Gloria Gervitz y 'Migraciones': el poema de una vida

Entrevista

Su obra, reconocida con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, abre senderos a la memoria de las sensaciones que constituyen la vitalidad humana.

Gloria Gervitz es poeta y traductora. (Archivo de la autora)
Diego José
Ciudad de México /

La obra de Gloria Gervitz, ese intenso y largo poema que es Migraciones, sugiere una otredad que permite nombrarnos desde lo próximo y lo distante, desde la memoria y la invención del pasado. Se trata de un poema que alude al tú, al yo, a ellos y a nosotros. Nacida en la Ciudad de México en 1943, es descendiente del lado paterno de una familia de judíos de Ucrania que llegó a México en 1929 huyendo del exterminio de los Progromos. Su abuela materna era de Puebla y se enamoró de un joven judío polaco que llegó en tiempos de la Revolución. La obra y la trayectoria de Gloria Gervitz son reconocidas este año con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, una obra que abre senderos a la reflexión poética y a la memoria de las sensaciones que constituyen la vitalidad humana.

Gloria Gervitz y yo intercambiamos varios correos como preludio para nuestra conversación. No la conozco en persona, la he leído. Así que esta mínima correspondencia electrónica nos permite labrar un poco de cercanía. Me cuenta que reside en San Diego porque hace unos años conoció al amor de su vida y decidió dejarlo todo. Se casó en noviembre de 2018 y me dice que está viviendo la época más intensa, más creativa y más plena de su vida.

Le escribo que releo con entusiasmo Migraciones. Tajante, me pregunta sobre la edición que estoy consultando, porque considera necesario que lea la última. Me sugiere conseguir la de Mangos de Hacha que apareció a finales de 2017; le digo que tengo la edición del Fondo de Cultura Económica de 2002. En un correo posterior me comparte el último archivo de su poema. Entiendo que se trata de un acto de confianza poética que recibo con profunda gratitud y admiración. Me dice que es la ultimísima versión y que así aparecerá en la edición que ya preparan en Chile con motivo del premio. Me dedico a leer con ahínco y devoción: culmino en un estado de plenitud, completamente atravesado por la voz del poema, observando su evolución orgánica. Entiendo por qué al hablar del poema parece que Gloria Gervitz se refiere a alguien que ha estado con ella toda su vida. Nos escribimos un par de veces más y concertamos la llamada telefónica para realizar la entrevista. Sin duda, la poesía sigue tiempos distintos a la inmediatez que demanda el periodismo. Gracias a esa dilación podemos conversar como dos personas que se conocen.


—¿En qué momento de su proceso escritural o de su experiencia de vida intuyó la revelación del poema único? ¿Cuándo decidió que toda escritura es la escritura de un mismo poema?

Llevo conviviendo 42 años con el mismo poema. Lo inicié entre agosto y septiembre de 1976, y en las últimas semanas hice pequeños ajustes. Hay una relación simbiótica entre el poema y yo. En estas migraciones nos fuimos transformando tanto el poema como yo. Fuimos creciendo juntos, creciéndonos el uno con el otro. El poema ha estado conmigo y dentro de mí, como la vida misma en que vas viviendo cosas; así también con el poema. Lo considero una parte muy esencial de mi persona. Se entiende que en esos 42 años hubo épocas, incluso largas, en que no escribía nada. Me di cuenta que en la poesía sólo puedes agarrarte de la poesía misma. En esas largas temporadas sin escritura, pensé que me había secado. Muchas veces me forcé a escribir y entendí que al hacerlo, a pesar del oficio, le faltaba alma y energía. Por eso aprendí a esperar que el poema viniera a mí. En ese sentido, nos pasaron dos cosas al poema y a mí: de mi parte, yo he estado siempre para él, esperándolo, abierta a que llegue; y el poema, más bien, me ha llegado cuando él ha querido. La vida es extraña. Mi época más creativa es muy reciente: entre 2014 y 2016 escribí más poesía que en todos los años anteriores, y he seguido hasta hace unas semanas, cada vez más a cuentagotas. Estuve tan conectada con el poema en esos años que tuve la suerte y la lucidez de poder corregir algunas de las cosas que había escrito hace mucho, cosas que no decían ya nada y que no le agregaban nada al poema. Me tomó todo este tiempo poder verlo.

—Hay toda una historia creativa y editorial detrás de la composición y la concepción de Migraciones.

Descubrí mi voz hacia 1976 cuando empecé a escribir algo más reconocible como voz propia. Eran los versos iniciales del poema: “en las migraciones de los claveles rojos donde revientan cantos de aves picudas/ y se pudren las manzanas antes del desastre/ ahí donde las mujeres se palpan los senos y se tocan el sexo/ en el sudor de los polvos de arroz y de la hora del té”. Entonces no me hacían mucho sentido esos versos, incluso ahora no estoy segura de qué quieren decir, pero tampoco me parece importante saberlo. Me atreví a escribirlos porque los traía en el pensamiento, y has de cuenta que abrí una llave de donde empezaron a surgir más y cada vez más imágenes… Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que en realidad estaba escribiendo un solo poema. Como bien sabes, se publicaron varias partes de Migraciones en distintas épocas. La plaquette titulada Shajarit fue el comienzo, luego apareció Fragmento de ventana y así hasta que se fue conformando poco a poco. Antes pensaba que eran distintos libros de poesía. Pero con los años me di cuenta de que había una voz que era la misma a lo largo de cada uno de los libros.

