Luis López Carrasco: “Para mi generación, el futuro desapareció”

Entrevista

En entrevista con 'Laberinto', el cineasta y escritor habla de la desilusión generacional que atraviesa su obra y del odio que alimenta a la política en España.

El cineasta y escritor Luis López Carrasco. (Foto: Johanna Marghella)
Ciudad de México /

Luis López Carrasco es un viajero en el tiempo y el espacio. Cineasta ganador de dos Goyas y escritor premiado con el Herralde de Novela, se ha ido a 1992 en su documental y a 2011 y a 2035 en su relato.

En entrevista exclusiva desde España, López Carrasco (Murcia, 1981) conversa con Laberinto sobre El desierto blanco (Anagrama, 2023), una novela formada de recuerdos desde el lugar más lejano al que un exilio provocado por la irresponsabilidad humana te puede llevar, sin posibilidad de regresar a casa.

“Cuando la sociedad ya está rota y se lanza a los brazos de la locura, es demasiado tarde. Y la política española sigue los pasos de la destrucción”, dice el autor de Europa, que disfruta venir a México, donde sus filmes han sido acogidos en festivales como Distrital y Black Canvas o la Cineteca Nacional.

Productor de películas de ciencia ficción como Sueñan los androides (2014) y fundador del colectivo dedicado al cine experimental Los Hijos, debutó como director en solitario en 2013 con El futuro y luego rodó Aliens (2017) que estrenó en el festival de Locarno. Su tercer filme lo consagró en España.

Al igual que su célebre El año del descubrimiento (2020), que consiguió sendos premios Goya a Mejor Documental y a Mejor Edición, El desierto blanco se enfoca en entender a la generación del escritor, para la que 1992 fue el parteaguas con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Mundial de Sevilla, que prometieron a los españoles su ingreso al primer mundo, y la crisis de 2008, una bofetada.

Hace cuatro años ganó dos Goyas; y en 2023 el Herralde, dos de los premios más importantes en la cultura de Iberoamérica, caso sui generis al ser en disciplinas artísticas distintas. ¿Cómo escoge sus batallas para el cine y para la literatura?

Cuando era más joven me gustaba tanto la literatura como el cine. Y cuando me fui a vivir a Madrid de repente empezó a suceder que yo quería hacer cine de ficción, pero los guiones que escribía no había manera de financiarlos, no tenía recursos. Entonces, empecé a pensar en la posibilidad de que todo lo que tuviera que ver con la imaginación, con la ficción, en vez de escribirlo como guion, pudiera desarrollarlo de manera literaria y que se materializase ya como una obra terminada narrativa. Eso dejó abierto un hueco tremendo para afrontar el cine de otra manera; es decir, si me he dedicado de manera colectiva y en solitario al cine documental y al experimental era precisamente porque el cine tenía que estar alimentado del encuentro con el otro, del carácter como más material que tiene el registro fotográfico. El cine, precisamente por la interacción con personas a las que no conozco, me lleva a lugares adonde no me lleva la imaginación.

En El año del descubrimiento y en El desierto blanco un eje es la historia. ¿Cómo decide, en el registro histórico de una y en la ficción de la otra, mantenerse en los momentos contemporáneos?

No son decisiones conscientes. En cada momento el contexto social y político te conduce a pensar en las obras creativas con una finalidad, no tanto con unos objetivos como con unos intereses. En el cine que he hecho en solitario, a partir de la crisis económica, sí que había una voluntad de utilizar los recursos del cine como para escudriñar el pasado reciente de la transición y de la democracia en España, intentando como sacar a la luz historias que igual habían quedado desatendidas y dormidas.

En el caso de la literatura, esa decisión ha sido menos consciente. Estaba interesado, al hacer una memoria del presente, en una memoria que estuviera conectada con circunstancias sociales, porque al final no deja de ser el retrato de una generación que se ve obligada a emigrar, a buscar trabajo de determinada manera. En mi cine hay esa coexistencia entre dos tiempos que se mezclan, que se fusionan, que afectan el uno al otro. Y eso también está en este libro, pero ha sido una cosa como que he ido entendiendo más a posteriori. La voluntad del libro era ir encerrando en una obra literaria una serie de circunstancias que me afectaban igual más desde el punto de vista emocional o personal. No tenía quizá la idea de hacer un retrato histórico tan de partida como puede ser en la película.

Tardó una década en publicar otro libro ¿qué le resultó más complicado en El desierto blanco?

