Los ríos profundos: una reedición

La guarida del viento

El escritor peruano Alonso Cueto elogia las revelaciones exteriores e interiores que su compatriota José María Arguedas plasma en esta novela de 1958, recientemente reeditada por la Real Academia Española.

Portada de 'Los ríos profundos', de José María Arguedas. (RAE)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

La Academia de la Lengua Española ha realizado una edición conmemorativa de una de las novelas más potentes y delicadas de la literatura latinoamericana. Los ríos profundos, de José María Arguedas, publicada en 1958, es la historia del joven Ernesto, es decir de su aprendizaje sentimental y social en Abancay, una localidad en el sur andino. La despedida del padre, la convivencia con sus compañeros en un colegio, su encuentro con la naturaleza, la conexión entre el mundo natural y la rebelión social, son los hitos de ese viaje interior, en un relato marcado por la belleza sensorial de sus descripciones. La novela retrata la intimidad de su protagonista con una prosa lírica excepcional. Su español integrado al quechua crea asimismo un idioma nuevo.

La mirada de Arguedas recoge uno de los principios de la visión andina. Los seres humanos no existen por encima de la naturaleza. Son parte de ella. El encuentro con la naturaleza supone la purificación y la integración del protagonista, como lo muestra el ritual descrito en el capítulo uno: “A medida que baja al fondo del valle, el recién llegado se siente transparente, como un cristal en que el mundo vibrara”. La naturaleza no es un marco o un escenario sino un espacio existencial, un paraíso de revelaciones.

Tuve la suerte de conocer a Arguedas en los primeros años de mi infancia y parte de mi juventud. Amigo de mis padres, iba a mi casa a almorzar todas las semanas. Lo que más nos impresionaba a mis hermanos y a mí era que hablaba en quechua con la cocinera de la casa. Pero lo que más le agradecíamos es que nos hablaba a los niños. Recuerdo la naturalidad con la que nos contaba de sus viajes por la sierra. Fue ese mismo tono natural y sencillo cargado de poesía el que reconocería luego en sus libros. Cuando íbamos de viaje con mis padres, nos decía que el corazón de un pueblo puede verse en los mercados y en los estadios de futbol. En muchas ciudades pequeñas que visitábamos íbamos a ambos lugares. Con frecuencia cantaba en quechua y nos regalaba libros, entre ellos los de Mafalda, que le fascinaban. Nunca entendí por entonces las razones de su suicidio a los cincuenta y ocho años, en 1969.

Los ríos profundos no es una novela definida por el seguimiento de una intriga en busca de una sorpresa argumental. Está más bien llena de revelaciones desde el inicio. Ernesto, el protagonista, está en continuo proceso de descubrimientos. Su mirada de la naturaleza (de los ríos, de las aves, de las montañas) es precisa, minuciosa y a la vez sagrada.

Poco antes de la publicación de Los ríos profundos aparecieron El llano en llamas y Pedro Páramo. Pueden encontrarse una serie de relaciones entre estos libros donde la tierra es la encargada de cumplir los destinos de los personajes y la luz de la luna, reflejada en los ojos de sus personajes, cumple un papel redentor. Rulfo y Arguedas se quisieron y se admiraron. Hay un brillo misterioso en cada una de las páginas de esta novela. Una luz que vuelve con toda su potencia a nosotros gracias a esta edición de la RAE.

AQ

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