Cuando Isaac Cherem, en Leona, elige la ficción y no el documental, no lo hace para tergiversar la realidad de una comunidad judía en México sino para construir la verdad de su propia subjetividad.
La historia de Ariela, protagonista de Leona fue escrita al limón por Cherem y Naian González Norvind. Ella, además, la encarna en una actuación que le ganó el premio de Mejor actriz en el Festival Internacional de Morelia. La realidad es un tema importante en Leona, porque resulta evidente que tanto Cherem como González Norvind saben de qué están hablando. Y es eso lo que atrapa desde el principio.
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Cherem aporta al guión los rituales, la idiosincrasia y hasta el modo de hablar de su comunidad. González Norvind, por su parte, documenta, con mismo conocimiento de causa, lo difícil que sigue siendo para una mujer tomar decisiones, querer independencia y amar a un hombre de igual a igual. Y sí, la importancia de esta película radica en la subjetividad de sus creadores. Es por eso que para apreciarla es necesario trascender la anécdota de la chica judía que tiene que enfrentarse a su familia para amar a un goy y descubrir con ella eso que los filósofos llaman otredad. Pero, cuidado con los prejuicios, no es que Ariela antes de conocer a Iván fuese menos mexicana.
Es evidente (pero es necesario subrayar) que no es que los judíos sirios de la familia de Ariela vengan de otro mundo como parecen creer los amigos del galán. ¿Acaso no se come en casa de ella “guacamolito”? El descubrimiento de la otredad en la obra de Cherem está exenta de chauvinismos y nacionalismos; es el descubrimiento de un México que asombra justamente por su contigüidad. Por otra parte, no es que Ariela quiera romper las reglas de su comunidad por pura rebeldía.
Esta mujer está saliendo de su burbuja como podría salir cualquier chica que llegada a la edad adulta quiere vivir su vida. Y vivirla bien. Justo por ello resulta tan conmovedora la primera secuencia de la película: Ariela asiste a la ceremonia de una amiga que se sumerge en un baño ritual en la mikve. Y al salir, aprendemos, la amiga se va a casar pues se ha purificado de toda niñez.
Si conseguimos entender que Leona trasciende la “denuncia” del machismo y en realidad construye una verdad subjetiva, podremos apreciar el delicioso retrato del judaísmo sefardí en México. Reírnos con un discreto sentido del humor. Por ejemplo, el padre de ella pregunta: ¿cómo se llama tu novio? Y cuando ella responde, “Iván”, el padre remata mirando al cielo: pues menos mal que no se llama Jesús.
Leona asombra con un país en que se comen huauzontles y tacos al pastor, en que se bebe tequila y se baila salsa. Un país que puede uno ver con los ojos de un extranjero, pero, otra vez, no porque Ariela sea menos mexicana que Iván, sino más bien porque en el amor por Iván ella es capaz de abrir los ojos y ver, por ejemplo, que también los chapulines se pueden comer.
Frente al preocupante crecimiento del antisemitismo en el mundo, películas como Leona resultan importantes, no sólo de ver, también de pensar. Para apreciarla, sin embargo, es necesario despojarnos de prejuicios y, judíos o gentiles ser capaces de admirar un hecho que me parece incontestable: es gracias a que construye una realidad subjetiva que, a pesar de su descontento, Cherem transmite el amor por la gente a la que retrata. Porque la familia de Ariela es tradicionalista, pero aceptémoslo, es adorable.
AQ