En esta entrevista, la escritora francesa de origen marroquí Leila Slimani (Rabat, 1981) nos habla de su visión de la literatura en la que prima su combate por la libertad. En 2016, por su novela Una canción dulce, se hizo acreedora del prestigioso Premio Goncourt.
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Se ha descrito así: “Soy hija de todos esos extranjeros que me precedieron y soy francesa. Soy inmigrante, parisina, una mujer libre convencida de que podemos afirmarnos sin tener que negar a los otros. La nacionalidad no es gloria ni mérito”. ¿Le fue difícil que la aceptaran en el mundo literario siendo una escritora francesa de origen marroquí?
En absoluto, mis orígenes no fueron ni una ventaja ni un problema. Fue difícil más bien hacer comprender que en realidad no me siento originaria de ninguna parte, que no escribo como francesa ni marroquí. Muchos autores magrebíes comienzan su carrera con relatos autobiográficos, anclados en la realidad de su país. Yo elegí más bien escribir novelas cuyos personajes son franceses, para los que la identidad no tiene importancia alguna. Para mi primera novela, En el jardín del ogro, Adela, el personaje principal, es una francesa que vive en París y que padece una adicción sexual. En Francia, a ciertos críticos les sorprendió que una magrebí pudiera escribir un libro tan crudo y subversivo. Hay que reconocer que conocen muy mal la literatura del Magreb, que es muy libre. ¡No porque somos de origen árabe nos da miedo hablar de sexo! En Marruecos, algunos me reprocharon que no haya escrito acerca de mi país y lo consideraron como una forma de traición. Pero, a decir verdad, ese tipo de críticas me importan poco. No tengo nada que probarles. Mi única patria es la literatura.
A esta ninfómana que se autodestruye le sigue el de una nana que asesina a los niños que cuida. ¿Diría que escribe para incomodar?
Escribo para salir del lenguaje y de las relaciones humanas cotidianas, que condicionan el miedo, lo políticamente correcto, cierta moral, muchas cosas que nos inhiben. La literatura es un espacio de gran libertad, sobre todo en Francia. No es algo solo entretenido. Escribimos con lo que nos avergüenza, con nuestros miedos y pensamientos negativos. Escribimos para decirlo y mostrarlo todo, para hablar de aquello que nunca abordamos en nuestra vida verdadera. No hay ningún límite.
Escogió como ambiente para Una canción dulce un entorno parisino, bobo (burgués bohemio), en el que, según ha dicho, se reconoce. A través de las relaciones de la joven pareja con su nana explora las contradicciones de ese medio, entre un ideal de diversidad social y su modo de vida privilegiado que los conduce a volverse “patrones”. Convierte así el espacio privado, doméstico, en un espacio político. ¿Considera que la lucha de clases sigue siendo un ángulo de análisis pertinente para comprender nuestra sociedad?
¡Por supuesto! Las desigualdades, los mecanismos de dominación continúan modelando nuestra sociedad. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo. La cuestión de la pobreza, de la relación de los burgueses con sus empleados domésticos o sus obreros ha ocupado a la literatura desde el siglo XIX. Algunos de mis autores favoritos, como Dostoyevski, Zola, Victor Hugo o Mirbeau, se interesaron en estos problemas. La literatura trata de comprender cómo vivimos juntos, cómo los seres humanos interactúan entre ellos. La lucha de clases es uno de los ángulos más interesantes para comprender estas relaciones.
Para esta novela, se inspiró en un caso de la nota roja en los Estados Unidos, una dominicana que asesinó a los niños que cuidaba. Esta historia planteaba ya el problema de la lucha de clases entre una familia acomodada y una inmigrante con muchos problemas personales y económicos. ¿Por qué decidió transformar el personaje de la nana en una mujer francesa, blanca, en lugar de que fuera una mujer africana, como suele ser el caso?
Si hubiera escrito la novela de esa forma hubiera tratado de algo por completo distinto. El libro hubiera hablado de la condición de los inmigrantes en Francia, el racismo, la vida tan difícil que llevan los indocumentados. Temas como estos hubieran tal vez primado sobre el thriller y el libro social que quería escribir. Y además tenía ganas de sorprender al lector, de obligarlo a pensar de otro modo. La literatura aborrece los clichés y en mi opinión hubiera sido una lástima dirigirse hacia lo más fácil y escoger una nana negra y una mala patrona blanca. Quería volverlo más complejo e inquietante. Me parecía interesante que la madre fuera de origen magrebí y que por ello no quisiera contratar a una inmigrante para evitar una forma de “solidaridad” o “intimidad” a la que las inducirían sus orígenes extranjeros. En cuanto a Louise, la nana de la novela, por el hecho de ser blanca las otras nanas no la aceptan en su grupo, la aíslan. En el parque, por ejemplo, es la única blanca, lo cual acentúa su marginalidad.
Su novela muestra la dificultad para las madres que trabajan en conseguir un lugar que les corresponda. Con frecuencia, se debaten entre su legítimo deseo de continuar una vida profesional y el amor por sus hijos que las insta a quedarse en casa. ¿Podría hablarnos más de la manera en que eligió tratar esta problemática?
Myriam y Paul son el arquetipo de la pareja contemporánea. Viven en una gran ciudad, trabajan mucho, son ambiciosos. Desean ser a la vez buenos padres, muy implicados en la vida de sus hijos y tener una vida social, una individualidad. Como tienen medios económicos limitados, el hecho de contratar a una nana representa un sacrificio para ellos y por eso Myriam acepta quedarse en casa para cuidarlos. Tiene un vínculo de fusión con sus hijos y al mismo tiempo siente que se ahoga por el encierro de su vida familiar. La invade la impresión de que ya no existe, de que se le ha reducido a su papel de madre y no lo soporta. Las mujeres se confrontan a numerosas formas de culpabilidad: si no trabajamos nos miran como una fracasada, pero si trabajamos demasiado, como una mala madre. Es difícil encontrar el equilibrio adecuado.
