarios.

“En este segundo libro sí hablo con mayor extensión con el fenómeno cristero. Y coincido con la interpretación de Jean Meyer de que es reduccionista entenderlo como una contrarrevolución. Hay algunos elementos de continuidad —parece raro, pero es así— entre la revolución agrarista y la revolución campesina católica del movimiento cristero. Ahora, sí hay otros momentos evidentes de emergencia de una derecha contrarrevolucionaria, como es el caso que se estudia del golpe de Estado contra Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954, es un golpe concebido o diseñado por la CIA y el gobierno de Estados Unidos, pero ejecutado por un sector muy sólido de la derecha militar y eclesiástica. Y el mismo fenómeno lo encontramos en la resistencia y oposición anticomunista a la Revolución cubana en los sesenta y vuelve a aparecer tanto en el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile, liderado por Augusto Pinochet en 1973, que también contó con apoyo de Estados Unidos, como en toda la articulación de la contrarrevolución, de la resistencia armada de la derecha nicaragüense, contra la revolución sandinista en los años ochenta”, expone el académico y articulista de origen cubano, entre cuyos libros también se encuentra El estante vacío.

—Su libro destaca la retórica de las revoluciones y su evolución. Usted destaca que la ideología comunista ya no es parte del discurso de la izquierda en la actualidad. ¿A qué atribuye que la derecha insista en vincular al presidente de México, ya en pleno siglo XXI, con el comunismo?

Ahí hay un fenómeno de inercias de la mentalidad de la Guerra Fría. Es cierto que sigue habiendo sectores de la izquierda que, sin ser marxistas, socialistas o comunistas, tienen una visión de los gobiernos de izquierda todavía muy heredera de aquella tradición. Lo ves en la visión internacional, en la que se producen alianzas geopolíticas con países como Rusia, ahí hay una manera de actuar que es heredera de aquella izquierda socialista, comunista y prosoviética. En el caso de la derecha, tienes toda la razón, sigue habiendo inercias contrarias pero provenientes también de la Guerra Fría, como la del anticomunismo; es decir, hay una equivocación, una confusión bastante recurrente en las derechas latinoamericanas al identificar las izquierdas populistas o nacionalistas revolucionarias con las izquierdas comunistas partidarias del socialismo real. Es una confusión común, pero me parece que es consecuencia del reflujo y a veces de la inercia de la Guerra Fría.

—Con base en su libro, ¿cuál es el futuro que vislumbra para las revoluciones, en el siglo XXI?

Concluyo el libro diciendo que no veo situaciones revolucionarias en el siglo XXI en América Latina. En el sentido que defino esta tradición entre México y Nicaragua en el siglo XX, no podemos definir como revolucionarios proyectos de la izquierda gobernante, como los de Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador. Y claramente observo en los casos de Nicaragua y Cuba, que sí tienen en su pasado una revolución, una deriva política cada vez más ajena a los procesos de cambio revolucionario. Estamos en un momento de reajuste tanto ideológico como político de las izquierdas, que en su mayoría actúan bajo normas jurídicas y sistemas políticos democráticos. Es decir, el hecho de que en América Latina y el Caribe llevemos 30 años de una mayoritaria reproducción del sistema democrático, me parece que ya está dejando huella en el comportamiento de la izquierda, tal vez no en su imaginario o en su simbología, que muchas veces sigue rindiendo culto a la tradición revolucionaria, pero en la práctica, en la producción de políticas públicas diarias, no apela a los métodos revolucionarios. Eso es lo que observo por ahora, naturalmente puede cambiar. Ahora mismo el mundo está cambiando, y no sabemos de qué manera se va a rediseñar este nuevo orden internacional. Pero, por lo pronto, mi diagnóstico sería ese. No vemos en el presente latinoamericano un horizonte revolucionario.

—Sin embargo, sigue la amenaza de los golpes de Estado en América Latina.

Eso sí. Recordarás que en América Latina tuvimos muchos golpes de Estado contra procesos democráticos, varias experiencias golpistas en los últimos años, de una orientación o de otra, pero muchas de ellas, en efecto, han sido de la derecha. Sin embargo, no son contra una revolución, son golpes de Estado de muy diversos tipos, por ejemplo los que vimos en Bolivia contra Evo Morales, antes en Brasil contra Dilma Rousseff, o antes el de Honduras contra Manuel Zelaya. Son golpes de Estado contra gobiernos de cierta orientación de izquierda, y de muy diversa orientación de izquierda, porque no es lo mismo el proyecto de Zelaya al de Dilma o incluso al de la reelección de Evo Morales. Sí, en efecto, siguen existiendo los golpes de Estado aunque muchas veces en modalidades más sofisticadas que las que conocimos en el siglo XX. Pero no los veo asociados a la interrupción de un proceso revolucionario.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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