¿Qué es El libro de imágenes? La película número cuarenta y cinco de Jean-Luc Godard. Es, además, una suerte de cuaderno visual, de notas oníricas que el director construye a sus ochenta y nueve años con una arquitectura precisa. Con ella, Godard devuelve al cine a su lugar entre las bellas artes, un sitio que pierde y gana regularmente en su lucha contra el capitalismo, contra la necesidad inherente al cine de una producción y una distribución; de una nómina y un contador.
El libro de imágenes es, además, un manifiesto artístico y político. El montaje se renueva como cuando lo descubrió Eisenstein. Interpretarlo resulta tan simple o tan complicado como interpretar un sueño. Y es que la idea del director sigue siendo la misma del Avant-Garde: despertar al espectador haciéndolo soñar.
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Es evidente, para comenzar, la estructura: cinco partes, “como los dedos de la mano”: Remakes, San Petersburgo, Los ojos de Occidente, Estas flores entre los rieles en el viento confuso de los viajes, El espíritu de las leyes y La región central son los capítulos de este libro de recortes visuales en el que Godard (consciente de su lugar privilegiado en la historia del cine) recorre el camino contrario al arte de la pintura. Y es que, si durante el Renacimiento los pintores afirmaron su lugar en el parnaso de las bellas artes, sosteniendo que la pintura es un arte porque es “liberal” es decir, propia de hombres libres, que no esclavos, de hombres que usan la inteligencia y no las manos, en El libro de imágenes Godard sostiene que ante todo el director de cine es un obrero de las artes, un artista que trabaja con las manos. Por ello la película abre y cierra con los dedos arrugados del viejo maestro montando cine como en los viejos tiempos, con moviola y celuloide.
Como ante todas las artes, el espectador cosechará con esta película lo único que lleve al cine. Si uno lleva, por ejemplo, demasiada cultura cinematográfica, corre el riesgo de distraerse y dejar de soñar identificando las secuencias elegidas en la historia del cine, secuencias que se entrelazan con la historia de dos hechos que permiten al director lanzar su manifiesto político: la Segunda Guerra Mundial y la guerra en Palestina. Hacia el final confirma el autor la decadencia de Europa, la incapacidad del cristianismo europeo de pensarse a sí mismo, la grave confusión de los poderes hegemónicos cuando hablan del mundo árabe sin darse cuenta de que en efecto es un mundo.
Tan lleno de ideas y culturas que resulta imposible de aprehender. Es un mundo que, dice Godard, está por acabar con la cultura judeocristiana que confortablemente burguesa ríe y goza de placeres mundanos. El maestro no ha dejado de ser un comunista. Es, sin embargo, un comunista que mira a sus ideas con la nostalgia de quien sabe que sí pasarán, que está destinado al olvido político por más que tenga al cine de su lado, para entretenerse, crear, manufacturar. Devolviendo al arte al cine-ojo de Dziga Vertov, a la Caméra-Stylo de la Nueva Ola, Ojo-cámara con el que este autor construye complejos poemas visuales.
El libro de imágenes es al mismo tiempo cine que hipnotiza, aletarga, golpea y despierta al espectador que ha traído consigo al cine la búsqueda del infinito. Como los místicos. Como Godard, profeta que anuncia en esta obra el fin de la especie humana: “los ricos devastan al mundo con el desperdicio de sus bacanales, los pobres acaban con sus recursos porque no tienen otra oportunidad”.
ÁSS