En uno de sus artículos publicado antes de los atentados de 2015, “El diablo se esconde en los detalles”, muestra a través de un relato el peligro de negarse a ver las señales de la radicalización religiosa islamista, en nombre de una preservación de la normalidad cotidiana. ¿Le parece que en Francia se continúa minimizando el problema?
Creo que los medios solo se interesan superficialmente en la radicalización. En todo caso, en Francia los periodistas tienden a ver la situación de manera demasiado imprecisa y grotesca, exagerándolo todo. Su principal objetivo es hacer ruido, producir un escándalo más para aumentar la audiencia, en lugar de tomarse el tiempo para explicar, analizar. En Marruecos, conocemos mucho mejor tanto el Islam, por supuesto, como la complejidad del islamismo. No es una corriente tan simple como algunos querrían hacernos creer. Tiene múltiples expresiones y rostros.
Firmó en septiembre pasado el llamado “Nosotros, los fuera de la ley”, en el que mujeres y hombres marroquíes denunciaron “la cultura de la mentira y la hipocresía social que genera la violencia arbitraria y la intolerancia”, tras el arresto injustificado de la periodista Hajar Raissouni, a la que acusaron de “depravación” y “aborto ilegal”. ¿Piensa que Marruecos, y el mundo árabe en general, podrían dirigirse hacia esa transformación social que daría a las mujeres mayores libertades?
Desde luego. No veo por qué el mundo árabe estaría excluido de la modernidad, del progreso. En Túnez, el aborto es legal. En Egipto, a nadie lo persiguen por una relación fuera del matrimonio. El mundo árabe siempre ha tenido grandes feministas, grandes pensadores del progreso. Me parece una locura que se pueda pensar que las libertadas están reservadas al mundo occidental. Sería desesperanzador para la juventud árabe cuya mayoría reclama más libertades, más democracia. Si no pensamos que esto es posible, entonces no veo razón alguna para luchar. Cuando militamos por una causa, tenemos el deber de conservar la esperanza de un cambio.
Mi último libro, Sexo y mentiras. La vida sexual en Marruecos, es una investigación periodística en la que los testimonios son centrales. Me parecía urgente escribirlo. Las giras de promoción de mis libros me permitieron conocer a varias mujeres marroquíes que venían para confiarse conmigo. Aunque hacía años que la gran hipocresía de la sociedad en que crecí me llenaba de ira. Las autoridades teorizan una especie de doble moral que institucionaliza la mentira. Nos dicen “hagan lo que quieran en su casa, pero nunca lo hagan público”. Yo tenía ganas de liberar la palabra a pesar de que me deslegitiman constantemente, porque según ellos no represento a nadie, soy una francófona, burguesa, liberal…
Ha manifestado su desaprobación del burka. ¿Qué piensa del uso del velo?
La primera vez que vi un velo tenía quince años. Antes no era algo que existiera en Marruecos. A las primeras mujeres que llevaban un velo las llamábamos “las mujeres de los Hermanos Musulmanes”, desconfiábamos de ellas. Ahora se ha vuelto banal, casi hay más mujeres con velo que sin él.
Cada quien hace lo que quiere, desde luego, pero no hay que mentirnos ni quitarle su valor simbólico. El velo lo concibió el patriarcado porque consideraba a la mujer como una tentadora que debía ocultarse. Conozco mujeres que lo llevan libremente, por elección personal. Sin embargo, no debemos olvidar a los millones de mujeres que se ven obligadas a llevarlo por sus maridos, padres, hermanos, el Estado mismo. Hay que luchar para que también ellas tengan la posibilidad de elegir.
Interviene con frecuencia en el espacio mediático francés con artículos, tribunas, para tomar posición en los debates de la actualidad. ¿Un escritor debería comprometerse políticamente?
De ninguna manera creo que un escritor deba comprometerse. Un escritor puede preferir el silencio y la discreción. Y es algo que no solo lo entiendo, sino que deseo. Solo que en ocasiones estoy demasiado enojada o triste por lo que ocurre y necesito expresarlo. Es algo muy personal; cada escritor es diferente y tiene el derecho de dirigirse como le plazca.
¿Por qué aceptó ser la representante personal del presidente Emmanuel Macron para la francofonía?
Acepté algunos meses después de la publicación de Sexo y mentiras. En Marruecos, al igual que en Francia, ciertas personas me reprocharon que escribiera en francés. Me tacharon de traidora, de occidentalizada, de espía del extranjero o, en el mejor de los casos, de víctima voluntaria del neocolonialismo. En Francia, otros llegaron hasta a considerar que si escribía sobre las marroquíes tenía que hacerlo en árabe. Ocultaban el hecho de que en Marruecos existe una real vida cultural francófona, programas, obras de teatro, debates en francés. Veinte por ciento de los libros que se publican en Marruecos están en francés.
Vengo de un país plurilingüe y esta diversidad es una riqueza que debería ser preservada. Pero algunos parecen ignorarlo, lo cual me exaspera. Esta relación ideológica con la lengua me parece a la vez anticuada e inquietante pues no hace sino alimentar el discurso de los islamistas que repiten que solo existe una lengua, un libro.
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