Poeta humanista de una coherencia y profundidad expresiva por encima de todo, la obra de la estadunidense Louise Glück, Premio Nobel de Literatura 2020, ofrece una mirada extraordinariamente lúcida, sin un ápice de autoindulgencia, sobre la muerte, la pérdida, el rechazo, el fracaso de las relaciones humanas, la herencia familiar, la religión, los mitos de la cultura occidental clásica. “Es una poeta”, dice su traductor al español Abraham Gragera, “que tiene una manera muy descarnada de acercarse a la realidad con una desnudez de estilo, aparentemente muy prosaico, pero lleno de sutilezas rítmicas”.
Uno de los rasgos que definen la poesía de Glück, nacida en Nueva York en 1943, es la manera que tienen sus poemas de traspasar los lindes de la pura expresión emocional para dirigirse a cuestiones filosóficas. Gragera dice que “su poética, su manera de escribir, descansa en lo narrativo y reflexivo de un modo ensayístico, planteando estrategias narrativas con un distanciamiento irónico muy grande con respecto a la anécdota o al tema que aborda, y al mismo tiempo es una poeta de hondas reflexiones, expresadas de modo muy sencillo”.
En ese sentido, “cada poema suyo es una indagación en un nudo biográfico, una indagación que tiene una especie de pasión fría, una pasión intelectual por el descubrimiento y el conocimiento muy arraigados, lo que hace que sus libros, que se plantean como un todo orgánico más que como poemas sueltos, estén compuestos por una especie de sinfonía o de novela por la que el lector transita acompañando esas búsquedas hasta llegar a revelaciones lúdicas y muchas veces descarnadas, lo que hace que sus libros tengan esa capacidad que tiene la buena poesía de transformarnos, de no dejarnos igual a como estábamos antes de leerlos”.
Gragera explica que si bien el lenguaje de Glück es “aparentemente sencillo, esconde una gran complejidad, porque está lleno de matices, y el resultado es de una calidad que impone. Parece muy accesible, con un mensaje que se va entendiendo con mucha claridad. Sin embargo, hay una serie de pequeñas sutilezas, un uso muy inteligente de determinados vocablos que abren el significado de sus poemas. En su lenguaje, lo que está tratado con maestría absoluta es la línea dramática del poema. En ese sentido, es una maestra de la intensificación dramática, porque uno entra en el poema y vive ese poema, va descubriendo lo que ella plantea como un autodescubrimiento. Y también hay un anhelo por llegar a la profundidad de la experiencia mística”.
La poesía de Louise Glück, marcada por claros rasgos autobiográficos, “no es nada complaciente”, puntualiza Gragera. “La suya es una manera de acercarse a la autobiografía sin condescendencia, como una forma de indagar en lo oscuro de los vínculos y en ese sentido hay una potencia mitológica muy fuerte. Todo empapado por un distanciamiento irónico muy fuerte, sin dejarse llevar por la emoción”.
En cuanto a la condición femenina como una seña de identidad o marca de la poesía de Louise Glück, Gragera sostiene que “no usa ese aspecto como tema. La voz femenina que aparece en su poesía es poderosísima, pero es una voz arcaica, que tiene una fuerte carga mitológica. No es una poesía que se comprometa en la línea de mucha poesía que se está escribiendo en Estados Unidos. No es militante, aunque es una voz de mujer fuertísima que se impone”.
Para Gragera, la herencia literaria de la que es deudora Louise Glück se ubica nítidamente en la gran tradición confesional estadunidense, con Robert Lowell a la cabeza. “A partir de ahí, ella tiene un mundo poético propio, aunque hay críticos que han hablado de su cercanía con Wallace, Williams y Auden”.
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