El título Migraciones surgió cuando el Fondo de Cultura Económica decidió publicar en 1991 mi obra escrita. Entonces eran tres pequeños libros, en apariencia distintos, que se iban a integrar en uno. Me sugirieron ponerle un título diferente a aquellos que incluía. Al anochecer de ese día, así como sucede con la poesía, que sabes algo sin darte cuenta que lo sabes, se me reveló el título: Migraciones. Entonces no me imaginaba que iba a seguir con el poema todo este tiempo. Pero el título me pareció afortunado.

—¿Cuándo empezó a moverse hacia la unidad que intuía con el título?

En algún momento tomé muchos riesgos, como cuando llegué a publicar una edición en El Tucán de Virgina, que incluyó dos partes nuevas: una era Pythia y la otra que en algún momento se llamó Equinoccio y después Blues; estas dos partes me parecían al principio muy diferentes al resto. Pero con muchas dudas me atreví a publicarlas juntas porque necesitaba reunir mis libros. De hecho, Pythia marca lo que en inglés se denomina turning point, una especie de punto de quiebre en mi poesía. Pero me costó muchísimo tiempo darme cuenta de que se trataba de un solo poema. Quizá fui la más sorprendida ante este descubrimiento, aunque sabemos que muchos poetas en realidad escriben un solo poema a lo largo de su vida, pero que lo publican y lo dividen en muchas partes, como es el caso de Saint John Perse.

—Adentrarse en ese continuum vital que es su escritura representa una invitación para aproximarse a las distintas trayectorias del ser: el poema como migración individual e histórica. ¿En este fluir hacia uno mismo y hacia lo otro es posible pensar el poema como una forma de arraigo y a la vez de exilio?

Hay muchas migraciones en el poema: migraciones hacia fuera y migraciones hacia dentro. Simplemente, pregúntate ¿cuántas veces migramos dentro de nosotros mismos en todos los sentidos? Pero en el poema hay migraciones reales que son reinventadas, hay una historia personal sin proponérmelo. Una parte de mi familia del lado de mi padre llegó en 1929 a México de Rusia, donde ahora es Ucrania. Mi papá tenía casi nueve años. Aunque nunca conocí a mi abuela paterna porque murió joven, desde muy niña me pregunté sin palabras qué habrá sentido esa mujer, cuántos miedos y cuántas ilusiones trajo consigo, todo lo que habrá sentido al despedirse de padres, hermanos y de su gente a la que sabía que no volvería a ver. Quise dar voz a esa mujer y a otras que no tuvieron ni el tiempo ni las palabras para hablar de todas esas nostalgias. Alguna vez llegué a oír la historia de alguien que conservó todas las cartas que escribió en yiddish —el yiddish era la lengua que hablaban los judíos de Europa del Este— y cómo esas cartas quedaron arrumbadas en algún cajón, o a lo mejor en una bolsa de tejido, porque no tenía las direcciones de aquellas personas para las que había escrito todas esas cartas. Una parte del poema es un homenaje a esas mujeres que no tuvieron la vida para hablar de sus sueños, que hicieron toda esta labor silenciosa que no se ve pero que hace que el mundo camine. Después el poema migró hacia otros territorios.

—Me llama mucho la atención esta prefiguración de los arcanos femeninos: la abuela, la madre, la hija. Incluso la palabra es un poder femenino en su poesía.

La voz que lleva el poema es una voz que recuerda, que dialoga con estas abuelas; pero la principal interlocutora del poema es la madre. Esta voz invoca a la madre: le reprocha, le exige, le demanda, le ruega. La voz del poema —que no es necesariamente la mía— es una voz que recuerda. Después el poema se va bifurcando hacia otras partes; hay otras migraciones interiores dentro de Migraciones.

—Se trata de un poema vivo que funciona o se ajusta como sucede con nuestra memoria, es decir, que nuestros recuerdos también se modifican al recordarlos. ¿Hay alguna intención en su movilidad o responde a un acercamiento intuitivo de los instantes y movimientos internos del poema?

Tuve una revelación para la edición más reciente del poema que hizo Mangos de Hacha en 2017. Porque el libro estaba listo para irse a la imprenta y lo detuve. Para ese momento el libro contaba ya con nueve partes; pero, de repente, una semana antes, supe que todos esos subtítulos y sus epígrafes no aportaban, que toda esa organización se iba para afuera. El poema me estaba pidiendo que lo dejara fluir. En ese instante vi con claridad que era un solo poema y que esos subtítulos eran como diques que impedían el fluir del poema. En ese instante también descubrí que las mayúsculas eran una forma del miedo, porque si te fijas, las mayúsculas siempre imponen, son unos gendarmes, y dije: para fuera las mayúsculas y las comas que ensuciaban el poema. Quité todo lo que estorbara. Me tomé la libertad de incluir unos pocos epígrafes integrados dentro del poema, pero que al final del libro se reconocen los créditos. El poema necesitaba fluir. Y eso sucedió muy recientemente.

Me tomó una vida dejar el poema como ha quedado. También me doy cuenta de que no hubiera podido dejarlo como está hace diez o veinte años. Tuve que vivirme yo, llegar a este punto, a esta edad, para lograrlo. Qué bueno que el poema y yo hemos vivido y que hemos llegado hasta aquí.

ÁSS

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