Lazos de familia: los ‘Poemas traducidos’ de Gabriel Zaid

Literatura

Los textos conforman un cuerpo literario pleno de lirismo, sabiduría, riesgo y asombro. Cada uno obedece a una resonancia que el poeta de ‘Reloj de Sol’, como autor y editor, cuidó de ofrecer a sus lectores.

Portada de ‘Poemas traducidos’ de Gabriel Zaid. (El Colegio Nacional)
José Javier Villarreal
Ciudad de México /

Hay libros que versan sobre las artes visuales que son en sí mismos objetos de placer estético. Estas maravillas del diseño pueden ostentar páginas que se desdoblan en dos, tres o cuatro caras; ilustraciones que escapan de la caja, acrobacias visuales que seducen y vencen a cualquier veedor o lector que se atreva a recorrer sus páginas. Los Poemas traducidos (El Colegio Nacional, 2022), de Gabriel Zaid, son un cuerpo literario que rebosa lirismo, sabiduría y riesgo; también asombro. Rilke exigía una curiosidad cultivada; Zaid, en estos Poemas traducidos, la lleva a niveles de exigencia. Podría decirse que los diferentes apartados evidencian una “furiosa claridad”, una luz que revela parcelas de la realidad que pocas veces se transitan y menos se repara en ellas.

Uno de esos poemas que con justicia se nos han vuelto faros o referencias ineludibles es “Fuga de muerte”, de Paul Celan. He leído varias traducciones; entonces, estrictamente, he leído una constelación de poemas que se titulan “Fuga de muerte”, y todos se le adjudican a Paul Celan. Pero al leerlos, y reparar en sus diferencias, en sus tenues o marcadas variaciones, estoy ante poemas inspirados en un ya mítico poema de lengua alemana. Es un poema ríspido, tosco en sus expresiones; sin embargo, la repetición, el velado estribillo, establece un patrón melódico que siempre se logra en cualquiera de las versiones ensayadas. W. H. Auden decía que lo único que se puede traducir en un poema es su imaginario; pero en el caso de éste, por sus obvias y señaladas reiteraciones, el ritmo de la salmodia resulta inevitable. El poema siempre suena, duele y asombra. La versión de Zaid no me desmiente, al contrario, confirma mi argumento de manera incuestionable.

Los hallazgos de Poemas traducidos, de Gabriel Zaid, se suman, los rumbos se bifurcan, el monte es pleno en presencias. Richard Garcia es convocado con su poema “Danza de los huesos” y Georges Bataille nos sobrecoge con una sed infinita en un desierto sin salida. Esta primera sección, titulada “Quince poetas”, cierra con “Meditación sobre la redención”, del poeta polaco Zbigniew Herbert, cuya traducción Zaid trabajó a partir de una versión preliminar de la pintora Basia Batorska.

El traductor lee con gran atención y construye un paisaje disímbolo y particular. Hablábamos de una bifurcación, de un monte cerrado, donde un poema aparece como sol, como es el caso de “Danza de los huesos”; ya que no contamos con el original en lengua inglesa, o el poema de Herbert que parte de una lectura previa, ajena a la del traductor, pero sí próxima. La dinámica del libro obedece a un concierto de acciones dirigido por la inteligencia a través de una curiosidad, habíamos dicho, cultivada.

La línea del horizonte que se traza en el libro es muy amplia. De las “Canciones de Vidyápati” a las “Coplas al gusto popular de Fernando Pessoa”. De ahí damos un salto a la “Poesía indígena del Norte de México”; y este Norte de México también comprende los estados sureños de los Estados Unidos de Norte América. Entre la plural información que Zaid recopila, los testimonios de presencias que han ido desapareciendo, las lenguas y mundos que se han sofocado al grado de volatizarse en un genocidio no siempre silencioso, pero sí sistemático y efectivo, me impresiona saber de la extensión territorial del pueblo navajo, de su autonomía política, de sus instituciones educativas, de sus estaciones de radio y televisión. Estamos ante un registro poético que se desprende de un universo ritual. Los cánticos, las salmodias, las letanías, oraciones presentan un mundo agreste donde todo elemento obedece a una conceptualización que se presenta y justifica indisociable, indivisible. Una verdad que sostiene y señala el ritmo de un pensamiento, de una sabiduría que brota de un sentimiento individual que se debe a un orden ancestral que lo engloba todo. Doy el siguiente ejemplo de un canto pápago cuya traducción se la debemos a José Coronel Urtecho y a Ernesto Cardenal, y que Zaid incluye:

Canción del cazador
En la montaña,
la presa moribunda
me miraba con los ojos de mi amor.

