Cientos de conferencias se llevan a cabo diariamente protagonizadas por los nuevos Nostradamus que, con o sin credenciales académicas, se aventuran a vaticinar el peor de los mundos posibles. Los nuevos Nostradamus, muchos de ellos filósofos apocalípticos, tejen con simulada autoridad reflexiones fatalistas que han sido pensadas con la misma cientificidad y responsabilidad con la que un brujo lee la palma de tu mano, o te da el horóscopo de la semana en la radio.
Si meditamos sobre qué le depara a la filosofía en el futuro, quizá sería imprescindible replantearse que, si su intención es actualizar su discurso y pensar seriamente sobre los asuntos de coyuntura, los conflictos presentes, los dramas sociales y la política que dinamita toda comunidad, ojalá pudiera hacerlo con compromiso y documentación de lo que pretende tratar.
La filosofía, desde su acepción originaria, es ese movimiento del pensamiento que brota primero —como lo diría Heidegger— del Stimmung del thaumazein, de un estado de ánimo fundamental que se asombra del mundo, quedándose pasmado por el mundo, detenido en la sorpresa ante un posible objeto de estudio. Ese thaumazein detiene el juicio, demandando serenidad y prudencia, exigiendo un tiempo, una distancia, templanza frente la vorágine de los sucesos. Primero viene el asombro, después la reflexión silenciosa, la digestión de los sucesos. El asombro es el demonio curioso que produce hambre, amor, afición, pasión por la sabiduría, por el conocimiento.
Para entender el corazón de la filosofía, me gusta considerarla más como sabiduría, porque en ella va implícito el afecto por la ciencia, por la investigación, por el dominio de un tema desde cierta objetividad; pero también, la sabiduría engloba una práctica de vida. La sabiduría brota del asombro y el enamoramiento por conocer, y ese afecto nace siempre desde el terreno interior, a partir de una subjetividad concreta. De una conciencia que ha sido forjada por la experiencia de la vida. El filósofo es también una persona que ha adoptado, o no, parámetros morales; que cree o no en la ética, que es sereno en sus raciocinios o impulsivo y colérico en sus reflexiones sofistas.
Para que la filosofía pueda hablar del futuro, debería antes tomarse muy en serio la sugerencia estoica dictada hace más de dos mil años: la filosofía no es menos que una “práctica de la sabiduría o la práctica de la ciencia apropiada”, en la cual su objetivo es enseñar y enseñarse a sí mismo, cómo conducir correctamente el juicio para llegar a un conocimiento certero, primero del propio yo, y después del cosmos.
Recuerdo las palabras de hace unos meses, escritas por uno de los más “emblemáticos” filósofos de la actualidad, Giorgio Agamben, asegurando que las medidas de emergencia tomadas frente a la pandemia eran “frenéticas, irracionales y completamente injustas”. Hoy la realidad demuestra completamente lo contrario a esas palabras, ya casi alcanzamos el millón de muertos por covid-19. Mientras que la filosofía sigue agonizando por la charlatanería.
ÁSS