Se hace el amor con lo distinto, no puede ser de otra forma. Hacer el amor con lo igual tiene un efecto que vacía, hacia donde eros no acude. Hay una decoloración en el ser que, con el paso del tiempo, afecta la palabra y nos torna maniquíes, nos convierte en un no-ánima. Aproximarse a otro cuerpo que simboliza un enigma es una de las formas de entendimiento hacia uno mismo. Porque el acercarse libremente para observar lo extraño —como extraños podemos ser nosotros—, el vincularnos a ese rasgo en la obra de arte expuesta que punza nuestra alma, el interesarse por una lengua que no entendemos, son condiciones extraordinarias, germinan en quien anhela salir del círculo infinito del yo soberbio.
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Se hace el amor también con el engranaje de esta gran palabra: deducción. Teorizar ante lo distinto —ese rasgo que sacude a nuestros ojos anestesiados por lo igual—, abre una fisura más en occidente, irrumpe con ímpetu y aminora el ruido constante. Si lindamos ciudades o pueblos con la búsqueda como sello, es posible que se presenten variaciones de la dicotomía: despreciar o aceptar, aceptar o adentrarse, adentrarse o investigar. Distinguiremos, desde el estigma, si observamos o si nos observan; por el color de piel, por la inclinación sexual o por una idea de un dios o dioses o ninguno. Si hemos tenido que escondernos, si hay quienes han optado por el silencio, si existen cuerpos cansados que han obedecido el “no incomodar” al no usar la entrada principal de un residencial elegante y hacen un recorrido extenso para entrar por la parte posterior de la enorme delimitación, son indicios de una crueldad moderna olorosa a prejuicio de lo distinto. Es así como se realizan múltiples sacrificios en tiempo real con la venia de nuestra esfera jerárquica; quien parece no advertir el dolor en los cuerpos y la sangre metafórica derramada, tal vez porque hay una idea del sacrificio permitido: se expone una corporalidad símbolo de protección a los desposeídos. En esos instantes, la naturalidad del acto impregna a quien acude.
El amor subversivo, en cambio, nos traslada como marea de pulsaciones a la búsqueda de la extrañeza en el mundo. El enfrentamiento, si se da, inicia cuando se revela lo que nos fue inculcado como virus de lo igual: la ideología hecha de espejismos filosos, padres de la dominación que provoca llanto, como lo narra Miguel León-Portilla en Visión de los vencidos, particularmente en La relación de Alva Ixtlilxóchitl, quien dice: Hiciéronse este día (cuando fue tomada la ciudad), una de las mayores crueldades que sobre los desventurados mexicanos se han hecho en esta tierra. Era tanto el llanto de las mujeres y niños que quebraban los corazones de los hombres. Pienso en estas palabras y, cada vez más, observo el brillo de los collares, deseo borrar su recuerdo de cadenas.
La independencia no es una palabra que deba exorcizarse, sino una condición indispensable para la existencia de hombres y mujeres realmente liberados, es decir, dueños de todos los medios materiales que hacen posible la transformación radical de la sociedad: reflexiona Franz Fanon, filósofo y revolucionario, en su libro Los condenados de la tierra. Quién ha señalado la inequidad y tomado registro del dolor si no han sido los revolucionarios como él, quién sino los creadores y poetas para inmortalizar el instante del amor o agonía. En este sentido, el poema anónimo, recopilado también por León-Portilla, con voz púrpura dice: En los caminos yacen dardos rotos,/ los cabellos están esparcidos./ Destechadas están las casas,/ enrojecidos tienen sus muros.// Gusanos pululan por calles y plazas,/ y en las paredes están salpicados los sesos./ Rojas están las aguas, están como teñidas,/ y cuando las bebimos,/ es como si bebiéramos agua de salitre./ Golpeábamos, en tanto los muros de adobe,/ y era nuestra herencia una red de agujeros./ Con los escudos fue su resguardo,/ pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
La cultura silenciada merece un espacio para su resurgimiento, las pieles estigmatizadas un espacio para recobrar la dignidad. Esto sin olvidar que nuestros cuerpos heredaron lo nómada y lo sedentario, la paz y la guerra; heredamos, sobre todo, la impureza de la felicidad: el salvar la vida a toda costa. Lo que no heredamos es la forma de juzgar a lo distinto, eso es aprendido: aislar con prisiones o indolencia, por ejemplo. Entonces, reconociendo el dolor pasado, prestando el oído para escuchar su desfallecer y a la vez su esperanza, es como se hace el amor con el mundo. Shííł choo haant'í, significa amar en la lengua miizaa, verbo empleado por el pueblo Ndé Lipán Apache para amar su pasado y su presente occidental desde la recuperación.
El amor subversivo se adentra en las costumbres, en la belleza, en el horror, para saber más. Y sale de ahí como toda piel al sol, con marcas y heridas; se esbozarán en ella líneas semejantes al desierto y al mar; y se leerán y se comprenderán; como se comprende al cuerpo amado, con los brazos abiertos, sin importar su variación.
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