El libro anterior es de narrativa breve de ciencia ficción (Europa, Gollarín, 2013) y lo terminé en 2011. Empecé a pensar en nuevos proyectos, ninguno de los cuales al final sería El desierto blanco. Se me había quedado como esa sensación de pérdida que estábamos experimentando la gente de mi generación en 2011, porque estábamos rodeados de esa especie de deterioro de las condiciones sociales, que todo mundo se estuviera yendo del país. Eso, de alguna forma, se me debió de quedar muy dentro y, con el paso de los años, fui dándole forma. El pistoletazo de salida del libro fue que de pronto se me vino a la mente el final, el último párrafo, esa imagen de dos personajes que se están mirando en la distancia, y lo escribí tal cual está en el libro. Ya con ese final, y que tenía muy claro desde el principio que la voz narrativa iba a encontrarse en un futuro indeterminado, tendría que ir descubriendo desde qué tiempo y desde qué lugar nos hablan el narrador y la narradora. Esa mezcla de la cuestión emotiva y de la idea inicial ordenó un poco todo el rompecabezas que es el libro.

Con las diferentes voces que maneja, hasta se me figuró que les hizo casting a sus personajes.

Había una voz que se repetía, que es la de Carlos. Pero, tenía la estructura en cinco partes. Y, de repente, como muy natural, en el tercer capítulo, apareció la voz de la pareja, que podía darle ese contrapunto. De forma más o menos natural sí que son voces familiares, como maneras de desdoblarse a uno mismo, de enfocar las preocupaciones de Carlos desde otro lugar, otras clases sociales, otro género o desde el hermano mayor, que está un poco más frágil. Si tenía la idea que se cuenta al final, sí que lo tenía que contar desde otro personaje que tenía que hablar en primera persona y enviar esa especie de correos. Y un poco sorprendente también apareció la voz de la pareja de Carlos a la mitad.

En el pasaje de la reunión de amigos, uno afirma que la distopía es reaccionaria y alguien le responde que es la utopía la reaccionaria. Para Luis López Carrasco ¿qué es lo reaccionario?

La distopía es un tema de la novela en la medida en la que se habla de él de manera explícita, como en ese diálogo. Para mí era interesante hacer un comentario de época que tuviera que ver con la enorme proliferación de series y películas de ficción en las que el futuro siempre es catastrófico. Eso habla de un periodo histórico concreto, porque la ciencia ficción en los años 20, 40 o 60 no necesariamente mostraba un futuro catastrófico. A veces sólo mostraba un futuro con una especie diferente de organización social, dependiendo de la cultura y el lugar desde el que procedía la autora o autor. Sí creo que pueda haber distopías que no necesariamente sean reaccionarias, pero en un porcentaje muy elevado suelen favorecer discursos que premian la seguridad, el inmovilismo, una manera de entender a la especie humana bastante misántropa, en la que no hay solidaridad, sino siempre hay supervivencia.

¿Y en qué sentido funciona eso en su novela?

Eso tenía también que ver con la propia concepción genérica de El desierto blanco. ¿Es una distopía o no lo es? En su recta final, yo era como muy consciente de que no quería proponer una mirada del futuro desesperanzada. Es cierto que hay una cierta desolación crepuscular. Desde qué lugar enfrentarse a esa parte final del libro, si desde la distopía o desde la utopía, es lo que me ha permitido detectar si los lectores son más optimistas o más pesimistas que yo. Que un personaje diga que la utopía es reaccionaria o que otro personaje diga que la distopía lo es, no dejan de ser cosas que dicen los personajes, que también hablan desde un lugar histórico como muy concreto.

Ese diálogo en su novela me parecía muy irónico, porque en una villa miseria en los suburbios de Ciudad de México se filmó Elysium, una película futurista distópica, y un crítico dijo que lo que para Hollywood y los estadunidenses es su futuro, en América Latina es el presente.

Cuando la única propuesta del futuro es lo catastrófico, evidentemente lo que estás produciendo son espectadores que no van a atreverse nunca a salir de su estado de comodidad para intentar transformar nada. Y hay lugares en el mundo donde no hay comodidad posible. En Cartagena, Murcia, hay una barriada donde filmaron Terminator 5, y sí, ahí se pudo haber hecho un comentario muy parecido.

Dos temas que aborda también en su novela son el laboral y la migración, en ambos los lleva al extremo. De hecho, el principio de su libro me recordó la obra de teatro El método Grönholm (2003), de Jordi Galceran, que Marcelo Piñeyro adaptó en 2005 al cine, ¿por qué esos extremos?

Lo de la entrevista laboral en términos de supervivencia, para mí no deja de estar relacionado con toda una cultura empresarial que entiende que el empleo es una competición; la estructura socioeconómica capitalista parte de la idea de que la vida en sociedad es competitiva, esto no necesariamente tendría que ser así. Esa secuencia inicial, que podría parecer exagerada, es de las pocas cosas autobiográficas que hay en el libro. Yo lo viví en primera persona, formaba parte de ese tipo de cosas sumamente sofisticadas de la selección de personal de un vendedor normal y corriente, no de un cargo ejecutivo. Eso nos habla mucho acerca del papel de la imaginación o de cómo se instrumenta la idea de proyectarte imaginativamente en ese juego de rol, qué lugar van ocupando esas fabulaciones dentro de las coordenadas mercantiles laborales en las que estamos.

