Los tesoros de la cripta es un libro de Juan Manuel de Prada, quien emprende una historia alternativa del cine. Comienza con Cabiria, una superproducción de 1914 que tiene como telón de fondo la tercera guerra púnica, en la que Cartago es derrotado por Roma. Dirigida por el italiano Giovanni Pastrone, sirvió como modelo a cineastas como David Wark Griffith.
Publicado por la editorial Renacimiento, el libro muestra el gusto poco convencional de su autor, quien recupera extravagancias y auténticas perlas cinematográficas. Recuerda al francés Louis Feuillade director en 1913, de una serie sobre el camaleónico y sofisticado Fantomas y de películas como Les vampires, en la que van de la mano el sigilo y el crimen.
- Te recomendamos “Historia natural”, un poema de Marília García Laberinto
Con su gran oficio de narrador, De Prada construye un relato instructivo y ameno. Habla de Intolerancia como una obra de arte total que, sin embargo, llevó a Griffith a ser marginado por una industria puritana, y recuerda a Herbert Brenon, uno de los pioneros del cine mudo y director de Peter Pan, cuyos hallazgos fueron saqueados impunemente por Walt Disney.
El signo de la Cruz de DeMille, con sus escenas de evidente lascivia; la superproducción Escipión el africano, dirigida por Carmine Gallone y auspiciada por Vittorio Mussolini, hijo del Duce; y El mundo sigue, de Fernando Fernán Gómez, un contundente trabajo sobre el machismo en la España de Franco, son algunas de las películas incluidas en este entrañable volumen.
Los tesoros de la cripta reivindica géneros, películas, directores, actores que han sido relegados en la gran crónica del cine, y lo hace desde la erudición y el arrebato de un autor que no es dado a conformidad ni a la complacencia. Por ejemplo, en una entrevista con el periódico español El Confidencial, cuando le preguntan sobre la frase “Vade retro, cinéfilos de pata negra y pezuña roja”, dice: “Es mi defensa de Cecil B. DeMille. Antes de responder, quiero aclarar una cosa: yo no rechazo la crítica con intención ideológica. Lo que ocurre es que ha habido una serie de cineastas a quienes se ha estigmatizado por razones políticas, por ejemplo a Cecil B. De Mille o al español Rafael Gil. Esto me parece una locura, una perversión del arte, que impide comprenderlo. Realmente alucino cuando se despacha el cine del franquismo como folclórico y nacional-católico. Eso solo puede hacerlo gente que no ha visto películas españolas de la época. Rafael Gil, por ejemplo, se podría considerar uno de los tres mejores directores del cine español. (…) Un artista no se puede clasificar con el sentido esquemático con el que hoy se contempla la política desde los informativos de televisión”.
En este libro, como en el resto de su obra literaria y periodística, De Prada reivindica el derecho inalienable a la libertad de expresión, a los juicios contundentes que, en su caso, tienen el soporte de un gran sustento cultural.
AQ