La mirada, siendo la misma, ha cambiado; estrictamente, es otra y, paradójicamente, la misma.

El traductor, el lector atento, el recopilador, se difumina y da paso al poeta. El siguiente libro que forma parte del volumen Poemas traducidos se llama “Poemas traducidos de Reloj de Sol”. Primero, hay una selección; después, traducciones que se encadenan y forman cordilleras de expresión lírica. El original en lengua española, la traducción o versión puede ser al inglés, al francés, al portugués, al italiano, al checo, al japonés, al alemán, al holandés, al griego, al sueco. Pero las cimas, en lo alto; las simas, en lo bajo; las cañadas y desfiladeros, los ascensos y descensos, las mesetas y los valles, están ahí. Estoy ante un entramado de varios hilos, un varietal que ofrece sabores y texturas semejantes, pero no iguales. Cada poema, lo constatamos, es distinto. Cada traducción es particular y ofrece soluciones al lector inesperadas e, impresionantemente, asombrosas.

El material poético que contiene “Poemas traducidos de Reloj de Sol”, es una fiesta con diversas pistas y escenografías que vienen a constituir una verdadera arcadia. El jardín se desdobla en múltiples rincones que, a su vez, constituyen jardines, islas, donde el prodigio del encuentro se realiza. La lógica de la traducción define los criterios de la selección; pero la paciencia, permeada de sensibilidad e inteligencia, nos expone a una lectura inédita —otra más— de Reloj de Sol. Ese libro imprescindible de la poesía mexicana que escribió, pulió y definió Gabriel Zaid. Siempre ha ejercido sobre mí una fascinación la aventura que, a través del tiempo, ha constituido el camino emprendido por Zaid que va de Cuestionario a Reloj de Sol. La apuesta, la criba, el testamento de una herencia poética que nos enriquece y asombra, nos muestra una realidad inédita que está ahí, justamente alrededor de nosotros. Si agrego “Otros poemas traducidos”, última sección del libro, encuentro “Pantalla, sabana, mortaja”. Dice:

Apenas sí se mueven
acompasadamente
en su cámara lenta.

Cada uno en su sueño,
buscando su equilibrio
en figuras difíciles,

enamorados, locos,
grotescos, elegantes,
mezquinos, se buscan

ciegamente, se abrazan,
se desprenden. Pasan
danzando hacia la muerte.

Esta danza de la muerte enamorada de la vida cierra los Poemas traducidos, de Gabriel Zaid. Una suerte de tambor —el libro— cuya resonancia adquiere ritmos y presenta soluciones que se explayan y desdoblan en diversas lenguas. Un Zaid revisitado, una obra poética generosa en su parquedad, un libro de imantación cuyas muchas voces se multiplican una y otra vez entre sus páginas, pero que siempre suenan y se suspenden como cuerpos sonoros en el escenario acústico y visual de quien atiende.

Comencé hablando de esas gracias del diseño que muchas publicaciones destinadas a las artes visuales revelan. Páginas que se desdoblan, audacias que destilan soluciones sensitivas inesperadas y seductoras. Poemas traducidos, de Gabriel Zaid, es una fiesta del movimiento, una onda sostenida e imparable de la inteligencia. Los poemas, que podríamos calificar de obra original, anteceden traducciones, versiones y aproximaciones en las varias lenguas ensayadas que nos obsequian textos cuyas cadenas se derraman en una compleja familiaridad. Poemas traducidos es un álbum de familia, una galería de padres e hijos, de tíos y sobrinos, de abuelos y nietos cuyos aires de familia los asemeja, pero sus particularidades los individualiza y define. Cada poema, estrictamente, es diferente; cada poema obedece a una resonancia que Gabriel Zaid —como autor y editor— cuidó de ofrecer a su posible lector, a su meticuloso veedor.

Este texto fue leído el pasado 8 de octubre en el marco de la FIL de Monterrey.

AQ

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