¿Y respecto a la migración? ¿Cómo lleva a Carlos a ese destino tan extremo y lejano?

Es algo que para mí molaría que lo descubriesen los lectores al final. Es como una especie de señuelo que va a ir desvelándose poco a poco en la lectura de la trama. Necesitaba encontrar ese lugar que coloque al narrador en esa distancia tan extrema, para alguien que prácticamente da por sentado que nunca ya va a volver a los sitios y a las personas que está recordando. Con ese temperamento ahí estaría un poco la motivación por la que ese narrador está recordando todo aquello, aunque sea cotidiano. Se ha perdido porque ha pasado el tiempo y él está en un lugar extraordinariamente lejano.

En una situación tan extrema ¿cómo opera la ficción?

La ficción a veces funciona no tanto inventando circunstancias completamente ajenas a nuestra realidad, sino acentuando posibles desarrollos de la vida que tenemos, satirizándolos, extremándolos. En mi caso, no quería tanto llevarlos al absurdo, como podría hacer Kurt Vonnegut, pero sí que me parecía que en esa exageración podía condensar esa sensación de desarrollo tan extremo. Que una persona, forzada por la necesidad de encontrar trabajo, pueda sentir que está alejada de su lugar de origen, de sus seres queridos, sin saber cuándo podrá volver a encontrarse con ellos, y si se va a volver a poder encontrar con ellos, a mí me ha parecido una situación tremendamente difícil y dolorosa.

El título de El desierto blanco puede remitir a la nieve, pero también a la Luna. Si a usted le ofrecieran irse a vivir a la Luna ¿aceptaría?

No. Si en algún momento me tengo que ir de España tendría que ser porque la situación es muy, muy, muy mala. Estoy convencido de que fuera de mi país me disolvería, me quedaría sin sustancia. Soy muy reacio a pensar en eso ahora mismo. Aunque a veces hay algo que te puede ilusionar o que es estimulante vivir en otro país y tienes mejores condiciones de trabajo, el peaje que hay que pagar es altísimo y, en mi caso, no sé si se llevaría mi salud por delante. Siempre pienso en Andréi Tarkovski, que se tuvo que ir de Rusia; estoy convencido de que se murió de pena, no de cáncer. En Nostalgia realmente vez a alguien que se está consumiendo por estar fuera del lugar que lo alimenta, de su origen.

Hay muchos juegos en su novela, eso mitiga la dureza de las historias. ¿Por qué es tan importante el juego en un mundo como el que plantea?

A mí me encantan. Son cosas que uno no prevé, pero como le rodean, las va incluyendo en las cosas que hace. A mí me encanta jugar juegos de mesa, videojuegos, a la partida de cartas de Lobos de Castronegro, un juego muy famoso de cartas que aparece en el libro. Era muy importante que la novela fuera vital, divertida y que estuviera llena de la energía, de la alegría con la que vive la gente, aunque hay un fondo un poco oscuro, pero que la lectura fuera divertida como es la vida y la vida de la gente que me rodea. Cuando uno juega por un momento se abstrae de su presente, de la identidad incluso. Igual es un momento en que puedes volver a tener hasta cierto punto la despreocupación de cuando eras niño. Y, a la vez, como en los juegos nos permitimos ser personas que no somos, se pueden dar situaciones de ajustes de cuentas o de cierta crueldad amistosa, como la que ocurre en el libro. También los juegos te permiten experimentar emociones, que a veces son difíciles de vivir en el día a día.

¿Cómo concibió llevar los juegos a su novela?

El juego es algo que hay que intentar mantener en la vida cotidiana. Hay algo en el libro que tiene que ver con conocer y no conocer, con lo que está explorado y lo que esta inexplorado, con la idea de vivir en un mundo que parece que no guarda ninguna incógnita, que parece que todo es previsible, que lo sabemos de memoria. Y eso también se pueda aplicar a la propia relación de pareja, en el plano de que conozco tanto a esta persona, que parece que nunca me va a sorprender. Igual en los juegos nos podemos permitir reencontrarnos siendo personas distintas y descubriendo facetas de la vida o la sociedad que parecen muy previsibles. ¿Cómo recuperar lo imprevisible, los espacios desconocidos, que podamos llenar con la fabulación, con una imaginación activa? Es un eje importante del libro.

Uno de sus personajes afirma que el juego spoilea la realidad.

Puede funcionar en dos vertientes: spoilear la realidad o todo lo contrario. Depende del juego y de los jugadores.

Algo conmovedor de su libro es que Aitana se encuentra con su cuñado, con el hermano de Carlos, a través de un videojuego. Esa ironía del mundo real y del mundo ficticio es brutal.

Son espacios de encuentro. Y, para esos personajes, no tiene por qué haber menor realidad, emoción en encontrarte en un entorno virtual, que en un entorno físico. Es probable que eso se pueda hacer así.

Vuelvo a su filme El año del descubrimiento. ¿Cuál es la promesa de España que buscaba?

La crisis económica del 2008 va a hacer que el modelo de crecimiento y supuesta prosperidad y bienestar sobre el que se había edificado el crecimiento español se demostrase que era enormemente frágil, que se había sustentado alrededor de una serie de burbujas especulativas. Eso hizo que el futuro desapareciese para mi generación y para muchas, para la gente mayor, que se había creído que formábamos parte del primer mundo. Ahí hay una cosa que me obsesiona: ¿por qué nos creímos eso? ¿Cómo se construyeron una serie de relatos culturales a partir de los 80 que nos hicieron creer que éramos ricos, nuevos ricos?

¿Y a qué lo atribuye?

La realidad es que en buena medida los medios de comunicación y la producción audiovisual, literaria y narrativa privilegiaron unos textos en donde solo se hablaba en términos de opulencia, de clase media, de modernidad entendida como consumo. Y ¿qué sucede? Que hay una mayoría social, un montón de territorios, de barrios, de personas, para los que los años 80 y 90 fueron una pesadilla (...) Me emociona entender que muchos de los relatos más triunfantes de lo que ha supuesto el enriquecimiento parcial de la gente española se basaban en la pura especulación financiera y en la producción de empleo muy precario, ya sea por el turismo, ya sea por la construcción. Cuando los ciclos globales vienen mal se generan bolsas de desempleo y una precariedad y una pobreza crónica.

Todo eso se edificó en los años 60, en el desarrollismo franquista. En los 80 sí se pone en marcha un tímido estado del bienestar que se viene abajo rápidamente. Contar, recuperar la pluralidad social y la heterogeneidad de vidas que quedaron fuera de todos esos relatos triunfales en la democracia es una de mis obsesiones. Eso es lo que nos permite tener herramientas para comprender realmente cuáles son los desafíos del presente y no acabar abrazando soluciones cada vez más autoritarias. Es decir, vincular la democracia al enriquecimiento y a la prosperidad entendida de esa manera hace que, cuando se acabe la prosperidad, la gente deje de creer en la democracia y vuelva a abrazar recetas autoritarias y dictatoriales. Ese es el gran problema que tenemos ahora mismo, como mínimo en Europa.

Un fantasma en El desierto blanco justo es la política, la ultraderecha, la izquierda frívola de ahora. ¿Cómo ve a España en este contexto de auge de la ultraderecha en toda Europa?

La sensación que tengo es que en el escenario global, de calentamiento climático, de una mayor inestabilidad meteorológica, el sistema neoliberal de intercambio de mercancías no va a ser sostenible más que por una enorme violencia, Eso implica guerras, ser cada vez más militares y policiales en el mantenimiento de fronteras. Y es evidente que la situación actual no se puede suavizar o resolver con planteamientos políticos socialdemócratas de un estado social de los años 80 y 90, porque la situación es distinta. Y, claro, si tú le prometes a tu población que va a tener una piscina y va a volver a tener su chalet, que va a poder tomar su coche constantemente y consumir de la manera tan enloquecida como hasta hoy, eso no va a poder suceder y va a causar mucha frustración. Y la frustración se canaliza hacia el odio. Y el odio se puede instrumentalizar por ciertos partidos políticos para producir miedo y odio hacia el otro, el desconocido. Se ha normalizado, lamentablemente. Muchos partidos conservadores ha preferido aliarse con discursos racistas, protofascistas. Y todos sabemos dónde acaban.

¿Cuál es el riesgo en esta situación que plantea?

Me preocupa mucho que esas clases medias empobrecidas, que igual no fueron clase media nunca, debido a la frustración que les va a suponer no poder alcanzar nunca ese horizonte de bienestar y de tranquilidad y de lujo que se les había prometido, como esa frustración va a ir a más, caigan en manos de la ultraderecha. En España todavía hay una estructura política progresista, pero eso rápidamente se puede envenenar. Muchas veces, cuando te quieres dar cuenta, el río ya estaba envenenado y no se puede beber de él porque llevan envenenando el cauce desde hace mucho tiempo sin que tú te des cuenta. Ese temor está en el libro, no de manera muy evidente.

Cuando la sociedad ya está rota y se lanzan los brazos de la locura, cuando eso sucede, ya es demasiado tarde para pararlo. La política española sigue los pasos de la destrucción. Se está copiando mucho la antipolítica de Donald Trump en Estados Unidos por parte de determinada derecha. Entonces, claro, si hay partidos políticos dentro de la democracia que quieren acabar con la democracia, eso realmente tiene muy mal pronóstico.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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